George Taborda
Saludos amigos lectores de este prestigioso diario digital “El Pepazo”, quien escribe George Taborda, Psicólogo de profesión, los invito a compartir conmigo mis reflexiones acerca del impacto de la tecnología digital en la sociedad contemporánea y en el ser humano como elemento primordial de su existencia, a través de un artículo semanal. En este, mi primer artículo, abordaremos el tema relacionado con las emociones y la inteligencia artificial.
La inteligencia artificial (IA) ha llegado para transformar nuestras vidas de maneras que antes solo podíamos imaginar. Desde asistentes virtuales que nos despiertan por la mañana hasta algoritmos que nos recomiendan una canción para mejorar nuestro ánimo, la inteligencia artificial se ha convertido en una compañera constante, silenciosa y poderosa. Pero ¿Qué impacto tiene esto en nuestras emociones? Y hago la pregunta. Convencido que toda relación que establecemos, con alguien o con algo, está fundamentada en nuestras emociones. Y siguen las preguntas emergiendo en mi conciencia, esta relación con la AI ¿es una relación de amor? ¿está fundamentada en la confianza? O, por el contrario, ¿está basada en la desconfianza y el miedo?
Una conexión inesperada: La inteligencia artificial y nuestras emociones.
No podemos negar que nos hemos encariñado con la tecnología inteligente. Piensa en ese momento en que tu asistente de voz responde con un tono amigable y preciso, como si realmente te conociera, O cuando Netflix te recomienda esa película que parece hablarte al alma en un día difícil. La IA ha aprendido a conocer nuestros gustos, patrones y necesidades acercándose cada vez más a entender nuestra esencia
humana.
Y es aquí donde surge la lucha interior entre confianza y desconfianza, mientras algunos aumentan su interacción con los algoritmos en las diferentes aplicaciones de uso diario, otros se preocupan cada vez más porque sienten que su privacidad es invadida cada vez más, sin tener conciencia que toda la información acerca de nosotros que se maneja en internet, somos nosotros quienes se la proporcionamos,
Cada vez que damos un like, compartimos una opinión, una imagen o una publicación, damos opiniones acerca de cualquier tema o cualquier situación, llenamos una solicitud de servicio, contestamos una encuesta, aceptamos los cookies en una visita a cualquier plataforma digital o cuando usamos una aplicación nueva y permitimos el acceso a nuestros archivos.
La Promesa: Empatía Digital y Bienestar Emocional.
La IA no solo se limita a tareas prácticas, sino que ya incursionó en lo emocional con tecnologías como el reconocimiento facial, el reconocimiento de voz, que permiten detectar si estamos tristes, felices, estresados, exaltados, o con mucha calma y no solo eso, sino que se atreven a crear terapias virtuales capaces de escuchar y de responder con empatía.
Se pudiera interpretar que aquí la promesa es clara: Una inteligencia artificial que pueda ayudarnos a mejorar nuestro bienestar emocional, siempre disponible para cuando lo necesitemos. Pero a medida que nos acercamos emocionalmente a la IA, crece un temor subyacente, la perdida de lo auténticamente humano. Las emociones son complejas, impredecibles en muchos casos, y muy personales, algo que ninguna máquina podría replicar por completo. Sin embargo, cuando interactuamos con tecnologías que “actúan” como si nos entendieran, es fácil olvidar que no sienten realmente, sobre todo si ignoramos que funcionan algorítmicamente procesando grandes cantidades de información, conocidos con el nombre en inglés de “Big Data”.
Esto nos deja en una posición de vulnerabilidad emocional ya que dependemos cada vez más de algoritmos para validar nuestras decisiones, medir nuestro humor y nuestro estado de ánimo, o incluso determinar que contenido nos hará “felices”. La línea entre realidad y simulación se vuelve cada vez más delgada.
En el fascinante cruce entre lo humano y lo artificial, surgen puntos de conexión y puntos de divergencia que nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia naturaleza. La inteligencia humana y la inteligencia artificial tienen elementos comunes, pero sus bases, capacidades y limitaciones las separan en dimensiones fundamentales.
Similitudes: ¿En qué se parecen?
1. Procesamiento de información.
Tanto la inteligencia humana como la inteligencia artificial son capaces de procesar datos y generar respuestas, Un humano usa su cerebro, que combina la experiencia pasada, el contexto emocional y la intuición para tomar decisiones. Por otro lado, la inteligencia artificial usa algoritmos y modelos matemáticos para interpretar patrones y generar resultados.
