La organización les impidió competir a las y los tenistas rusos por la invasión a Ucrania. Pero la campeona se presentó bajo la bandera kazaja: “No vivo en ningún sitio”, declaró.
Cuando la organización de Wimbledon anunció el 20 de abril la prohibición de participar en el torneo de los jugadores rusos y bielorrusos, en uno de los mayores actos de discriminación en la historia del tenis moderno, seguramente no imaginó que 11 semanas después vería en la ceremonia de premiación a una campeona nacida en Moscú. Elena Rybakina se quedó con el título tras derrotar en la final a la tunecina Ons Jabeur por 3-6, 6-2 y 6-2, aunque en los registros oficiales dirá que fue la primera jugadora kazaja en conseguir una corona de Grand Slam.
La jugadora de 23 años trató de evitar cualquier definición comprometedora. “Represento a Kazajistán desde hace mucho tiempo y estoy muy contenta por eso. Ellos creyeron en mí. Ya no hay más preguntas sobre cómo me siento”, dijo, incómoda, tras derrotar el jueves a la rumana Simona Halep, campeona de este certamen en 2019. También negó estar afincada en Moscú, como si ello constituyera un delito. “Vivo en el circuito porque estoy viajando cada semana. La mayor parte del tiempo la paso en los torneos. Entre torneo y torneo, me entreno en Eslovaquia, a veces en Dubái. Sinceramente, no vivo en ningún sitio”, intentó explicar.
El vuelco en la vida y en la carrera de Rybakina, cuyos padres residen en la capital rusa, se produjo a mediados de 2018. En ese momento, cuando ocupaba el 175° puesto en el ranking de la WTA, recibió ofertas de becas de estudio de universidades estadounidenses, pero también una propuesta para representar a Kazajistán, un país que ha reclutado varios jugadores rusos en los últimos años gracias al dinero aportado por el multimillonario empresario Bulat Utemuratov, presidente de la federación de ese país.
“Fue un buen timing, porque ellos (la federación kazaja) estaban buscando una jugadora y yo necesitaba ayuda. Creyeron en mí. Hicieron todo lo posible para que siguiera jugando, para que siguiera mejorando. Tenía todo disponible para poder entrenarme”, justificó Rybakina esta semana.
“Nací en Rusia, sí, pero represento a Kazajistán. Ha sido un viaje muy largo. He participado en los Juegos Olímpicos, en la Fed Cup. Me han ayudado mucho y noto el cariño de la gente. Estoy muy feliz de mi decisión. Creo que, además, estoy consiguiendo resultados, lo que es muy importante para el deporte de Kazajistán”, añadió.
Efectivamente, esos resultados positivos se fueron acumulando desde que eligió cruzar la frontera, aunque jamás había estado siquiera cerca de conquistar un Grand Slam. Su mejor actuación en un torneo de este calibre había sido en Roland Garros 2021, en el que había caído en los cuartos de final frente a Anastasia Pavlyuchenkova. “No esperaba a llegar a la segunda semana (de Wimbledon) y menos a la final”, admitió este jueves.
En el duelo de este sábado, su rival, la primera jugadora africana y árabe en llegar a una instancia decisiva en uno de los cuatro grandes, se mostró superior en el primer set y pareció ganar la batalla de nervios en un partido entre debutantes en finales de Grand Slam (algo que no ocurría desde 1962, cuando Karen Susman venció a Vera Suková).
Sin embargo, la número 23 del ranking, muy errática en el primer capítulo, ajustó la mira en el segundo y aprovechó el bajón de su adversaria. Con facilidad se quedó con ese set y arrancó quebrando en el tercero. Ya no volvió a mirar atrás, más allá de que debió levantar tres break points en el sexto game. Una mala devolución de revés de Jabeur le dio la victoria tras una hora y 47 minutos de juego y le permitió cortar una racha de cuatro finales perdidas consecutivamente.
“No recuerdo exactamente quiénes jugaban este torneo cuando era pequeña, pero lo veía por la televisión. Todos los jugadores vestían de blanco. Eso lo recuerdo muy bien. Las fresas, el champagne. Es muy linda toda esa tradición”, había rememorado en estos días. Este sábado le tocó a ella ser la emperatriz del glamour en ese certamen que les cerró las puertas a sus connacionales.
“Estuve super nerviosa antes y durante el partido. Nunca había sentido algo como esto. Es un honor jugar aquí. Y ser campeona es asombroso”, afirmó la ganadora. En el palco no estaban sus padres, pero sí Bulat Utemuratov, el hombre que con sus billetes ayudó a que ella llegara a esta consagración.
El Pepazo/Clarín Argentina