Este texto era consulta obligada, el más famoso de nuestros hogares…y no es La Biblia. Pendientes, mi gente de Las Lomas de Urdaneta, de Caracas y de Venezuela…
Luis Carlucho Martín
La de ella era una familia de esas típicas, de migrantes del campo a la ciudad, en busca de un mejor nivel de vida en aquella Venezuela que aún no consolidaba su paso de rural a industrializada. El abandono del campo nunca garantizó la ansiada modernización. Era la Caracas de los años 50, en transiciones de gobiernos militares con Pérez Jiménez como último gran protagonista.
Quizás, más por ayudar a su esposo en la manutención del hogar que por instinto pedagógico, doña Lourdes hubo de dedicarse a la enseñanza de la lectura, escritura y “sacar cuentas”, como se le decía en ese momento a las matemáticas básicas –suma y resta– dirigidas a niños no mayores de seis o siete años. El texto guía para la loable labor era el reputado libro Mantilla, con su particular estilo que lograba real y efectiva fluidez en el novel lector.
Me cuentan que este caso, muy particular, fue en las Lomas de Urdaneta, una urbanización moderna para la época, basada en el estilo Le Corbusier, diseñada por los arquitectos de moda, Carlos Raúl Villanueva, Guido Bermúdez y Carlos Brando, en el marco de la visión de soluciones habitacionales multifamiliares, al punto que sirvió de modelo para ser replicado en otros países de la subregión.
Sucede que en aquel hogar dirigido por doña Lourdes, a pesar de que la vida era relativamente barata, había que anexar nuevos ingresos, ya que la máquina de zurcir y crear de su esposo Luis Mariano no daba lo suficiente no obstante el volumen de trabajo y de su fama de excelso sastre y diseñador. Hasta que sus vástagos mayores se consolidaron en sus respectivos oficios y produjeron lo suficiente.
Entonces decidió, posiblemente por imitación de varias maestras de Charallave –población donde habían pasado tiempo previo a su llegada a Caracas–, dedicarse a enseñar los asuntos básicos de la edad preescolar. Quién sabe si imitó a la señorita Benigna Andrade, una efectiva institutriz de la población mirandina que dio las primeras luces a la única hija hembra de doña Lourdes, Luz, quien a la postre resultó docente egresada del Instituto Pedagógico de Caracas.
“Señora Lourdes, llévese ya a la niña”, le dijo la seño Beningna, al considerar que su labor estaba completada. “Ya ella lee, escribe y sabe sacar cuentas. Ya no tengo más nada que enseñarle”. De allí salían esos alumnos en edades de iniciación rumbo a primer grado con una preparación de comprobada calidad. No había preescolar, ni métodos para kínder ni preparatorio.
Por cierto, la señorita Benigna completaba sus ingresos con la hechura de un sabroso “pan de horno” casero que le vendía a los alumnos y sus representantes.
¿De dónde será?
El texto matriz para aquella empírica, pero efectiva enseñanza, era el libro Mantilla, de Luis Felipe Mantilla, un mundialmente conocido cubano de ascendencia española que estudió en Sevilla, España. A sus 19 años emprendió viaje a Estados Unidos donde asumió responsabilidades docentes en la Universidad de Nueva York, ciudad en la que dejó de existir en 1878 cuando cumplió 45 años.
Su libro, que sirvió para difundir métodos de enseñanza amigables al idioma español, fue editado por vez primera en 1866, en París, por la Librería Española de Garnier Hermanos, con un montón de ediciones posteriores e incluso en la actualidad se sigue reeditando sus obras en muchos países. Esa obra central se publicó en tres volúmenes llamados Libros de Lectura, además de otras obras relacionadas con la labor educativa.
La pedagógica creación mostraba, además del abecedario español, los tipos de letras, romanas, cursivas, inglesas y góticas, con un sistema de iniciación a la lectura y escritura, consistente en reconocer las letras, su pronunciación, luego las sílabas y las palabras, deletrearlas –memorización– y pasar a básicas construcciones gramaticales como frases y oraciones, todas relacionadas con la cotidianidad.
