En #MensajeDirecto, la historia de un hombre flechado con tres mujeres: mamá e hijas.
Tenía escasos 17 años cuando mi vecina a unos pocos metros de donde yo residía pasaba con su bello rostro y sus ojos claros. De inmediato, hizo que mi corazón se pusiera a mil. Esa niña, que tenía la misma edad mía, me sonrió y siguió sus pasos. Fue un amor a primera vista, un noviazgo inocente de niños que apenas querían conocer ese camino.
La mamá, la veterana
Mi exnovia había heredado su belleza. Mi exsuegra era, sin duda alguna, fantasía de muchos hombres; en mi círculo de amigos se comentaba sobre la hermosura de la mujer
En la puerta de la casa, le pregunté por mi ex. Ella me dijo que la niña se había ido a pasear con el amor. Creo que mi tristeza se profundizó aún más, ella lo notó; al instante me hizo seguir a su casa y me ofreció un refresco.
Me aconsejaba que no sufriera por mujeres, que mujeres era lo que había en el mundo y que el mejor remedio era una copa de aguardiente para olvidar las penas. Me la ofreció y yo, sin pensarlo, la recibí. Puso melodías de Juan Gabriel y toda ranchera que había para la época.
El tiempo pasaba y mi tristeza se iba alejando. Me sentía alegre. En la casa, solo estábamos los dos, no estaban sus hijas, pues una andaba de luna de miel y la menor estaba con el papá. La señora de las cuatro décadas se había separado hace unos años.
Trago venía y trago iba. Yo era muy joven y no estaba acostumbrado a tomar de esa manera; era pasar de beber un par de cervezas con los amigos a una botella al lado de una mujer atractiva. Los tragos hicieron efectos. Mi exsuegra también sintió el rigor del alcohol. Tocada de mano iba, tocada de mano venía. Recuerdo ese aroma espectacular de su perfume.
Bailamos mucho y nuestro encuentro terminó en la cama. No recuerdo si lo disfrute o no, lo que pasó al otro día era una sensación extraña, pues a mi exnovia nunca le había tocado nada más allá que las manos y con mi exsuegra había pasado una noche de ensueño. Tal vez ella era la fantasía de todos los jóvenes de mi edad que la distinguían. Eso quedó ahí; nunca hablamos del tema para nada.
Al principio, me daba pena mirarla a los ojos y ella sí me observaba con picardía. Los meses pasaron y a mi exnovia con 18 años le dio por casarse. Eso sí que rompió mi corazón, por lo que tomé una medida drástica y me fui para la Armada. Pensaba que tal vez allá podría olvidarla.
Tengo que confesar que no tuve malas intenciones. Al inicio, solo quise conversar un poco.
El amor se fue apagando. Seguí la carrera en la Armada hasta que me dieron rango y responsabilidades. Una vez volví a casa durante unas vacaciones, ya tenía 22 años. Extrañaba a la familia y a los amigos, a mi ex no tanto. En esos días me enteré de que ella había tenido un bebé con su esposo y fue en ese momento que creí que lo había superado todo.
También supe en las vacaciones que un amigo mucho mayor que yo había conquistado a la bella exsuegra. Ahí me fijé que a ella le gustaban los tipos jóvenes. Él me invitó a casa para tomarme unos tragos con motivo de su cumpleaños, así que fui un poco indispuesto porque no quería verle la cara a la señora.
Pregunté muy cautelosamente por ella y mi amigo me dijo que la hermosa dama no estaba en casa porque tenía turno de noche -trabajaba en una clínica-. Eso me animó. ¿Quién dijo miedo? Acepté compartir un rato con mi amigo.
La hermana, la niña
Llegué al lugar y encontré a un grupo de personas alegres por el sonar de la música. Observé entre la gente a una joven espectacularmente atractiva, de unos 18 años, y después de unos segundos la pude reconocer: era la hermana de mi exnovia.
