El poeta Alexis Ramón Blanco fue condecorado con la Orden Francisco de Miranda en su Primera Clase. Son 50 años de ardua y apasionante dedicación y defensa que éste hijo amado de Niquitao y del Zulia ha cultivado a las artes.
Alexis Blanco
Este es el texto más largo de mi vida alucinante: El jueves pasado, nueve de noviembre, mientras me preparaba para acompañar a Valentina Perozo y Atenógenes Urribarrí en el recital poético musical Blas Arbolario, que culminó con una regia exposición de obras visuales realizadas por mi hermoso hermano difunto, Blas Perozo Naveda, el día de sus 80 años, entró un mensaje de WhatsApp donde la Compañía Nacional de Teatro oficializó una noticia muy conmovedora para mí: el lunes próximo, Trece de Noviembre, Día Nacional del Teatro, me será conferida la Orden Francisco de Miranda en su Primera Clase. Una sensación de infinito y estremecedor regocijo invadió mi espíritu, el cual se preparaba para entrar a escena en oración leyendo un poema clave en la obra de nuestro bienamado Lector Público, “Marditos todos”. En primera instancia, dado que intento reseñar, en un solo textimonio, todo ese vastísimo milagro que bendijo el hall y la sala dos del centro cultural Pdvsa La Estancia, donde se puede apreciar esta maravillosa exposición del maestro poeta doctorado en La Sorbona. A él, a Blas Perozo Naveda, quien desde el Olimpo y flanqueado por María Augusta y Aura Olimpia, nuestras sendas madrecitas, debe estar gozando una bola y parte de la otra, con este hermoso asunto entrañable de la Orden, es el primer trío de amores a quienes quiero dedicar este esplendoroso nuevo hito institucional en mi carrera de medio siglo haciendo teatro y periodismo. Extraordinaria manera de coronar el año de mis Bodas de Oro como obrero del gesto y la palabra. Imagíneseme como ahora estoy: bailando en mi pie izquierdo una danza extendida hacia un precioso gentío que trataré ahora mismo de evocar, no sin antes reseñar un poco lo que fue esa gran Fiesta de Blas, donde cada uno salía con unos cuantos suspiros de más. Tomo aire y les continúo contando:
Ender Silva, Ana María Rodríguez, Nereida Pérez e Ismenia Juárez, junto con este condecorado iluminado por la luna, nos divertimos y regocijamos reviviendo el legado del maestro Arbolario, a través de su monumental obra. Desde sus poemas fraguamos el marco de entrada para la exposición en la que, mediante un conmovedor texto enviado por Hernán Alvarado, floreció ese rasgo profundo de la personalidad del homenajeado: su profunda militancia y compromiso con la amistad como principio ético:
“Bueno, mi testimonio es personal. Caminé con Blas esta ciudad. Nunca escribimos un poema en conjunto ni dibujamos en conjunto, pero era muy cercana nuestra comunicación.
Blas siempre dibujó, yo lo bromeaba diciendo que tenía celos con mis dibujos pero siempre aprecié su grafía y su empeño.
Teníamos admiración devota por los Francisco. Francisco el negro y por Francisco el amarillo. Dos Franciscos de lujo a quienes venerábamos.
En la creación del taller de expresión literaria tuvimos un proyecto: “Maracaibo Florido”, que se interrumpió con mi salida del país, en el año 1968. Nunca más hablaríamos de esto: rescatar el habla de Maracaibo. Protagonista la ciudad, sus calles, etc.
Ahora en la distancia ya no tenía realmente un gran entusiasmo y el proyecto murió.
Luego vino el viaje de Blas a París. Blas llegó cuando yo me preparaba para dejar la ciudad, para irme a Londres, y así hasta el retorno a Venezuela.
Aquí nos reencontramos sin trabajo y repasamos capítulos de la vida.
Yo encontré dignas de interés sus ideas sobre la pintura, sobre el arte, sobre los pintores. Pero un fantasma rodeaba nuestra vida de errantes y llegó. Nos distanciamos, es decir la política nos distanció para siempre.
Conserve mi inquebrantable amistad por su trabajo, por su escritura, por su familia.
Su hijo mayor le preguntaba por que tío Hernán es tío Hernán, por la poesía hijo por la poesía.
No solamente por eso sino porque éramos hermanos y ese vínculo lo conservamos con entusiasmo.
Aún me vienen ráfagas de las conversaciones en la escalinata de Humanidades Juan Calzadilla habló de nosotros como más o menos poetas dibujantes, en clara alusión a su propia vida y en verdad eso fuimos, conspicuos visitantes de La Ciega, donde desde el centro de estudiantes, Blas pasaba en limpio sus poemas y los míos.
Porque yo escribía en pedazos de papel, en el envoltorio de los cigarrillos, en cualquier cosa. Para los dibujos de Bellorín y Francisco Hung entregaba cartulinas y papel liso donde escrupulosamente dibujábamos.
Yo prácticamente me mudé a la Escuela de Letras y pasábamos las tardes soñando con París, con Londres y en mi caso por visitar la Plaza Roja Desierta.
Blas se burlaba con ese empeño mío por Moscú y del gallo que pone y cómo suceden las cosas. Él se quedó con el gallo y yo sin símbolo que me identifique.
Esta disposición de sus talentos acumulados en todos estos años sin duda que emocionan a muchos y reconocemos en ellos un valor auténtico.
El objet trouvé, el objeto encontrado, el testimonio del caminante, el andariego que busca, está en el corazón de el azar surrealista, su aparición está ligada a la escritura automática y junto a Aragón son las páginas más memorables de la aventura surrealista en Francia.