Respecto del libro Mantilla se puede leer en la publicación Viejo Zulia, del diario Panorama: “Quienes vivieron su infancia a principio del siglo XX lo conocieron y aprendieron con él. No solamente enseñaba a leer, sino buenos modales, respeto hacia los mayores, valores humanos”.
Son de Las Lomas
Doña Lourdes, con la experiencia acumulada y el forzoso aprendizaje desde su huérfana niñez sumada a tan particular periplo desde su Calabozo natal, pasando por El Rastro, San Juan de Los Morros, Ocumare, Charallave hasta llegar a Caracas –primero a El Valle y luego Los Frailes– ofreció sus servicios de maestra en el cómodo apartamento del recién inaugurado bloque 7 de Las Lomas de Urdaneta, en excelente ambiente que reinaba en la zona al oeste de la capital, privilegiada por su natural altura que ofrecía además de agradable clima una visión panorámica del resto de la ciudad.
La sala se llenaba de muchachitos de la zona, cuyos representantes confiaban plenamente la suerte de sus hijos en la improvisada pero efectiva maestra porque todos salían bien preparados, lo que le valió cada vez más fama, más alumnos y más ingresos. Un bolívar semanal por cada uno.
Los niños acudían con su sillita en el hombro y allí pasaban gran parte de la mañana siguiendo las precisas y estrictas instrucciones de la maestra que no aceptaba rochelitas “…m-a, ma, m-a, ma, qué dice…ca-da, cada, hi-jo, hijo, lo-do, lodo”. Tal como aparecía en el texto original.
«El rabo de la zorra»
A pesar de que el libro Mantilla lo vendían hasta en ferreterías a precios asequibles, había niños cuyos padres no podían adquirirlo –afortunadamente no existía el dañino o mal empleado tío Google–, entonces se les improvisaba una especie de cartilla con dibujos, abecedarios y frases hechas a mano.
Entre los alumnos iniciales figuraron los hermanos Ramos, Carlos “El Nené” Luján, los hermanitos de la familia Mirabal y los de la familia Machado… entre otros.
Años más tarde, cuando se podía vulnerar el secreto sumarial y profesional, jajaja, a manera de juerga, doña Lourdes siempre recordaba, con su jocosidad llanera, que una de sus alumnas, luego de tanto deletrear, terminaba pronunciando no lo que leía sino lo que relacionaba con las imágenes de apoyo: “l-a, la, c-o, co, l-a, la, d-e, de, l-a, la, z-o, zo, rr-a, rra” ¿Qué dice? “El rabo de la zorra” ¡¡¡Cooooño, muchacha del carajo, lee otra vez!!!
Y al deletrear al-co-hol pronunciaba “alcochol”, con che. De ese empeño no logró sacarla nadie.
Métodos efectivos
Con Mantilla, con cartillas y posteriormente con los famosos Coquito, Silabario Venezolano, Mi Jardín, Angelito y otros se dio la lección inicial a ese niño venezolano en su ciclo de acercamiento a las letras, la lectura, escritura y posteriormente a la suma y la resta.
Los muchachos salían no solamente bien preparados sino con real hábito de lectura –otra especie en extinción– que les permitía muchas veces pasar dos grados de una vez y saciar el deseo de leer gracias al consumo de novelas vaqueras, de “Tamakún el vengador errante”, y otros suplementos de aquellos añorados días.
Así fue no solo en el bloque 7 de Las Lomas. Fue en Catia, en Caracas y en toda Venezuela. Ante la carencia de un sistema de aprendizaje inicial, las maestras caseras se inventaron ese emprendimiento que generó lectores, escritores y sacadores de cuentas de primer orden que hoy son una generación casi en extinción, de gente buena y productiva que dio vida y forma a la Venezuela floreciente de gran parte del siglo pasado e inicios de este.
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