Luis Carlucho Martín
Anoche colgó definitivamente los guantes nuestro primer campeón olímpico, Francisco Morochito Rodríguez, y cambió de plano, de paisaje. Descansó al fin ante el azote de un rival que luego de mermar su salud lo derrotó. Así cayó el invencible pugilista cumanés.
Allá, en los Juegos Olímpicos de México 68, hace 56 años, el fajador y aporreador criollo dejó en el camino a excelsos boxeadores del momento, representantes de la categoría de menor envergadura, minimosca; es decir, de 48 kgs hacia abajo.
En las eliminatorias vapuleó al peligroso cubano Rafael Carbonel con marcador de 5-0. En los cuartos de final sacó más clase de su insospechada pegada, apuró sus pasos, lanzó más golpes, afinó la puntería y obligó al referí a suspender el combate en el segundo asalto ante el ceilandés Masataka Karakaturane. Llegó la semifinal donde paseó al estilista estadounidense Harlan Marbley (4-1) y en la final, a pesar de haberse lesionado la mano derecha en el segundo asalto, “sacó a relucir su pundonor y ganó el duro combate ante el surcoreano Jon Yu Jee con un estrecho 3-2”, nos relató el hermano periodista, Simón Piña, quien de paso nos contó que Morochito pudo acceder a esa final porque los entrenadores Ángel Edecio Escobar y Eleazar Castillo, “como dos zorros viejos, le sacaron la prótesis dental ya que Morochito estaba pasado por 600 gramos en el pesaje oficial”.
Con esa actuación, no dejó lugar a dudas acerca de su superioridad y su clase el paisano de Antonio José de Sucre y Andrés Eloy Blanco… casi nada. Tres grandes bañados en aguas del Manzanares.
Hoy, lo recordamos dicharachero y buen amigo. Y lo lloramos, aunque muchas de sus remembranzas nos pasean por parajes de jocosidad, bonhomía y hasta inocencia.
No le gustaban los aviones…un reto más duro que fajarse a puños con cualquiera.
Francisco Brito Rodríguez, su nombre de pila, es y siempre será nuestra primera referencia de magnanimidad olímpica, de gloria deportiva, de ejemplo a seguir.
A él dediqué, junto a mi colega Orlando Lara, unas líneas que luego se volvieron un extenso texto, al cual nuestro querido y admirado amigo y profesor, José Fernández Freites, «El Negro Cheo», intituló «Venezuela, olimpismo y sociedad», donde pretendimos rendir homenaje en vida a Morochito y a una serie de héroes olímpicos que con sus actuaciones brindaron gloriosos momentos a todo un país.
Nada que criticarle a quien con sus puños labró sus sueños, con humildad excesiva, de diafanidad absoluta, de pecadora timidez y de débil temple ante el poderoso enamoramiento de los mágicos elixires de la vida mundana.
Repito, nada que criticar. En todo caso, al sistema, por permisivo en cuanto a la banalización del dionisíaco estereotipo del criollo alegre y más si es oriental… El infaltable «digestivo», aprendido con su suegro, se volvió un hábito que le hizo bajar la guardia ante tan poderoso e insistente rival. Lamentablemente todos los excesos tienen un alto costo…
Además de súper atleta, gloria deportiva y excelente amigo y compañero laboral, Morochito fue un súper papá, tal como siempre lo describió su hijo Franco, a quien abrazamos y brindamos nuestra condolencia extendida al resto de la familia. QEPD el eterno campeón.
El Pepazo