Los Pacers ganaban 82-97 después de un tiro libre de Stephen Jackson. En la jugada siguiente, cuando restaban 45 segundos para el final, Ben Wallace consumó un 2+1 después de una dura falta de Ron Artest -ahora Metta Sandiford-Artest y previamente Metta World Peace-, máximo anotador del encuentro con 24 puntos. El rocoso pívot de los Pistons se fue hacia su rival y le dio un fuerte empujón. El agredido, extrañamente con su volátil carácter, no respondió. Se montó una trifulca en la pista, cerca de la mesa de anotadores, donde Artest decidió tumbarse. Jugadores de los dos equipos se gritaban y empujaban mientras ambos cuerpos técnicos trataban de separarles.
Hasta ahí, nada que no se hubiera visto antes en cientos de partidos de la NBA. Todo se desmadró cuando desde la grada, un aficionado llamado John Green arrojó un vaso con líquido a Artest, que seguía ‘relajándose’ sobre la mesa de anotadores. El alero identificó al seguidor que se lo había lanzado y se fue directo a por él. De camino, pisoteó al comentarista oficial de los Pacers, al que rompió cinco vértebras. Se acababa de desatar el infierno. «Enciende la televisión. No vas a creer lo que está sucediendo», le dijo el comisionado David Stern a su segundo, Russ Granik, en una llamada telefónica de urgencia.
Todos los insultos racistas que escuché, todas las cosas que escuché sobre mi madre, mis hijos, mi baloncesto… Me sentí bien golpeando a los aficionados
Artest comenzó a golpear a aficionados en la grada, entre los que se encontraba el hermano de Ben Wallace. También subió Stephen Jackson sin ningún ánimo de apaciguar, más bien lo contrario. «Todos los insultos racistas que escuché, todas las cosas que escuché sobre mi madre, mis hijos, mi baloncesto… Me sentí bien golpeando a los aficionados», reconoció años más tarde. Rasheed Wallace, uno de los ‘bad boys’ de aquellos Pistons, deambulaba a su vez entre las filas de asientos. Llovían los mamporros y los escasos agentes de seguridad allí presentes eran incapaces de contener tanta violencia.
Lluvia de palomitas, refrescos, vasos…
Artest fue sacado de la grada con la camiseta rota. Sus compañeros Scott Pollard, Austin Croshere y Reggie Miller, que no jugó aquel partido, le calmaron en la pista. También Mike Brown, ahora entrenador de los Kings, que por entonces estaba en el cuerpo técnico de los Pacers. Entre todos se lo llevaron a los vestuarios. Cuando enfilaban el túnel, les llovieron palomitas, refrescos, vasos, hielos…
Pero aquello no fue el final. Pese a que Larry Brown, entrenador de los Pistons, cogió el micrófono para pedir calma por los altavoces, la pelea continuó en la pista con aficionados locales, supuestamente ebrios, que habían bajado desde la grada para desafiar a los jugadores rivales. Pudo acabar en tragedia. Jermaine O’Neal, pívot de los Pacers de 2,11 metros y 116 kilos, lanzó un puñetazo a uno de los seguidores de Detroit. Afortunadamente, justo antes se resbaló con el líquido que había sobre el parqué y no acertó con el golpe. «Que no le diera por aquel resbalón, fue el mejor error en la carrera de Jermaine», celebraba Reggie Miller pasado el tiempo. Le podía haber destrozado. «Por muy feo que aquello pareciera en la televisión, fue al menos 20 veces peor vivirlo en persona», dijo el pívot sobre aquella terrible pelea.
Que Jermaine O’Neale se resbalara al golpear a aquel aficionado fue el mejor error de su carrera
Los árbitros les dieron al partido por ganado a los Pacers sin necesidad de disputar los 45 segundos restantes. Nadie habló ante los medios. En el vestuario, ya más calmados, Artest, que siempre tuvo una personalidad especial, le preguntó a su compañero Jackson: «¿Crees que nos vamos a meter en problemas?». Este respondió: «¿Hablas en serio, hermano? ¿Problemas? Ron, tendremos suerte si tenemos un maldito trabajo». Los de Indiana metieron a Artest rápidamente en el autobús para irse cuanto antes escoltados por un fuerte dispositivo policial, pues hasta el pabellón, ahora sí, se habían desplazado numerosas unidades.
Balance de daños y de sanciones
El balance en lo físico fue de nueve espectadores heridos, con dos de ellos teniendo que acudir al hospital. En cuanto a sanciones, al comisionado David Stern, no le tembló el pulso. Artest fue sancionado por todo lo que restaba de temporada. En total fueron 86 encuentros, los 73 que restaban de Liga regular y 13 de playoffs. Durante ese tiempo, dejó de ganar unos cinco millones de dólares. Es el mayor castigo impuesto por la Liga por un asunto que no tenga que ver con drogas o apuestas. «Stern manejó aquello de la mejor manera. Simplemente creo que hizo lo correcto», reconocía sobre la sanción que le impusieron.
A Jackson le cayeron 30 partidos y a O’Neal 25, que fueron rebajados a 15. La peor sanción en las filas de los Pistons fue para Ben Wallace, con seis encuentros. En sanciones ganaron ampliamente los Pacers: 137-9 en partidos de suspensión.
¿Hablas en serio, hermano? ¿Que si nos vamos a meter en problemas? Ron, tendremos suerte si tenemos un maldito trabajo
Además, Artest, Jackson y O’Neal se enfrentaron a cargos penales que les hicieron cumplir un año de libertad condicional, realizar 60 horas de servicios para la comunidad y someterse a cursos para el control de la ira. A todos los aficionados de los Pistons que estuvieron involucrados se les prohibió asistir de por vida a los partidos del equipo. La NBA cambió también sus protocolos de seguridad, colocando agentes detrás de los banquillos, y sobre el consumo de alcohol en los pabellones.
Los Pacers, sin el sancionado Artest, ya no volverían a jugar a Detroit hasta el 25 de marzo de 2005. Aquella cita se tuvo que retrasar más de una hora por amenazas de bomba en el vestuario visitante. Por supuesto, los aficionados no habían olvidado la pelea. De hecho, nadie en la NBA ha podido borrarla de su memoria aunque ya han pasado 20 años. Es la situación más ignominiosa en la historia de la competición.
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El Pepazo/Marca