Luis Carlucho Martín
Aunque nació en su querida Macarapana, por allá cerquita de Carúpano, Francisco de Paula Mata Rivero, dejó huella en el periodismo gráfico deportivo caraqueño y nacional, por su accionar como laboratorista fundador del Bloque De Armas y del departamento de fotografía del Instituto Nacional de Deportes.
Tristemente, se nos fue hace unos pocos años. Llegó al IND gracias a sus condiciones como ciclista, que fueron demostradas al ganar un clásico ciclístico caraqueño, especial para repartidores de farmacias (evento ya desaparecido), y refrendadas con su inclusión en la selección distrital y luego nacional de calapedismo, con la que destacó en varios ciclos olímpicos.
Inició en la fotografía al dejar la bicicleta. Recibió apoyo de un avezado periodista deportivo y directivo del ciclismo, Jesús Eduardo Lizarraga, para estudiar en Munich, Alemania, donde además perfeccionó ciertas técnicas del bel canto y desde entonces Pancho o Matica, demostró sus dotes como el tenor de la fotografía deportiva y voz líder de la Coral ienedista.
Así comienza su carrera Granada, otro apodo bel canto –acaso el más adecuado–, en honor a la pieza maestra del mexicano Agustín Lara, que Francisco, hijo adoptivo de Care, estado La Guaira, entonaba en cualquier reunión social desde sus días de fotógrafo raso o de cuando asumió posiciones directivas del Círculo de Reporteros Gráficos de Venezuela, donde escaló posiciones por su tesonero trabajo gremialista.
Como buen oriental, era apostador, echador de cuentos, libador y buen pico, sin llegar a sibarita como sí lo fue su respetado compadre, Fernando “El Pollo” Sosa. Le hacía swing a cualquier rumba, y si era de cantar donde sea y hacer cada día más amigos Mata era el número uno. Sin mezquindad alguna compartía no solo sus conocimientos sino los trucos aprendidos y perfeccionados en los laboratorios de fotografía del mundo entero, en los que laboró por casi 40 años.
En las ya desaparecidas olimpiadas venezolanas (juegos nacionales juveniles) era el encargado de armar los laboratorios, cuyos cuartos oscuros para el revelado preparaba cuidadosamente con bolsas plásticas negras, y como por arte de magia todo salía bien.
Eran los días del arte fotográfico en blanco y negro, y de la cámara de rollos, de 12, 24, 36 y hasta 48 exposiciones, aunque él y sus colegas reporteros gráficos de distintos medios, sabían sus trucos para recargar con película virgen los tubos contentivos de los rollos, y otra vez a la faena.
Una jornada cualquiera estuvimos en una tasca de La Candelaria jugando caballos. Nos había dateado Julio Silva, por lo cual no ganamos ni una carrera, lo que afectó nuestro presupuesto etílico. Mata se las ingenió. Cantó Granada, Júrame y Desesperanza. Arrancó aplausos. Impresionó al dueño, quien a cambio de otras canciones y unas fotos nos exoneró la cuenta.
De repente Matica me dice, “Luis vámonos pa’l carajo: Se me olvidó ponerle rollo a esta vaina”. Y nos fuimos, cagados de la risa, a contarle eso a la negra Ana, el amor de su vida.
Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo