La kombucha está en boca de todos últimamente, coincidiendo con la publicación de un estudio que apunta a sus posibles beneficios en personas con diabetes tipo 2. Expertos en endocrinología y los propios autores de la investigación ponen en contexto estos resultados.
María Sánchez-Monge
La kombucha está de moda y ya no hay quien pare el flujo de información (o incluso la verborrea) en torno a sus bondades. Influencers, famosos, famosillos y hasta algún experto despistado corean sus propiedades con mayor o menor rigor y no faltan las alusiones a su supuesto carácter de “bebida milagro”. Ante esa avalancha, al igual que ocurre con muchos otros alimentos y bebidas, los profesionales sanitarios piden cautela, pero sus alegaciones quedan relegadas a un segundo plano.
La última tendencia es asegurar que la kombucha es una aliada frente a la diabetes tipo 2. ¿Una invención? No, lo cierto es que esta semana se ha publicado un estudio que apunta en esa dirección. ¿Una exageración? En muchos casos, sí. En otros se explica claramente el alcance de la investigación y lo que se puede inferir de ella.
¿Qué es la kombucha?
Antes que nada, conviene explicar cómo se obtiene esta bebida y cuáles son sus propiedades. Pertenece a la categoría de alimentos fermentados, al igual que el yogur, el kéfir, el kimchi, el chucrut o el miso. La fermentación es un proceso a través del cual ciertos microorganismos (bacterias y hongos) modifican las propiedades de los alimentos al transformar sus compuestos en otros. Se trata, por lo tanto, de probióticos.
La kombucha es un té azucarado, fermentado a través de un cultivo formado por levaduras y bacterias llamado scoby (del inglés: symbiotic culture of bacteria and yeast). El resultado es una bebida con una pequeña cantidad de alcohol (por debajo del 0,3%, debido al proceso de fermentación) y una cantidad residual de azúcar, ya que ha sido consumida por el scoby durante la fermentación.
¿Beber kombucha mejora la salud?
Los alimentos fermentados pueden considerarse, en términos generales, una opción saludable y exótica desde el punto de vista gastronómico, ya que aportan sabores y texturas diferentes. Pero de ahí a atribuirles propiedades o beneficios concretos para la salud hay un buen trecho.
Los estudios in vitro y en animales de laboratorio han observado un elevado potencial antiinflamatorio y actividad antioxidante, una reducción de los niveles de colesterol y de la presión sanguínea, disminución de la propagación del cáncer y la mejora de las funciones hepáticas, gastrointestinales y del sistema inmunitario. Sin embargo, aún no existe suficiente evidencia en humanos.
De hecho, debido a los pocos estudios que existen, se recomienda no consumirla durante el embarazo, la lactancia y la infancia. Además, en caso de padecer alguna patología, como enfermedades cardiovasculares o diabetes, se aconseja consultar antes al médico.
Kombucha en personas con diabetes tipo 2
¿Y si la kombucha sirviese para tratar la diabetes? Los indicios están ahí y un equipo de investigadores de la Universidad de Georgetown (Washington, Estados Unidos) pensó que merecía la pena intentar averiguarlo. Se pusieron manos a la obra y llevaron a cabo un ensayo piloto cuyos resultados se acaban de publicar en la revista Frontiers in Nutrition.
En los últimos años se han publicado algunos estudios de laboratorio y en ratones que muestran resultados prometedores sobre los efectos para la salud de esta bebida y un pequeño estudio en humanos en el que la kombucha redujo los niveles de glucosa (azúcar) en sangre en personas sin diabetes. Sin embargo, hasta la fecha no se había realizado ningún ensayo clínico, que representa un paso más en la investigación.
Los resultados han sido positivos: los pacientes con diabetes tipo 2 que consumieron la bebida de té fermentado durante cuatro semanas presentaron unos niveles más bajos de glucosa en sangre en ayunas que cuando tomaron una bebida placebo de sabor similar. No obstante, los investigadores advierten que estos datos deberán ser corroborados por un ensayo más amplio, ya que en este solo contaron con 12 participantes.
Al finalizar las cuatro semanas de estudio, la kombucha redujo los niveles promedio de glucosa en sangre en ayunas de 164 a 116 miligramos por decilitro, mientras que la diferencia tras el consumo de la bebida placebo durante el mismo periodo de tiempo no fue estadísticamente significativa. La Asociación Americana de Diabetes recomienda mantener los niveles de glucosa en sangre en ayunas entre 70 y 130 miligramos por decilitro.
Microorganismos potencialmente beneficiosos
Por otro lado, los investigadores analizaron la composición de la kombucha que habían utilizado -centrándose en los microorganismos fermentadores- para determinar qué ingredientes podrían ser los responsables del efecto beneficioso observado. Comprobaron la abundancia de dos tipos de bacterias, que eran productoras de ácido láctico y de ácido acético. Asimismo, estaba presente la levadura Dekkera.
A la espera de estudios más amplios
Aún no está todo dicho y se impone la cautela. Cristóbal Morales Portillo, especialista en Endocrinología y Nutrición del Hospital Vithas Sevilla y miembro de la Sociedad Española de Diabetes (SED), recalca que se trata de “un estudio piloto, que apunta a un beneficio discreto”. El experto señala que con solo 12 pacientes no se pueden extraer conclusiones definitivas. Para ello, será preciso llevar a cabo “estudios a más largo plazo, con más pacientes y una metodología más exhaustiva para poder determinar no solo la eficacia, sino si es clínicamente relevante y la seguridad”.
En tanto en cuanto no se aclaren todos estos aspectos, Morales apunta que no se pueden ofrecer consejos sobre el consumo de kombucha en pacientes con diabetes tipo 2. “En medicina necesitamos mucha más evidencia antes de lanzar una recomendación general”, advierte.
Algunos de los productos de fermentación o compuestos químicos de la kombucha podrían resultar beneficiosos en el control de la glucosa en sangre, reconoce Morales. “Lo que no sabemos es hasta dónde llegará su eficacia”.
Este endocrinólogo alerta sobre la existencia de corrientes de opinión “en contra de los fármacos y a favor de los alimentos naturales, con los que no vas a curar la enfermedad, sobre todo si es una diabetes evolucionada”. Hacer caso a esas tendencias puede llevar a los pacientes a abandonar la terapia farmacológica, con el consiguiente peligro para su salud.
Por último, hace hincapié en que el tratamiento prescrito por el médico debe acompañarse “de hábitos de estilo saludable basados en nuestro patrón nutricional mediterráneo”. En este sentido, aprecia que a veces “olvidamos que nuestros productos de cercanía, que son menos exóticos, sí tienen demostrados los beneficios para la salud”.
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