La reina de Inglaterra recibió el último adiós en presencia de mandatarios de todo el mundo, antes de ser enterrada en Windsor
Carlos Fresneda/Teresa Aburto
Reino Unido pone hoy fin a los diez días de luto nacional declarados por la muerte de Isabel II con un solemne funeral de Estado en la Abadía de Westminster, el mismo lugar donde la reina fue coronada en 1953, seguido del entierro esta tarde en Windsor. La capilla ardiente cerró sus puertas a las 6:30 (hora local), poniendo fin a una cola que ha recorrido desde el pasado miércoles las orillas del Támesis a lo largo de varios kilómetros. Cientos de miles de ciudadanos esperaron durante horas para presentar sus respetos ante el féretro de roble de Su Majestad.
Los cerca de 2.000 invitados ‘in situ’ al funeral comenzaron a llegar a la Abadía a las ocho de la mañana, entre ellos 500 jefes de Estado y dignatarios extranjeros, miembros de la realeza llegados de todo el mundo, militares condecorados por su servicio al país y civiles que han destacado por su labor en la comunidad. Los líderes políticos llegaron en autobuses, así como los Reyes Felipe y Letizia, y los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía. La excepción fue el presidente de EEUU, Joe Biden, que acudió a la Abadía en su coche blindado, conocido como la «bestia», y que acabó atascado durante varios minutos en Marble Arch. El presidente francés, Emmanuel Macron, de la mano de su mujer, Brigitte, fue uno de los primeros mandatarios en ocupar asiento. Los ex primeros ministros John Major, Tony Blair, Gordon Brown, David Cameron, Theresa May y Boris Johnson entraron a la Abadía en grupo, acompañados de sus respectivos cónyuges.
Con rigurosa puntualidad británica y en medio de un silencio apabullante, el ataúd fue depositado a las 10:42 sobre un carro de artillería utilizado anteriormente para los funerales del rey Eduardo VII, Jorge V, Jorge VI, Winston Churchill y Lord Mountbatten. Sobre el féretro, dos coronas: la Imperial del Estado y otra de flores con plantas -de los jardines de Buckingham, Clarence House y Highgrove House- que incluía romero (símbolo de recuerdo), mirto (que lució Isabel II en su ramo de novia) y roble inglés (la fuerza del amor).
Encabezados por 200 gaiteros, más de 140 miembros de la Marina Real tiraron del carro con inmaculada coordinación a través de Parliament Square hasta la puerta oeste de la Abadía, cuyas campanas doblaron 96 veces antes del funeral, una por cada año de vida de Isabel II. Detrás del ataúd, como ya hicieran el pasado miércoles durante su traslado desde el Palacio de Buckingham a Westminster, caminaron el rey Carlos III, sus tres hermanos -Ana, Andrés y Eduardo- y sus hijos, Guillermo y Enrique. En esta ocasión, Enrique y el príncipe Andrés no han lucido uniforme militar, al haber sido despojados de sus tareas como miembros de la familia real. Hasta el altar de la Abadía siguieron el féretro la reina consorte, Camilla, la princesa de Gales, Catalina, sus dos hijos -Jorge y Charlotte- y la duquesa de Sussex, Meghan.
La ceremonia religiosa comenzó a las 11:00 y fue oficiada por el deán de Westminster, David Hoyle, que expresó la gratitud de los británicos por el «sentido del deber» de la reina durante toda su vida. «El patrón para muchos líderes es ser exaltado en vida y olvidado después de la muerte», dijo durante su sermón el arzobispo de Canterbury, Justin Welby. «Su difunta Majestad declaró en su 21 cumpleaños que toda su vida estaría dedicada a servir a la nación y a la Commonwealth. Pocas veces se ha cumplido tanto una promesa», añadió. Una de las lecturas, a cargo de la primera ministra, Liz Truss, evocó la promesa de la vida eterna en el cielo.
Minutos antes de que concluyera el funeral, a las 11.55, se guardaron dos minutos de silencio en todo el Reino Unido. El servicio fúnebre concluyó con el himno nacional y una pieza interpretada por el gaitero oficial de la reina. El cortejo abandonó la Abadía a las 12:15, alumbrado por los primeros rayos de sol del día. La procesión compuesta por unos 3.000 militares recorrió dos kilómetros hasta el Arco de Wellington, en la esquina sureste de Hyde Park, seguida de nuevo a pie por los miembros de la familia real, a excepción de Camilla, Catalina y Meghan, que lo hicieron en coche. Las salvas de cañones y las campanadas del Big Ben resonaron a cada minuto.
