Es la segunda vez en la historia que muere un papa que presenta una renuncia. El anterior había sido San Celestino V quien había gobernado a la Iglesia durante cinco meses, del 5 de julio al 13 de diciembre de 1294, hace 797 años. Benedicto XVI no es más el Papa, es un obispo emérito de la ciudad de Roma. Y no hay recuerdo de cómo fueron las exequias de Celestino V, por lo que será una novedad
Gerardo Di Fazio
Ha muerto Benedicto XVI. Joseph Aloisius Ratzinger ha sido el 265 papa de la Iglesia católica y séptimo soberano desde que el Vaticano, por medio de los tratados lateranenses, se convirtió en un estado independiente, mucho más pequeño que el anterior estado pontificio.
Fue elegido el 19 de abril de 2005 tras la muerte de Juan Pablo II, y anunció su renuncia a la sede de Pedro el 11 de febrero de 2013 argumentando: “…He llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecuan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro.”
Su última aparición pública fue en Castelgandolfo el día que se hizo efectiva su renuncia, un 28 de febrero a las 20:00 horas, hora de Italia, a partir de la cual la sede papal quedó vacante, dando comienzo al proceso de celebración de un cónclave que eligió a un nuevo papa, Francisco.
En su último discurso, dijo:
“Gracias queridos amigos: estoy feliz de estar con vosotros, rodeado por la belleza del Creador y de vuestra simpatía que me hace mucho bien. ¡Gracias por vuestra amistad, vuestro afecto! Saben que este día es distinto a los anteriores: seré Sumo Pontífice de la Iglesia Católica hasta las ocho de la noche y no más. Seré simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinaje en esta tierra. Pero quisiera aún, con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, trabajar por el bien común de la Iglesia y de la humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Sigamos adelante con el Señor por el bien de la Iglesia y del mundo. Gracias. Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Gracias. Buenas noches.”
El símbolo del fin de su papado se dio al sonar la última campanada de las 20:00 hs. Las puertas del palacio de Castelgandolofo se cerraron. Ahí culmino su papado.
Pero esta muerte acarrea una serie de nuevos detalles que jamás, desde 1296 a la muerte de Celestino V habían ocurrido. Bonifacio VII era papa cuando el papa emérito Celestino murió, aunque las circunstancias eran muy diferentes. Hace 797 años que un hecho similar no ocurre dentro de la Iglesia católica.
Por tanto, los cambios en los rituales y en las ceremonias todavía no se han confirmado, pero es obvio que las habrá. No habrá misas, por ejemplo “Pro Elegendo Pontífice” a la que asiste el colegio cardenalicio y el cuerpo diplomático. No habrá cónclave. Nadie dirá la famosa frase, al cerrar las puertas de la capilla Sixtina para comenzar el cónclave: “Extra omnes”. De suyo, la palabra cónclave significa “bajo candado” es decir que los que están dentro no pueden tener contacto con los de fuera. Nada de esto ocurrirá.
Los ritos funerarios ante la muerte de un pontífice son complicados y muy ritualizados. Pero Benedicto no es más el Papa, es un obispo emérito de la ciudad de Roma. Y no hay recuerdo de cómo fueron las exequias de Celestino V. Por tanto, todo lo que detallaremos a continuación es cuando un papa muere y queda la sede vacante. Los rituales que se utilizarán en el caso del papa emérito Benedicto serán diferentes. ¿Será como el fallecimiento de un obispo emérito más?, dado que el Papa es el obispo de Roma. Lo que sí, y dada la novedad, se deberá implementar un ritual para este caso: es la segunda vez que ocurre en los dos mil años de historia de la Iglesia.
Cuando un obispo emérito fallece, se lo vela en su última sede episcopal (salvo que en vida ya haya estipulado algún otro lugar…), se realiza la misa exequial de cuerpo presente y casi siempre es sepultado en dicho templo. Acá se une también otro tema, no solo era el obispo emérito de Roma, sino que fue el soberano del estado de la Santa Sede, la única monarquía absoluta de Occidente. Es decir, que es la muerte de un ex monarca y un ex Papa.
Cuando muere un Papa, ¿qué ocurre?, la certificación de la muerte del Papa la realizan los cuerpos médicos de la Santa Sede y una vez certificada la muerte, como se hace con cualquier mortal. Firmado el documento de la defunción, comienzan los rituales específicos. Los médicos dan aviso al prefecto de la casa pontificia y él es quien dice oficialmente: “el Papa ha muerto”. En ese instante todos se arrodillan y comienzan los responsos.
Inmediatamente arranca el turno de vela por parte de los canónigos penitenciarios. Se encienden cuatro velas a los pies de la cama y se coloca un acetre (un pequeño recipiente en forma de balde) con agua bendita y el hisopo junto al lecho mortuorio para los responsos de los prelados visitantes. Estando el cuerpo del Papa todavía en su lecho, hace su llegada el cardenal camarlengo, que viste con estola violeta y que es, durante la sede vacante, la más alta autoridad de la Iglesia católica. Él entra en la habitación escoltado por un destacamento de la Guardia Suiza con alabardas, símbolo de la nueva autoridad, para asegurarse oficialmente de la muerte del Pontífice.
