León Magno Montiel
@leonmagnom
En los años treinta los carabobeños comenzaron a escuchar hablar de un niño prodigio, se decía había nacido en la barriada La Pastora de Valencia. Era el hijo del respetado maestro de música Rafael Romero en doña Luisa Zerpa, mujer piadosa que oraba para que su hijito fuese sacerdote. Era el más inquieto de los cinco hermanos del austero hogar Romero-Zerpa, su nombre Aldemaro, que significa: “El insigne, el célebre”. El chamito tocaba la guitarra con virtuosismo y hablaba con maestría a pesar de la poca edad, tenía una capacidad innata para acompañar a los cantantes invitados de cada ocasión con los acordes certeros para cada canción.
Había nacido el 12 de marzo de 1928, bajo la influencia de piscis, con un talento poco usual para entender la música: sus cuevas e intersticios armónicos, la inasible álgebra de los sonidos. Su padre lo conminaba a estudiar ingeniería, a cursar una carrera técnica, temeroso de que su hijo tuviera que soslayar las dificultades económicas que él enfrentaba y que nunca terminaron. El niño Aldemaro fue un estupendo autodidacta, aprendió la música como un niño aprende su lengua materna: escuchando. Y aunque sólo estudió formalmente hasta el sexto grado, siempre fue sobresaliente en todo.
A los 14 años llegó a Caracas, la capital que amó hasta el momento de su muerte, urbe que lo vio erigirse como un músico universal, a la que le compuso en agradecimiento “Doña cuatricentenaria”:
“No me despiertes de tu sueño
porque estoy soñando que soy caraqueño,
moja mi cara con tu bruma
para que parezca que yo soy de aquí”.
(Romero, 1967).
Ese tema está en tiempo de merengue cañonero, sonido tradicional de la Caracas que Aldemaro conoció a mediados del siglo XX, metrópoli que aún sentía nostalgia de la aldea de tejas rojas que había sido.
Siendo aún adolescente entró como pianista a la orquesta Sonora Caracas, luego en 1949 entró a la respetada orquesta del maestro Luis Alfonzo Larrain, allí tuvo su tutoría, fue desarrollando su talento para ejecutar ese instrumento tan complejo. Fundó su propia orquesta “Aldemaro Romero” y realizó muchos bailes en las noches capitalinas. En las madrugadas, en pleno conticinio, entre la neblina que bajaba del Ávila, se dedicaba a componer temas tan hermosos como “De Conde a Principal”, “Quinta Anauco”, “De repente”. A los 22 años logró un contrato con el sello RCA Víctor de Nueva York. En la Gran Manzana produjo su celebérrimo álbum “Dinner in Caracas” en 1952. Para ese álbum realizó arreglos para orquesta de los grandes clásicos venezolanos: “Alma llanera”, “Moliendo café”, “Dama antañona” y sus primeras canciones. Tiene el récord de ser el disco más vendido en la historia de Venezuela, álbum récord de todos los tiempos. Eso propició una seguidilla de producciones, una dedicada a Colombia, Ecuador, otra a México. Creció su prestigio como director, arreglista, compositor y logró trabajar con celebridades como Dean Martin, Jerry Lewis, Noro Morales, Machito y el gran tenor venezolano Alfredo Sadel: los compatriotas actuaron en escenarios de Europa, Estados Unidos, Cuba, México. Fueron grandes amigos, a pesar de sus dos mega-egos, juntos lograron estremecer los auditorios. El primer tema que Sadel le grabó a Aldemaro fue el bolero “Me queda el consuelo” que, como una despedida del tenor, interpretaron juntos el 19 de mayo de 1988 en el Teatro “Teresa Carreño”, un año antes del deceso del querido cantante lírico.
Aldemaro Romero, a pesar de su juventud, tenía una gran disciplina, era constante en su rutina de creación, se entregaba absorto a su trabajo. En 1968 analizó la música tradicional del llano venezolano, la que se ejecuta con cuatro, arpa y maracas. La escudriñó en demasía, hasta que a finales de ese año, presentó su versión del joropo clásico. Así nació la “Onda nueva” forma musical que logró cambiar el trío de instrumentos primarios llaneros por el piano, bajo y batería; ésta ejecutada por su gran compañero “El pavo” Frank Hernández, un músico innovador. El rol del arpa solista lo haría el piano. El acompañamiento armónico del cuatro, lo haría el bajo y la percusión de las maracas, la asumiría la batería: con marcado acento en el hi-hat sincopado. A ese género a tres tiempos, le agregó armonías del jazz, sus escalas y acordes, las influencias de la bossa nova que estaba en boga gracias a Sergio Mendes y al pionero Tom Jobim. La nueva forma musical venezolana causaría un gran revuelo en América Latina y ejercería influencia en los músicos venezolanos sin distingo alguno. El nombre “Onda nueva” lo sugirió su amigo Jacques Braunstein, músico austríaco que gozaba de su afecto y confianza.
