Rememoramos a aquella selección de gladiadores de los años 50- 60 que en sus afrentas fueron dejando gotas de Venezuela en cada cancha, a sabiendas de que su siembra tendría buena cosecha. Pero ahora mismo, vemos cómo ese legado fue mancillado y echado a un lado, sin importar nada. Quizás haya servido para las arcas de la logística pero mató el acervo de nuestro baloncesto.
Luis Carlucho Martín
Orlando Benavides, Andrés Bracho, Jorge Rafael «Tarzán» Herrera, Mauricio Jhonson, Gustavo López, Guillermo Martínez, Luis “Hueso” Navarro, Germán «Pototo» Ostos, Cecilio Pérez Bolaños, Freddy Plathy, José Rafael Romero Bolívar, Arcadio Silva y Julio Webel Montezuma, fueron, sin duda, parte de la élite histórica del baloncesto nacional. Esa selección conformada por arrojados deportistas de comprobada valía, nos representó en los CAC de Caracas 1959. Ese baloncesto daba pasos muchas veces inciertos en su camino hacia la modernización, que llegó un tiempo después, gracias a los aportes desde lo académico y a las nuevas metodologías y sistemas técnico-tácticos que acertadamente fueron importados, por otros venezolanos de gran valía –Paco Diez, Germán Orihuela, Leonardo Rodríguez y otros que se prepararon–, desde Estados Unidos con mucho éxito… Fue un lento pero invaluable trayecto.
Resultó necesario ese proceso de luces para el baloncesto criollo, porque aquellas selecciones iniciales, a pesar de estar plagadas de estrellas, no daban pie con bola. Resultados adversos parecían una constante. Éramos los más débiles. Perder se hizo costumbre a pesar del empeño que, sin dudas, le ponían los gallardos atletas.
A favor, tuvo aquella excelsa generación, además de la mística de cada jugador, a los miembros de la Federación Venezolana de Baloncesto: Don José Beracasa, César Rojas, don Armando Naranjo, Elio Ohep y Próspero Navarro Sotillo; a lo que se le sumaba un, noble y de comprobada ética, personal técnico en el que destacaba siempre la figura de los hermanos Rubén, Roberto y Luis Gómez Logiodicce, Dámaso Rovira, Juan Contreras, Alejandro Gutiérrez, Antonio Lares y Héctor Ortega Álvarez, entre otros.
Esos factores se confabulaban, en aquella pacífica ambientación basquetera, que a pesar de su entrega, dedicación y pundonor, no podía ocultar su inferioridad técnica ante rivales vecinos como Puerto Rico, Panamá, Colombia, El Salvador e incluso Costa Rica, solo por nombrar a los de la zona centroamericana.
Mientras en las emisoras de radio y en la novísima televisión nacional sonaban Alfredo Sadel, Néstor Zavarce, Héctor Cabrera, Héctor Murga, Lucho Gatica, Julio Jaramillo y Daniel Santos y otros tantos, nacían Radio Rochela y Noti Rumbos, se inauguraba el túnel de La Planicie, el hipódromo La Rinconada –ese año Pensilvania ganó el Simón Bolívar con Gustavo Ávila en el sillín– y al terminar su mandato Edgar Sanabria –jefe de la junta de gobierno–, llega Rómulo Betancourt a la presidencia de la República en el naciente sistema que apoyaba sus decisiones político-administrativas en el Senado, presidido por Raúl Leoni, con Rafael Caldera comandando la Cámara de Diputados.
Un país con potencialidades
En esa Venezuela inquieta pero apacible y segura, de inicios de la segunda mitad del siglo XX, donde las damas llevaban vestido más abajo de las rodillas y los caballeros en su mayoría usaban paltó, cualquier familia de clase media vivía tranquila con lo devengado, nuestro baloncesto quería empezar a seguir los pasos del glorioso boxeo y, sobre todo, del beisbol, que ya había dado muestras de su innegable poder a través de los Héroes del 41. Y ese mismo 1959 se ganaría el oro en los Panamericanos de Chicago…
Así, la disciplina de las cestas, las alturas, los rebotes, la defensa, las tácticas y estrategias, seguiría su indetenible desarrollo, con la instauración de la Liga Especial en 1974, convertida en Conabaes y de inmediato en Liga Profesional en 1992. Con federativos, dirigentes y entrenadores conscientes de la importancia de las categorías formativas –en ambos géneros: solo hay dos, a pesar de las inventaderas actuales–, que impulsaron la formación integral no solo de los nuevos basqueteros, sino de entrenadores criollos y, por supuesto, árbitros y personal técnico. Hubo aportes –indudable– de sabios extranjeros, divorciados de la arrogancia que genera creerse los mejores. Venían a compartir conocimientos con sus asistentes, criollos todos, gracias a decisiones de las sucesivas directivas de Fevebasket en aquellos días.