El camarlengo se acerca al cuerpo del papa difunto y con un pequeño martillo de plata golpea la frente del pontífice por tres veces y pronuncia su nombre de pila: “Iosephus, ¿dormis?” tras verificar su muerte dice: “vere papa mortuus est” (de verdad el Papa ha muerto). A continuación retira del dedo el anillo comúnmente llamado “del pescador”, símbolo del poder pontificio. Esta es la señal de que el reinado ha concluido. El anillo será roto junto con el sello de plomo del Papa ante los cardenales. Se hace para evitar cualquier eventual falsificación de documentos papales.
Una vez concluidos estos primeros ritos, el cuerpo del pontífice es retirado para ser lavado y revestido con los atributos papales. Salvo que el Papa haya dicho lo contrario, el procedimiento exige que se le extraigan las vísceras, que son depositadas en urnas que se conservan en la cripta subterránea de la iglesia de san Vicente y san Anastasio, frente a la Fontana de Trevi, en Roma.
Todas las habitaciones del palacio apostólico son lacradas y cerradas. Inmediatamente después, el camarlengo informa al cardenal vicario de Roma que el Obispo de Roma ha muerto. El cardenal vicario le hace saber a todos la muerte del pontífice. Cuando falleció el Papa Juan Pablo II, fue el cardenal argentino Leonardo Sandri quien tuvo la triste tarea de anunciar su muerte. Una vez que el anuncio se hace público, las campanas de Roma y de todas las iglesias del mundo “tocan a difuntos”. Se declaran 9 días de luto riguroso y se ofician en el mundo mil misas por el eterno descanso del Papa fallecido.
El cuerpo se reviste con los atributos papales: sotana blanca, alba blanca, amito, estola, una casulla de color rojo (el color rojo es el color del luto papal) y mitra episcopal blanca. Es depositado en la capilla Sixtina, donde los miembros de la Santa Sede y los diplomáticos presentarán sus honores.
Al día siguiente se lo traslada a la basílica de San Pedro, donde es colocado en un catafalco delante del altar de la confesión. Y ahí estará para que los fieles rindan su último homenaje. Luego de culminado el velorio se realiza la misa de exequias, presidida por el cardenal camarlengo y el decano del colegio cardenalicio; todos con ornamento de color rojo. Y por ser jefe de un estado, suelen concurrir presidentes y reyes o reinas de todos los países con los que la Santa Sede posee relaciones diplomáticas.
Una vez culminada la misa se llevará el féretro, muy simple y sencillo, de ciprés totalmente liso con una cruz negra pintada sobre su tapa y forrado de terciopelo rojo, hasta el lugar de su sepultura mientras el coro entona en himno: “Libera me, Domine, de morte aeterna » (líbrame Señor de la muerte eterna).
En el caso del papa emérito, descansará en el lugar donde estaba el cuerpo de Juan Pablo II, en las grutas vaticanas, que fue subido a la basílica de San Pedro una vez que fue canonizado.
El féretro de madera será depositado dentro de otro de plomo y este dentro de otro ataúd de madera de roble u olmo. Antes que el triple ataúd sea cerrado, un miembro de la casa pontificia leerá los hechos de más relevancia de su pontificado y depositará dentro del segundo ataúd -es decir entre el de plomo y el de roble- un tubo de metal que contiene un pergamino con su acta de defunción, los hechos más notorios de su pontificado y medallas y monedas acuñadas durante su ministerio petrino. Para ser depositado en dicho lugar se debe armar un arnés, dado que el peso de los tres ataúdes puede superar los 500 kilos.
Cuando el ataúd toca el piso, el cardenal camarlengo echa sobre el mismo una cucharada de tierra y dice: “memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris…” (Recuerda hombre que eres polvo y en polvo te convertirás). Lo mismo hacen los cardenales presentes, pero sin decir nada. Una vez concluido todo este ritual, se corre la lápida de granito que cierra la tumba. Así concluyen los ritos fúnebres.
Como dijimos más arriba este ritual es solo para el caso de la muerte de un Papa que deja la sede vacante. Todo será novedoso en esta oportunidad tan especial.
Quien esta nota escribe tuvo oportunidad de estar con el Papa Benedicto en varias ocasiones, de manera privada y pública. La imagen que guardo de él es de un hombre simple, sereno y de gran espíritu paternal, sobre todo en sus coloquios. Tuvo muy mala prensa y siempre soportó los embates con sencillez. Y cuando vio que sus fuerzas flaqueaban supo dar un paso al costado y desaparecer para siempre de la vida pública. Ese gesto debería servir de ejemplo a más de un político: hay que saber observar que, quien siendo uno de los hombres más poderosos del mundo, se apartó totalmente de la vida pública y quedó solo reservado a la oración y a la meditación.
Una vez acalladas las voces maliciosas de estos tiempos, lograremos observar la grandeza del Papa Ratzinger y podremos admirar su obra y sobre todo al extrema humildad y sencillez con la que dejó todo para ofrecer su oración, su contemplación y su silencio por la Iglesia que el amó y ayudó, con sus luces y sombras, para que no pierda de vista la función por la que fue creada: la prédica de la buena noticia de los evangelios.
El Pepazo/Infobae