Joe y Nolan, dos marines que participaron en los preparativos pero no llegaron a sumarse a la procesión, siguieron la ceremonia muy firmes entre el público: «Estábamos de reservas pero nos quedamos fuera, aunque pudimos pasar a la capilla ardiente y rendir tributo a la reina. Este es un momento solemne e histórico para todos nosotros. Lo recordaremos toda la vida».
«NUNCA HABRÁ OTRA COMO ELLA»
Durante la procesión, la norirlandesa Leslie O’Brien, de 49 años, rompió a llorar y tuvo que ser consolada por su hija de 15 años, Janine. «Me ha emocionado mucho este silencio repentino», confesaba desde las vallas de Little George Street, donde vio pasar el cortejo. «Hasta ahora casi no había llorado, como si no acabara de creérmelo, pero imagino que tendremos que tirar hacia delante». Madre e hija estuvieron el martes en la catedral de St. Anne en Belfast, en la bienvenida al nuevo rey: «Nunca habrá otra como ella, pero creo que Carlos encontrará su sitio. Aprenderá de sus propios errores, como estos días, pero acabará siendo un buen rey».
Hoy es festivo en Reino Unido, y los colegios y la mayoría de los comercios permanecerán cerrados. A partir de mañana, 67 millones de británicos tendrán que ‘despertar’ de los cientos de homenajes reales, con el país prácticamente paralizado desde hace dos meses y once días. En Londres, que ha amanecido silencioso y nublado, cientos de británicos desafiaron las bajas temperaturas y pasaron la noche al raso para tomar posiciones frente a la Abadía y en torno a la procesión.
Eleanor Johnson, de 62 años, fue una de las últimas en pasar a la capilla ardiente a las cinco de la madrugada y decidió quedarse a despedir el féretro. «Pensamos que no nos iba a dar tiempo, pero la cola avanzó muy rápido al final y todos respiramos con alivio», asegura Eleanor, profesora, que llegó a Londres desde Peterborough por su cuenta. «Allí tenemos enterrada a Catalina de Aragón, nuestra reina y vuestra reina: los lazos de nuestras familias reales perduran durante siglos».
Jeremy Henz, de 53 años, abogado en la City, también logró abrirse paso entre los últimos y decidió quedarse en la plaza del Parlamento esperando: «Tardé más de diez horas en poder pasar pero fue un momento muy emocionante. Pensaba volver a casa, llevo toda la noche sin dormir, pero al final me uní a un pequeño grupo y decidimos quedarnos. Es un momento histórico y siempre podré decir que estuve allí».
ÚLTIMO VIAJE A WINDSOR
El féretro con los restos mortales de la reina realizó su último viaje esta tarde. A las 13:00, el coche fúnebre recorrió los 35 kilómetros que separan Londres del castillo de Windsor, donde han residido 40 monarcas británicos. A su llegada, el coche estaba cubierto de las flores que le tiraban los presentes. Después de una procesión por la Larga Marcha, en la que aguardaban desde primera hora miles de personas, el féretro ha entrado a la capilla de San Jorge, donde el deán de Westminster ofició un breve servicio religioso con 800 invitados, entre ellos la ‘premier’ Liz Truss, su homóloga neozelandesa, Jacinda Ardern, el Rey Felipe VI y su madre, Sofía. A las 19:30, Isabel II será finalmente enterrada en una ceremonia privada con la familia real.
«El trabajo es la renta que pagas por la habitación que ocupas en la tierra», decía la reina de Inglaterra. Deja atrás siete décadas de servicio a la Corona británica y un funeral diseñado por ella misma que es ya parte de la Historia. En Windsor, donde pasó su infancia, la reina más longeva del mundo descansará junto a su padre, el rey Jorge VI, la reina madre, su hermana Margarita y el que fue su marido durante 73 años, Felipe de Edimburgo. En su lápida quedará grabado: «Elizabeth II 1926-2022».
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El Pepazo/El Mundo España