El 974 es un estadio portátil, construido con contenedores, diseñado por un estudio de arquitectura español. Cuando acabe el Mundial, lo desmontan y lo pueden llevar a cualquier parte del planeta. La CBF debería pensar en comprarlo y plantarlo en Brasil. Porque Brasil se siente en el 974 como en casa.
La selección de Tite convirtió el recinto de containers en un sambódromo. La primera parte fue un recital que acabó 4-0 como pudo terminar con ocho o diez goles para la canarinha. A los pobres coreanos -honor para ellos- se les apareció Brasil del 70. Hasta Vinicius, quien lo diría, jugó con pausa.
En su gol, prefirió que toda la defensa se le echara encima antes que rematar de suerte natural. Brasil acompañó su torrente ofensivo con una seriedad atrás que casi da tanto miedo como lo que tiene arriba. Casemiro, Militao o Thiago Silva piden el visado antes de dejar pasar por su zona. En fin, una paliza que pudo ser de época. Brasil escogió la mirada larga y prefirió no correr riesgos ni desgaste en la segunda mitad.
LOS DEL MANTEL A CUADROS
Que haya prórroga y no la juegue Croacia es un sinsentido. Ahí estaban los del mantel a cuadros, frente a Japón, batiéndose el cobre en el alargue. Con el topicazo encima de que saben competir. Pero es que realmente se las saben todas. También los penaltis, donde actuaron con frialdad y acierto. Sobre todo, el portero Livakovic, nuevo héroe nacional. Esperemos que los octavos mantengan su tendencia natural. Sin sorpresas…
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El Pepazo/Marca