2. Aprendizaje.
Ambas inteligencias son capaces de aprender. Los humanos lo hacemos a través de la experiencia y la interacción social, mientras que la IA utiliza técnicas como el aprendizaje supervisado, o el aprendizaje por refuerzo y el aprendizaje profundo (Deep learning) para mejorar su rendimiento a partir de datos.
3. Resolución de problemas.
Aunque con enfoques distintos, ambas inteligencias están diseñadas para resolver problemas complejos. Mientras, nosotros, los humanos utilizamos la creatividad y el pensamiento crítico, la IA aplica modelos computacionales que maximizan la eficiencia y minimizan los errores.
4. Imitación del comportamiento humano.
Los seres humanos, por naturaleza, somos movidos por nuestras emociones y a través de ellas establecemos relaciones con nuestros semejantes, las sentimos en nuestro cuerpo más que imitarlas, y son tan complejas, que nunca logramos lo que pudiéramos llamar la inteligencia emocional plena, o sea el control total de nuestras emociones. La AI ha avanzado notablemente en la imitación de comportamientos humanos, como el uso del lenguaje natural, el reconocimiento de emociones y la simulación de expresiones faciales. Esto permite que un sistema basado en la AI “parezca” humano en contextos específicos.
Diferencias clave: Lo que separa a lo humano de lo artificial.
1. Conciencia y subjetividad.
La mayor diferencia es que los humanos tenemos conciencia: una percepción interna de nuestra existencia y una conexión emocional con el mundo que la AI no posee. Una máquina puede simular empatía, pero no experimenta alegría, tristeza o amor simplemente calcula respuestas basadas en datos preprogramados-
2. Creatividad y Originalidad.
Aunque la AI puede generar contenido creativo, como música, arte, o textos, lo hace analizando patrones y combinando elementos existentes. La creatividad humana surge de la capacidad de conectar ideas abstractas. Imaginar lo inexistente y expresar emociones de forma completamente nuevas.
3. Moralidad y Valores.
Los humanos actúan guiados por valores éticos y morales, influenciados por la cultura, la educación y la empatía. La AI, en cambio, carece de un marco ético propio, sigue las reglas establecidas por sus programadores y, en ocasiones, sus acciones pueden reflejar prejuicios inconscientes presentes en los datos de entrenamiento.
4. Errores y vulnerabilidad.
Los humanos somos inherentemente imperfectos, cometemos errores y tenemos limitaciones emocionales y físicas. La AI, aunque diseñada para ser precisa, no tiene estas vulnerabilidades humanas, pero su desempeño está limitado por su programación y los datos disponibles. Todo lo anterior nos lleva a formular una gran interrogante:
¿Puede un humanoide con inteligencia artificial llegar a emocionar como un humano?
Esta es una pregunta profundamente filosófica que toca las bases de lo que significa emocionar y ser emocionado. Para responderla debemos explorar tanto las capacidades actuales de la AI como nuestra percepción como seres humanos.
Haremos algunas acotaciones fundamentales por lo extenso del tema, queseguramente tocaremos en sucesivos artículos.
1. La simulación de emociones en humanoides.
Los humanoides con inteligencia artificial están diseñados para imitar gestos, tonos de voz y expresiones faciales que asociamos con emociones. Por ejemplo, un robot como Sophia, desarrollado por Hansan Robotics, puede mantener una conversación, sonreír y reaccionar a ciertos estímulos emocionales. Los chatbots avanzados pueden ofrecer apoyo emocional en contextos como terapia digital, creando una sensación de comprensión en el usuario.
Aunque estos sistemas son impresionantes, su capacidad para simular emociones depende de su estructura digital, de sus algoritmos y modelos matemáticos y de los grandes conjuntos de datas que manejan. En cambio, su capacidad para hacernos emocionar depende absolutamente de nosotros y no de ellos.
Conclusión: Lo humano y lo artificial como reflejo mutuo.
Aunque las máquinas nunca podrán sentir ni emocionar de la manera como lo hacemos los humanos, su existencia nos lleva a reflexionar sobre qué significa realmente ser humanos. El verdadero desafío no es si los humanoides pueden emocionarnos, sino como nosotros, como sociedad, decidimos interactuar con ellos sin perder de vista lo que nos hace únicos: nuestra humanidad, autenticidad y capacidad de sentir.
George Taborda es:
Prof. Emeritus de la muy ilustre Universidad del Zulia.
Licdo. en Educación mención Ciencias Matemáticas.
El Pepazo