Su elevado promedio ante la vida le sirvió para erradicar posibles tentaciones que indefectiblemente proponen las calles del mundo a los que, como él, salen a diario a conquistar sus sueños.
Luis Carlucho Martín
“La capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás, que nos permite ver las cosas desde la perspectiva del otro en vez de la nuestra”, es una definición del término empatía. Desde mi crítico punto de vista en torno al comportamiento de tantos y tantas atletas con los que me ha correspondido compartir –en mayor o en menor medida– soy un convencido de que el concepto retrata el comportamiento de Luis Beltrán Sojo Mayorca, el Señor de los Anillos del deporte venezolano.
Aunque no es condición sine qua non –parece puntos a su favor haber nacido y crecido en el “Haras Petare”, hablando en términos hípicos, aunque su fuerte es, como todos sabemos, el beisbol–, hoy Luis Sojo, a un peldaño del sexto piso de vida, exhibe humildad, producto de la madurez con la que siempre supo hacer swing para conectar de hit al momento de gloria que brinda la fama, y que muchos no han sabido controlar…
Al parecer, en él se ha impuesto ese ADN de barrio, de zona dura de crianza, en donde muchas veces había –y hay– que ser el más guapo para sortear alguna situación, y de repente, con disciplina y mucho empeño, además del apoyo familiar, Luis Beltrán sobrepasó con creces la vara que el destino le puso como metas inmediatas para mejores logros. Se fue forjando una piel distinta, una mente diferente, capaz de albergar y proponerse objetivos de crecimiento infinito, amparado en una coraza de resiliencia, de todo tipo, que le ha servido como apoyo en su larga y productiva trayectoria.
Iniciaba 1965. Como en toda familia nacían esperanzas para un nuevo año, para un nuevo ciclo contextualizado en esos convulsos días sociopolíticos de Venezuela y el mundo, con la izquierda y las guerrillas insurgentes, con el movimiento hippie acaparando todos los espacios, con el rock en apogeo y la salsa en sus inicios para asentarse y consolidarse. Así el entorno, jamás pudieron haberse imaginado sus padres que, con el advenimiento de Luis, ese 3 de enero, el destino les estaría premiando, no solo con ese vástago que rompería cualquier paradigma que la vida y sus dificultades pudieran presentarle, sino que le estarían pariendo un hijo ejemplar a Petare, a Caracas, a Venezuela y su selección de beisbol, a los Cardenales de Lara y a los Yankees de Nueva York, aunque su exitosa carrera de 13 años en Grandes Ligas inició con los Azulejos de Toronto; por cierto, 11 veces tuvo que fajarse para hacer el equipo, y lo logró. A decir del profesor Sioux Fernández, “Sojo es un échale bolas ante los retos”.
Luis, de innata sencillez y equilibrado andar entre la gente común, no alardea del peso histórico que implica haber ganado cinco anillos de campeón de la MLB –uno con Toronto y cuatro con los Mulos del Bronx a finales de los 90–, tres títulos con Cardenales de Lara y uno de Magallanes, incluyendo el Novato del Año en la 86-87, con cinco títulos de bateo en la LVBP –aun en su condición de derecho, lo que resulta un handicap, según los que saben–. A ello anexa lo que pudiera considerarse su mayor triunfo: su alto promedio ante la vida para erradicar, con certeros batazos, las posibles tentaciones y adversidades que indefectiblemente proponen las calles del mundo a los que, como él, salen a diario a conquistar sus sueños.
Su habilidad con el madero –hasta entonces solo comparada en Venezuela con la de Vitico Davalillo–, fue reconocida en 1996 por la LVBP cuando se publicó el Registro del Beisbol Venezolano, cuya portada exhibía las fotos de estos dos maestros del bateo, acaso la destreza más difícil de dominar en deporte alguno.
Desde los 15 años, este empedernido gaitero –junto a su hermano estuvieron en un conjunto–, fue uno de los líderes y gerentes del Centro Cultural y Deportivo “José Vega” en su barrio. Es un digno ejemplo del deporte como profilaxia social. Su éxito, sin dudas, se materializa en haber encontrado el tiempo exacto para elaborar y cumplir sus cronogramas para el crecimiento familiar en paz con actividades que surgieron paralelamente como su pasión por la salsa y el baloncesto, entre otras.
Sojo, el eterno dorsal 8 –como parte de la tradición de algunos antecesores que usaban el número correspondiente a la sumatoria de las letras del nombre y apellido–suma a su cuenta el haber sido mánager de Venezuela en tres Clásicos Mundiales con una medalla de bronce en la edición 2009. Sus 671 hits en Grandes Ligas más sus 1.007 inatrapables en el beisbol criollo –un hito para cualquier otro pelotero– parecen no afectar su ego. Que Derek Jeter y Alex Rodríguez lo citen como referencia obligatoria en el desarrollo de sus respectivas carreras tampoco le genera sobresaltos…o lo disimula muy bien. Eso habla de la calidad humana del petareño, que igual saluda y comparte con gente del deporte como de la cotidianidad, sin complejos ni ribetes de diva. A ello súmele usted, amigo lector, el revivir de los Tiburones de La Guaira, porque bajo su gerencia le dijeron adiós a una sequía que se aproximaba a las cuatro décadas, además duplicó al ganar la Serie del Caribe.
Por eso apostamos a que siga su camino de humildad, así como lo conocí un sábado cualquiera de deporte y mucha salsa en el 23 de enero, donde próximamente defenderá los colores del quinteto Chocolate en el torneo Máster 50 del bloque 4 de Monte Piedad. Éxitos.
Si me equivoco opinando, no importa. Él, no tiene margen de error porque su intachable camino y su diafanidad, según lo mostrado hasta ahora, no le dejan otro escenario. Y aunque nadie tiene obligación de ser prototipo para imitación, la sociedad exige a figuras como él que lo sean. Cuando se afeita en las calles de su Petare natal, cuando rememora sus partidas de pelotica de goma, cuando se mimetiza con el pueblo de a pie, en el barrio que sea, delata de qué está hecho y eso aumenta su promedio al bate en esta partida eterna que es la vida. Por eso, como le dije en persona: “Mi pana, gracias por ser así de sencillo, y aunque no hay obligación eres modelo para los chamos que vienen creciendo y que tanto necesitan para superarse…”
PD: Mis hermanos del baloncesto, del fútbol, del softbol y del boxeo, así como mi hermanito juego perfecto, Armando Bastardo, mis respetos para todos, en serio, pero lo del nivel superlativo de Sojo en su mundo competitivo había que decirlo y se dijo. ¡Qué viva el deporte! ¡Qué viva la bonhomía! ¡Y, qué viva la salsa porque ella, en sí misma, es un estilo de vida!
El Pepazo