Luis Carlucho Martín
Estamos endeudados con el 5 de julio, con los hechos y su interpretación, con una conciencia ciudadana apegada al más estricto civismo y a la búsqueda de la verdad verdadera (si es que existiera) en torno a tan promocionada fecha y todo lo que ella debería significar.
Desde siempre Venezuela ha sido diana del Imperio, de los Imperios, del color que sean. Todos tras el incalculable valor crematístico de nuestros bienes y recursos naturales.
España primero, porque desde allá llegaron a expoliar y cometer sus crímenes que no cabrían en ningún informe de DDHH de esos tan de moda en estos días. Después, como lo pronosticó Simón Bolívar, los Estados Unidos (“parecen destinados por la Providencia…”), lo han demostrado de todas las maneras. No obstante, ¿acaso los chinos y los rusos y los iraníes quieren algo distinto?
¿Cómo honrar la sangre y la valentía de aquel gentío que dejó todo para cantar Independencia? ¿Acaso la viveza criolla, la ineficacia, la burocracia, el entreguismo, la petición de sanciones y la corrupción no son antiindependentistas?
La deuda es grandotota. Primero: El 5 de julio se declara pero no se firma el Acta de Independencia, como asegura google y (des)enseñan algunas escuelas. Segundo: Durante un siglo se conmemoró la Independencia con el Acta original desaparecida; es decir, sin validez. Tercero: El acta reposaba en un cajón de partituras musicales. Cuarto: ¿Por qué no enaltecer el lugar originario donde se proclamó la Independencia? Quinto: Y lo que falta…
Primero
Encendida la mecha el 19 de abril de 1810 las cosas debían encauzarse. Mucha resistencia para consolidar el proceso independentista. En ese marasmo de ideas que conducían a lo desconocido –la libertad– se instala el Congreso el 2 de marzo de 1811, para redactar la Carta Magna, pero había que declararse la Independencia.
Acuerdos y desacuerdos hasta que los días 3, 4 y 5 de julio se reúnen los diputados para convencerse de tan determinante realidad, entre ellos y a los no tan crédulos. Por eso, el Acta se resume en alegatos justificativos para independizarse. Fue muy difícil porque entre las filas criollas el rey Fernando VII tenía acérrimos defensores. Espías, pudiera decirme. O apátridas, como se dice hoy. Aun así los representantes de las provincias de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo declaran lo que se había logrado el 19 de abril de un año antes, en 1810.
Inexplicablemente había un voto en contra. Un cura yaracuyano, Manuel Vicente de Maya, calificó de apresurada la independencia, quizás sin contar los más de 300 años del yugo español sobre Venezuela. Pero, gracias a Dios, enmendó el desliz. Al fin firmó el Acta y terminó como uno de los grandes defensores de los derechos ciudadanos.
Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi terminan de redactar el Acta el 7 de julio. Comienzan a rubricar aquellos protagonistas del primer proceso Constituyente para materializar el cambio estructural que implicaba pasar de monarquía a República, en procura de un Estado Liberal y de Derecho. El documento se publica una semana más tarde, el 14 de julio.
Segundo y tercero
España no iba a soltar el manjar. Entró en escena su capitán Domingo Monteverde con su repotenciado ejército. Caracas cayó. Se instaló el Congreso en Valencia, localidad pronto dominada por los realistas y en 1812 caía así la Primera República.
Diputados en estampida. Ejército patriota en retirada. Documentos extraviados. Hasta que el 23 de octubre de 1907 el historiador Ricardo Smith confesó a su colega Francisco González Guinand que entre una banqueta de piano en casa de doña María Josefina Gutiérrez, viuda del ingeniero Carlos Navas Spínola –preciso es revisar su historia y la de otras valientes valencianas cómplices de tan valiente acción patriótica–, en la actual capital carabobeña, estuvo guardado por todo ese tiempo el Acta original de la Independencia.
El cuento es creíble o no, pero la autenticidad del documento fue avalada por la Academia de la Historia el 5 de julio, pero en 1911.
Un acta original, mimetizada con notas musicales libertarias, reposó un siglo esperando rescate. Tuvo resguardo en duplicado en El Publicista, que era una publicación del Congreso, y otro respaldo en “Documentos Oficiales Interesantes de Venezuela”, que se editaba en Londres. Ahora el original reposa en el salón elíptico del Palacio Legislativo en un arca de vidrio.
Cuarto
Antes de la redacción, firma y publicación del Acta de Independencia, la Capilla de Santa Rosa de Lima era patrimonio cultural porque fue sede de la Universidad de Caracas. Posteriormente Palacio de Justicia y sede del Concejo Municipal, ubicado en pleno centro caraqueño, al lado del Capitolio y de la plaza Bolívar, en la esquina de Las Monjas.
El sitio merece un reconocimiento. Debe exhibirse para que la gente común conozca el lugar y sienta los ecos de aquellas discusiones que condujeron a la conformación de la República. En cualquier otro país, por menos, ya funcionaría como museo.
En los días de Guzmán Blanco y Cipriano Castro retocaron el sitio pero sin respetar parámetros arquitectónicos originales. La entrada principal fue cambiada y no está a la vista de nadie. ¿Acaso hay algo más sagrado que la gestación y declaración de la Independencia?¿Por qué no oír, por ejemplo, la petición de Mario Briceño Iragorry: “El actual Palacio de Justicia podría dedicarse para museo de la ciudad, acondicionándole su frente a nuestro viejo estilo colonial”? ¿Por qué ignorar el significado histórico de la Capilla de la Independencia? ¿El lector común, el niño en la escuela, incluso maestras y profesores, saben dónde queda ese Altar de la Patria?
En contraste, el Campo de Carabobo, el Panteón, la Catedral y otros lugares también importantes sí han sido atendidos. Ello aviva la deuda con la Capilla de Santa Rosa de Lima, que además atesora una prolija muestra pictórica y escultórica que ilustra aquellos gloriosos días.
Quinto
Por eso y por más, si no se alza la voz –cada quien desde su trinchera– en la búsqueda de la verdad y por el enaltecimiento de los hechos que nos zafaron del yugo español, seremos cómplices de estar abonando caminos para otros Imperios.
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