EstherChourio
La infancia, esa edad de risas y aprendizajes es lo máximo y, en nuestros pueblos del Sur del Lago de Maracaibo la emoción fue extrema en aquellos tiempos de cero televisión, cero tecnología. Con una imaginación sin límites y sin temor al peligro nuestros protagonistas disfrutaron de una niñez única.
El paisano Caracciolo Antúnez recuerda con risas y emoción los juegos con pelotas de goma, las cuales forraban con medias y en aquellos patios amplios, bien tempranito barridos por sus madres o tías con escobas hechas con ramas, se convertían en la cancha ideal para realizar una caimanera en la cual bateaba y corría con sus panas Osmel, Arcadio, Williams, Guillermito, Isaac y Nolis, partidos de béisbol que los define como una experiencia extraordinaria.
Vallardo Chourio Morantes, mi hermano, usaba los bejucos con sus amigos y hermanos al estilo Tarzán, en la calle detrás de El Cocal, cuando aún no existía el muro. Allí se guindaban de los bejucos y se deslizaban al mejor estilo del hombre de la selva, hasta que un día cayó en un charco de agua bien sucia.
En otra de deporte extremo recuerda cuando se subió a una mata de cocos y quiso pasar a la otra que estaba al lado, pero la rama cedió y quedó guindando, a punta de gritos de auxilio le llevaron una escalera.
Sumergirse en un hoyo de unos 10 metros, que había al fondo de la casa del recordado Coca, cuenta Vallardo, era emocionante. El que sacaba más arena, ése ganaba. Lanzarse de los mástiles de las piraguas fondeadas en la playa, aguante de respiración sumergidos en el agua, metras, yoyos, entre otros juegos, fueron sinonimo de una infancia feliz.
Arsenio Chourio Morantes, otro de mis hermanos, parece que fue el más tremendo, jugaba con bolas de cipa en una guerra entre varios muchachos. Se cubrían el cuerpo con arena y cuando llovía salían en grupo a correr por las calles del pueblo, disfrutando del golpe de agua que salía por el drenaje del balcón, única casa de dos pisos que había en el pueblo, en ese entonces arrendada por Rafael Sáez, un próspero comerciante trujillano de la época.
Recuerda que un día encontró unas hojillas y le dijo a un primo que jugarán al capado (castración) de cochinos tal cuál lo hacía el señor Pelón, y le tomó el miembro y le hizo una pequeña incisión, la sangre brotó y el muchacho comenzó a llorar, en eso llegó la señora Isabel Morantes y le pegó un grito. Arsenio salió huyendo hasta que fué atrapado por su padre Regulo Chourio con una correa, mamita Ventura, la abuela, con un fuete y el tío Moisés con rejo, le dieron una pela por semejante ocurrencia al cirujano veterinario.
Otros jugaron a los corralitos de hacienda: los limonsones eran los bueyes, los cocos eran las vacas y los coquitos eran los becerros, con estos frutos emulaban los corrales de las haciendas, todo aquello que veían haciendo a sus padres y tíos y los llamaban Corralitos de Hacienda, así jugaba el paisano Roberto Cubillan.
Para recibir en tu celularesta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo