De eso hace 383 años (capicúa) …Y como es un cuento se los cuento
Luis Carlucho Martín
Un claro ejemplo de lo mágico y religioso unido a hechos naturales, es sin dudas, el muy devastador terremoto de San Bernabé –nombre colocado por el santoral, adrede para mantener acendradas aquellas creencias de que las acciones ciudadanas contrarias a los intereses de quienes ostenten el poder serían castigadas desde lo más alto del Cielo, aunque el movimiento telúrico viniese desde bien abajo–. El sismo quedó registrado como el primero de los que han golpeado a la brava Caracas acaso por su sempiterno espíritu de rebeldía y sus aires liberadores para sacudirse del coloniaje y otras formas de dominio.
Según Funvisis –organismo que ni pensaba en nacer, he dicho–, el inclemente sismo tuvo una magnitud de 6.3 grados, aunque otros hablan de 7 u 8. Como fuere, era para asustarse. Aquellas fuerzas arrasadoras acabaron con gran parte del centro caraqueño y casi toda La Guaira. La gente que pudo huir lo hizo hacia el este, con destino a Chacao. Cuentan que unos iban auxiliando heridos y tratando de disipar los ensordecedores ruidos que desde el centro de la tierra anunciaban muerte y desolación.
En aquella pequeña capital se estima que fueron tapiados unos 200 ciudadanos bajo las ruinas de la Catedral, el Hospital Real de San Pablo y los conventos San Francisco y San Jacinto, además de la naciente iglesia de Las Mercedes, donde hoy oficia el templo de La Pastora.
Otros cronistas, más optimistas, indicaron que en Caracas solo hubo 54 muertos y apenas 30 en La Guaira. Y aunque nunca se sabrá a ciencia cierta –igual que cuando el deslave de 1999– apostamos a que haya sido siempre la menor cifra fatal. Amén.
Aquella catástrofe sucedió el 11 de junio de 1641 –hace 383 añitos, capicúa–, mientras el Monseñor Mauro oficiaba la santa misa en honor al apóstol San Bernabé en la catedral de la plaza Mayor. Las agujas del emblemático reloj del principal templo eclesial caraqueño, según cuentan, quedaron marcando la trágica hora de las 8:45. Por eso todas las crónicas dicen que fue entre las 8:30 y las 9 de aquella fatídica mañana.
Rubén Blades dice que en todos los barrios hay un loco y el del suyo se llama Sebastián. Pues, Saturnino era el de aquellos caraqueños –que llevaban 74 años de su fundación como ciudad bajo el gobierno imperial español ejercido en la persona de Ruy Fernández de Fuemayor–. Nadie sabe por qué aquel orate era apodado Ropasanta, a quien se le atribuye la funesta profecía que anunciaba el arrasador movimiento telúrico con unos extraños versos que empezó a cantar por toda la ciudad unos días antes del evento en el cual “Caracas bailaría como un trompo”.
«Que triste está la ciudad, perdida ya de su fe, pero destruida será el día de San Bernabé, quien lo viviere lo verá». Al parecer, un día antes de la tragedia, víspera del mencionado santo, el chiflado, aunque no pendejo Saturnino, fiel creyente de sus vaticinios, abandonó la ciudad y se refugió en El Calvario, que era un cerro seguro desde el cual podía contemplar las ruinas generadas por las fuerzas del mal que él predijo.
Saturnino o Ropasanta dio una lección al pueblo y, como siempre, el estatus quo, de antes y de siempre, achacó todo lo negativo a lo extraterrenal o a las fuerzas imperiales del mal…Y así fue como Tongo le dio a Borondongo y Bernabé le dio duro a Caracas. ¡De que vuelan, vuelan!
El Pepazo