Claro está, las ligas rentadas no son para formar jugadores, pero sirven para que se muestren y corrijan. Por ello, la preponderancia de que los jugadores importados no interrumpan el proceso de los criollos. Se calculó muy fría y acertadamente esa decisión al poner límites en la contratación de foráneos. Al punto de que con gerencia y desarrollo técnico «made in Venezuela» escribimos varios capítulos históricos: clasificación a mundiales –en varias categorías– y por primera vez a juegos olímpicos, los Héroes de Portland y luego los de México. Máximos niveles. Pero, casi de inmediato y, como mandado desde el mismísimo infierno, inexplicables cambios de rumbo, sin destino fijo, y una dirigencia sorda y absolutamente ignorante de la materia basketera –todos somos ignorantes: unos, de algunas cosas; otros, de otras–, y como broche de oropel, una tal súperliga. (Cómo me convences de que una súperliga es aquella donde hace vida un montón de jugadores extranjeros, muchos equipos de dudoso nivel, otros regulares y dos o tres con ciertas cosas para rescatar, y con resultados disparejos, muchas veces con marquesinas finales que muestran diferencias de 20, 30 o hasta 40 puntos). A ello se suma la decisión de sentar en el banquillo técnico nacional a unos señores no nacidos en el país –sin el background adecuado; pueden revisarlo–, que despotrican de los técnicos de casa y que prohíben deliberadamente que los criollos aprendan algo de lo novedoso que pudieran traer en su chistera, que no es el sombrero de los magos sino una fábrica indetenible de chistes muy, muy, muy malos.
Los héroes de Portland
Cierto es que la hazaña de Portland fue dirigida por el boricua Julio Toro –sustituto de Flor Meléndez, quien no pudo asumir por compromisos previos y recomendó a su paisano–, pero asistido por Mauricio Jhonson y Henry Paruta. Cierto es que el logro en México fue bajo el mando del Che García, pero secundado por Kako Solórzano y un grupo de otros venezolanos. Siempre se llegó a puerto seguro. Los objetivos se cumplieron. Pero ahora mismo, en este mundial escenificado en tierras asiáticas, la soberbia y el desconocimiento –inocencia no es– de los que toman decisiones hizo retroceder a nuestro baloncesto. Lo llevó a subniveles impensados. Es una humillación. Porque esta excelsa generación de jugadores que dio el todo por el todo, sin dudarlo, ya pide a gritos sustitución, renovación en puestos claves. Pero los mandamás, pensando quizás en viáticos más que en resultados, trazaron una exigente ruta turística de primera línea: tres continentes en tiempo récord, con juegos contra rivales infinitamente superiores –atentando adrede contra el autoestima–. Conocieron el mundo, está bien, pero jamás la victoria ni el estímulo para que nuestros jugadores pudiesen aguantar en los últimos minutos de cada partido. Las lesiones no son producto de la casualidad. Fatiga y cosas varias, diría un sabio del entrenamiento deportivo.
¿Será que están estupidizados de tanto oír a Bad Bunny o cualquier otra basura rapera de la actualidad?. Por favor, no digan que fue el gobierno, ni la oposición, ni mucho menos el bloqueo. Asuman su descarada falta de amor por esta pasión que más que un deporte es una forma de vida, y como tal hay que respetarla, con sus raíces, su historia, su camino de gloria…esa que ahora se ve ultrajada.
Rememoramos a aquella selección de gladiadores de los años 50- 60 que en sus afrentas fueron dejando gotas de Venezuela en cada cancha, a sabiendas de que su siembra tendría buena cosecha. Pero ahora mismo, vemos cómo ese legado fue mancillado y echado a un lado, sin importar nada. Quizás haya servido para las arcas de la logística pero mató el acervo de nuestro baloncesto.
Un sincero aplauso, mis respetos y mis afectos para aquella, para las intermedias –incluyendo a los de Portland, por supuesto– y para esta generación de jugadores. Pero a la dirigencia, a la actual, le sale juicio histórico para que asuman como debe ser su ineludible responsabilidad por tan funestos resultados.
Que sean sancionados como les corresponde. Ah, con la verdad no temo, como sí lo hace un lamentable grupito de colegas y un montón de piratas de las redes sociales –como los que manejan la supuesta información oficial del deporte nacional–, porque no estoy buscando ni cuñas ni viajes. Y garantizo que nos duele el basket, mientras que a uds les genera dividendos, muy a pesar de sus funestos resultados ¡He dicho!
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El Pepazo