En 1971 realizó en Caracas el Primer Festival de Onda Nueva, con invitados de gran prestigio, como el maestro Armando Manzanero, Chucho Avellanet, Mona Bell, Carlos Soto, Paúl Muriat, Frank Pourcel, Magdalena Iglesias, Luis Aguilé, Bruno Lauzzi, Rucky Raya, Daniel Riolobos, Jo-Dee Keiler, Marlene Shaw, Jean François Michael y Hdenny Street. El magno evento de la música progresista, vanguardista, tuvo dos ediciones más, en los años subsiguientes 72 y 73. Su éxito fue muy local, no logró trascender al público continental, por ello sólo tuvo esas tres importantes puestas en escena.
En 1974, Aldemaro se residenció en Europa, allí compartió con la élite de los músicos italianos. Comenzó a componer obras para orquesta completa, fugas, suites, música de cine. En 1969 ganó el Premio de los Intelectuales por la Paz de Moscú, por la banda sonora de la película “La epopeya de Bolívar”, galardón que recibió en el Kremlin.
Pasó a España, siguió componiendo en medio de sus días nostálgicos obras como “De polo a polo” donde rinde al polo margariteño, como un homenaje a la forma musical oriental y, a la vez, a la distancia que lo separa de su amada patria.
En 1979 regresó del exilio voluntario en Europa y fundó la Orquesta Filarmónica de Caracas, con una importante dotación de músicos italianos, franceses, húngaros y especialmente venezolanos. En esa orquesta comenzó, bajo su tutela, el joven director Eduardo Marturet, considerado hoy en día una figura mundial de la música.
La carrera de Aldemaro siguió creciendo, ganando reconocimiento, pasó por dirigir las orquestas europeas más exquisitas, y hasta por tocar los boleros más íntimos en la barra de algún cabaré, como su clásico “Lo que pasa contigo”:
“Lo que pasa contigo es que te enredas
en la inmensa maraña de las horas
y detienes el tiempo y aprisionas la aurora
y no sé si te vas, o si te quedas.
Lo que pasa contigo es que tú eres,
ciudadana de un mundo sin urgencias”
Fue un excelente locutor, exitoso productor de radio y televisión. Realizó programas con gran solvencia, clase, alto contenido artístico. Llegó a compartir responsabilidades con su paisano valenciano Renny Ottolina, en su show de televisión y en el programa especial “El angelito más pequeño”. Para ese programa compuso el tema “El sueño de una niña grande”, que según Cecilia Todd: “es la canción más hermosa de la zafra aldemariana”. La hija del maestro, Elaiza Romero lo cantó en la televisión y luego lo grabó en 1972:
“Cabecita que sueña
lino y almohadas
mi criatura risueña
canto de hadas”
(Romero, 1967).
El maestro Romero escribió cinco libros, todos sobre la música, y fue cronista de varios periódicos. Comenzó a recibir solicitudes de entrevistarlo para revistas, diarios, canales internacionales. Al mismo tiempo comenzó a percibir regalías por sus temas, que grababan con admiración artistas internacionales como el mexicano Marco Antonio Muñíz y el actor Álvaro Zermeño.
Simón Díaz también nació en 1928. Ambos compositores: Aldemaro y el Tío Simón, pertenecieron a esa generación musical, influenciada en los años 30 por el tango, en los 40 por el bolero, en los 50 por el jazz y en los 60 por la samba y la bossa nova. Pero siempre colocaron al frente de su carrera artística el folclor nacional, los ritmos de su patria. A Simón Díaz, el maestro Romero dedicó en 1970 el tema “Carretera” que describe uno de sus viajes por las rutas llaneras:
“Carretera, acórtate carretera
remontá la cordillera
antes de que me convierta en tolvanera
cementera perdóname cementera
si tumbo la flor del llano con mi carrera”
Ese tema lo arregló para cine el maestro mexicano Rubén Fuentes y lo cantó el actor Zermeño.
En 1974, la compañía CBS Columbia Records le pidió que hiciera un disco en inglés, Aldemaro aceptó el reto y produjo “Onda Nueva en inglés”, osado, inquieto, logró una gran producción, aunque tuvo una tímida aceptación en el público anglófono del Caribe.