Tengo que confesar que no tuve malas intenciones. Al inicio, solo quise conversar un poco; de hecho, nos la llevamos muy bien. Obvio, la conocía de años y ella sabía de mi pasada relación con la hermana, pero nunca habíamos interactuado, ya que antes la veía como una niña. Pero ahora era una bella mujer.
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Ella no estaba enojada porque embaracé a la hermana (también estuve con su mamá, aunque no lo sabe)
La fiesta se puso buena: mucho licor y baile de lado a lado. A mi amigo, cuando empezó la madrugada, los tragos lo mandaron a dormir y sin el anfitrión de la fiesta la casa empezó a quedarse sola. De un momento a otro, solo estábamos ella y yo. Mirándonos a los ojos. Una mirada que terminó en un rato de pasión, aprovechando el sueño pesado de mi amigo, que ni por el fuerte ruido se despertó.
Al otro día no tenía ese pequeño remordimiento de conciencia que había sentido por unos minutos con el encuentro pasado con mi exsuegra. Solo pensaba que me había acostado con la mamá y la hermana de la mujer de la que me enamoré. Y con ella, nada de nada.
La historia no terminó ahí. Seguí con mi carrera y pasados unos meses recibí la llamada de mi exsuegra, quien con un tono no tan agradable me dio una noticia.
– Lo felicito, va a hacer papá y yo, abuela -dijo del otro lado del teléfono.
“Mier… la chica quedó embarazada”, pensé. Tenía la edad suficiente para asumir esa responsabilidad y con valentía le di una respuesta.
– Tranquila, señora, responderé por lo que me corresponda.
Ella, la que siempre soñé
Unos dos años después de este acontecimiento, volví a disfrutar de un merecido descanso. Estaba en la casa de mi pueblo cuando sonó el timbre. Como cadete enérgico que era, de inmediato respondí al llamado. Abrí la puerta y mis ojos vieron de nuevo a la bella mujer de la que me había enamorado. Sí, era mi exnovia la que tocaba el timbre.
“Hola, ahora vivo al lado. Volvemos a ser vecinos”, me dijo sin mucha pena. Eso me provocó algo de risa y la saludé como si nada hubiera pasado. Ella no estaba enojada porque embaracé a la hermana (también estuve con su mamá, aunque no lo sabe). Yo tampoco estaba furioso por su traición. Como por esas épocas las llamadas a celular o los chats de ahora ni existían, no habíamos tenido la oportunidad de hablar de todo lo que sucedió.
“Quiero pedirte un favor. Tengo problemas con la energía de mi casa. ¿Me ayudas?”, preguntó inocentemente. Sin mediar palabras, tomé las herramientas; quería poner en práctica los conocimientos adquiridos en el colegio sobre electricidad.
Lo que fue, fue. Igual, ya no somos muchachos.
Fuimos a la casa, descargué las herramientas, mientras que ella cerró la puerta y empezó a llorar. Eso me tomó por sorpresa; la abracé y le pregunté qué le pasaba. Charlamos mucho y, sencillamente, me dijo que no era feliz. La abracé más fuerte, tanto así que terminamos en la cama. El encuentro soñado por fin se había consolidado el día que menos pensé.
Han transcurrido varias décadas desde ese momento. Con mi ex discutimos lo que había pasado con la hermana, pero lo que fue, fue. Igual, ya no somos muchachos. En cambio, lo de mi exsuegra es un secreto de Estado.
Las hermanas tienen sus hogares, su familia. A mi exsuegra, después de ser una bella mujer, ya se le notan los años. Es una gran señora, de su casa, ya está pensionada. Eso sí, ya no bebe, no farrea; los años le han cobrado factura. Con las tres protagonistas he charlado una que otra vez.
Mi hija ha salido una bendición, una mujer berraca y emprendedora. Por mi parte, también hice mi camino y formé mi hogar.
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El Pepazo/EL TIEMPO Colombia