Luis Carlucho Martín
“Yo soy venezolana, de la pura capital, del eje de mi tierra, del Distrito Federal. Yo busqué lo más central y no pudiendo en Catedral, nací en la esquina El Conde, en la propia calle real”.
Así le cantó Conny Méndez a la Caracas de sus ensueños, de su nacimiento y de su vida, a la que dedicó gran parte de su prolija producción artística, de la que dejó como huella palpable más de cuarenta composiciones musicales, obras teatrales, guiones y gran cantidad de artículos y libros sobre su particular visión de la metafísica, y otros tantos, en referencia al tan comercializado tema de la autoayuda, amado por muchos lectores y rechazado por algunos puristas literarios. Pero escribió.
Hija del poeta Eugenio Méndez y Mendoza y de Lasternia Guzmán, Juana de la Concepción Méndez Guzmán, su nombre de pila, nació en plena Caracas –como lo dice su canción– el 11 de abril de 1898 (cumpliría 126 años), pero ante la temprana muerte de su padre, el disgusto de su madre con el gobierno de Cipriano Castro y por algunos compromisos familiares, se mudó a Nueva York con apenas 8 años de edad. Distinta a infinidad de agentes viajeros (hijitos de papá y mamá, que sí lo fue), Conny aprovechó al máximo las experiencias, aprendió el nuevo idioma y se graduó tanto en Artes Plásticas como en Música.
Con 22 añitos retorna a la Caracas de su pasión y hace las veces de colaboradora en publicaciones como El Nuevo Diario, Élite y Nosotras.
Su carácter rebelde se pone de manifiesto en aquella Caracas que se encasillaba en costumbres muy machistas: fumaba, algo que no haría una mujer en público; gustaba de bañarse en las playas, algo permitido solo en algunos sitios; y se convirtió en defensora del derecho al divorcio. De hecho, se casó tres veces, dos divorcios y una viudez, relaciones de las que le quedaron dos hijos y siete nietos.
En cuanto a lo musical, las letras de sus canciones hablaban del compromiso con esta tierra de gracia, de la exaltación de la venezolanidad y, por supuesto, de la caraqueñidad, posición y perspectiva desde la cual hizo significativos aportes al folclor en líneas generales.
Quizás su comprobado bagaje cultural le dio ventajas para desde lo específico, llevar su obra a todo tipo de público. Le cantó a Caracas. No hay dudas. Pero es que le cantó a Caracas en lenguaje infantil, juvenil y senior. Todo el mundo ha tarareado al menos una de sus canciones. Además, hizo presentaciones en el ámbito internacional donde expuso sus obras como compositora y excelsa ejecutante de la guitarra y el piano.
Conny escribió, cantó y actuó con tal aceptación que sus letras neutras desde lo político, pero densas desde lo conceptual y con elevado sentido de pertenencia, le garantizaron éxito a su producto intelectual, al menos en lo concerniente a las artes, a tal punto que su obra forma parte del Catálogo del patrimonio cultural venezolano (2004- 2008) del municipio Libertador del Distrito Capital.
En los años 50 actuó en Camas Separadas; y siguió su productiva carrera que dejó su firma en dos discos (LP) titulados A mi Caracas y Canciones Infantiles, además del compacto 100 años de amor y luz. Entre sus muchos libros destacan su exitosa autobiografía Memorias de una loca, El maravilloso número 7, Metafísica al alcance de todos, El librito Azul o Te regalo lo que se te antoje. A su amplia hoja de trabajo hay que agregar la fundación de la Escuela de Metafísica Cristiana en 1946. Al año siguiente es cofundadora de la Asociación Venezolana de Autores y Compositores, AVAC. Y de 1956 al 57 presidió el Ateneo de Caracas. Así de productiva fue esta ensayista, caricaturista y genuina expresión de la caraqueñidad.
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El Pepazo