Conocí personalmente al maestro Aldemaro el año 2004, en el estudio de Global TV ubicado al lado del Cine Roxy, cuando asistió a mi programa “Conexión Global”. Lo acompañó esa mañana su amigo Jorge Polanco, el reconocido concertista de cuatro. En ese momento, estaban presentando una serie de conciertos en dueto: para piano y cuatro venezolano. Me declaró: “La forma musical venezolana más exportable es la gaita”. De hecho, él compuso cuatro gaitas, que arregló y grabó con grupo de Onda Nueva: “Tonta , gafa y boba”, “Toma lo que te ofrecí”, “Conocí una maracucha”, son algunas de ellas. En 1967 grabó gaitas junto a Mario Suárez, el álbum “Maracaibo” donde el piano fue el solista que interpreta un mosaico de gaitas: “La cotorra”, “La cabra mocha” y “El perico”.
Me confesó su pasión por la gastronomía criolla, disfrutaba todos los platos de la geografía venezolana, era un sibarita respetado. Con su esposa Elizabeth solía comer en los puestos populares de Valencia, donde llegaban los camioneros a desayunar chicharrones y arepas. Ella es caraqueña, nacida el 9 de octubre de 1945, licenciada en estadística de la UCV, su principal admiradora y mecenas. Comentaba que su esposo cocinaba muy bien y era un aliado permanente del buen humor, por ello trabajó en radio con Manuel Graterol Santander y participó en varias ocasiones en la Cátedra del Humor “Aquiles Nazoa”.
Federico Pacanins, el musicólogo caraqueño, afirma que “Aldemaro es el músico más importante de Venezuela por su versatilidad y vigencia”. Las jóvenes generaciones siguen versionando sus temas, algunos en música electrónica, los grandes cantantes siguen grabando su obra genial. El cronista gaitero Humberto “Mamaota” Rodríguez reconocía que Aldemaro influyó grandemente en el concepto Guaco, ellos tomaron sus armonías para enriquecer la gaita que hacían, el poli-instumentista Nerio Franco fue uno de sus mejores discípulos a distancia, quien estuvo al frente de los arreglos del Grupo Guaco en la década de los 70.
A pesar de no haber tenido formación universitaria, Aldemaro tenía un gran respeto y valoración por la academia, por ello se sintió tan regocijado cuando le confirieron sus tres Doctorados Honoris Causa: la Universidad “Lisandro Alvarado” en Lara, la Universidad de Carabobo, de su estado natal, y la Universidad del Zulia. Se le vio muy feliz, sonriente, de toga y birrete en las fotos testimoniales de los tres eventos rigurosamente académicos.
Oscar D’ León, María Rivas, William Alvarado, Alfredo Sadel, Ilan Chester, María Teresa Chacín, Luz Marina, Las Cuatro Monedas (Los hermanos O’ Brien), Rafael “Pollo” Brito, Biella Da Costa, Alí Agüero y Los Cuñaos, María Alejandra, Huáscar Barradas, Mirtha Pérez, C4 Trío, Cecilia Todd, Ricardo Montaner, Karla Lara, Armando Manzanero, Mirna Ríos, Ofelia del Rosal, Mirla Castellanos y Alexis Cárdenas han sido sus reverenciales intérpretes, ellos lograron darle su sonido a las obras que creó el maestro valenciano, agigantando poco a poco el alcance de su repertorio, como su vals homónimo:
“En el colmo de mis ansias
se confunden tu presencia y tus distancias,
como duele la agonía
de tenerte que volver a perdonar
y esconder mi soledad
cada vez que te das vuelta y te me vas”
Tal como lo poetizó Vicente Gerbasi, otro célebre carabobeño: la edad de Aldemaro estaba hecha de sonidos silvestres, lumbre de orquídeas, del compás que marca el pájaro carpintero, dueño del tiempo.
Aldemaro murió el 15 de septiembre de 2007 en la clínica Ávila, producto de una oclusión intestinal. Días antes, su cuadro clínico se hizo más delicado por su condición de diabético, mal que lo importunó por años. Su deceso a los 79 años de edad fue reseñado en toda América y Europa occidental, él nos legó casi 300 obras musicales; entre populares y sinfónicas. Tal como le pidió a su esposa Elizabeth Rossi en un viaje amoroso por Italia, sus cenizas fueron arrojadas al Lago Di Como en Lombardía. Así se cumplió su último deseo de trovador de mundos: sus cenizas cayeron a las aguas mansas y azules del lago lombardo, formando ondas concéntricas que no han cesado.
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