Blas Perozo tuvo una atención sostenida a este proceso y logró entenderlo y sacarle provecho como testimonian las obras aquí expuestas.
Amigos: celebremos en conjunto el testigo plástico que Blas nos dejó y que está íntimamente ligado a su quehacer poético y que su obra viva para siempre.
Hernán Alvarado.”.
La delicada minuciosa museografía de Leonor Mata y Audio Cepeda acrecentaron la gracia y el poder tenaz de un creador con quien tuve la dicha de sentir un hermano mayor. En esa sala también se lee el siguiente texto:
¡SORPRÉNDEME!
Maestro poeta mira al cielo y extendiendo sus manos comienza a dibujar con su mano izquierda en el aire nuevas palabras aullantes, sutiles écfrasis muy suyas, incansable flaneur de las calles antiguas de una ciudad que jamás cesó de enamorar con su voz felina y la sonrisa extendida que solía responder a cada propuesta de su alumnaje con una instigación al ejercicio de la poética como creación continua:
¡Sorpréndeme! Sonaba, cuentan sus más brillantes estudiantes, como un convite al dislate, un aullido, ya no en el rigor “Ginsbergo” (y verga) sino en cada caso del arte dibujado con tinta sangre del corazón hecho bolero nuestro. Y esa misma tarde de noviembre la más aventajada muchacha de su cátedra le hace leer sus primeros apuntes acerca de la poesía que se hace pintura, y al verrés, y le encomilla unos caramelos de jenjibre hechos por él también poeta especialista en dibujos, don Juan, El Calzadilla: “La gente no es muy verbal. No escribe. Prefiere las imágenes a las palabras, se anota en éstas, se ahoga en ellas. “.
Y esa mirada arbolaria de Caín que desanda por las curvas del abismo del sueño solicita más y ella escribe mientas traza aquella frase del Da Vinci: “– ¡Maldita luz! – murmuró la mariposa agonizante – pensé que encontraría en ti la felicidad y en vez de eso encontré la muerte. Lamento este deseo absurdo, pues me di cuenta, demasiado tarde, para mi desgracia, qué tan peligrosa eras.”.
Aún llueve memoria escurriéndose entre los ojillos entrecerrados del camarada: cree recordar aquella infancia suya llena de dibujos increíbles agolpados entre las historietas estilo pulp fiction que desde México y la China llegan prolijas como pesares. Y entonces comprende la naturaleza de su Caín, las afanadas tareas dibujadas en cuadros como cuadernos donde entre letras llueven líneas en su Babilonia, donde sombreó aquel Date por muerto que sois un hombre perdido, sobre la perspectiva de su Maracaibo City, donde con pintura verde y blanca esbozó su Mala fama y su Mala lengua, impregnada con el amarillo y el azul de El río, el rayo. Fue entonces cuando sobre su panza de La piel áspera empezó a dibujar la Canción del guerrero muerto.
Conspicua y tenaz la muchacha rompe, apunte por apunte, cada una de las once cuartillas hasta ahora dibujadas en su cuaderno Caribe. Blas está tan desnudo como aquel nueve de noviembre del año de doña Aura y tal vez para ella y desde ella, ya maduro, vestido de azul como los grandes soldados tinta china, grafito y acuarelas, vuelve a dibujar en el aire con su dedo gordo, como Pedro Rojas dibujado por Vallejo: “¡Biban los conpañeros!”.
Objetos encontrados a fuerza de voladores en los aposentos de la Juanita de Reverón, dibujada como alguna muñeca de trapo o tal vez un títere de cachiporra hecho por él mismo, con sus manos regordetas de Porky maleta jugando al béisbol, siempre como mánager de tribuna que entra al terreno para formarle al árbitro tremendo verguero dibujado sobre la tierra baldía de otro nuevo poemario.
Y la muchacha pide permiso para ir al baño y deja sus apuntes deliberadamente expuestos y él, poeta al fin, artista al principio, observa una representación de una tela intervenida por José Ramón Sanchez y Diego Barboza, secuencia hermosa de flores, pájaros, perros, gatos y gallos por ella dibujados alrededor de esa frase que lo maravilla: “¡Te queremos que jode, profe!”.
Y ahí si no hubo Hokusai, Durero, Michelángelo, Posada, Goya, Escher o Daumier, Picasso o Hernán que dentro de su corazón no desatara ese furor maestro, ese torbellino, esa necesidad de dibujar y de pintar que a todo hombre de bien no le estimule…
Cuando la muchacha de veinte puntos regresó ya el Arbolario se había ido, incluso con sus cuadernos y apuntes, dejando tan sólo esa nota dibujada a mano donde muy claro se leía: “Más que sorprendido, me habéis conmovido. Sigue así que vais muy bien. Para vos esta tarea: llena de puntos y líneas, sobre tus planos invisibles, este pedazo de canción…”nadie sabe del ángel�de su poema escrito en una pared sin reflejos �y vos debéis de andar por ahí�vos o tu fantasma�y entonces sois una sombra �un duende negro y de luto �en el sueño del desterrado”.
Maestro poeta don Blas…!
¡Salud!…
Dios…!Cuanto orgullo y terneza!
En el recital estuvo un entrañable grupo de personalidades de nuestra vida poética quienes asumieron los litros y litros de sangre saudade. Con ellos celebraremos siempre, leyéndolo, amándolo…
DESDE MI LISTA BLANCA
Vuelta a la Orden Francisco de Miranda, intentaré ahora desarrollar un conjunto de evocaciones y amores plenos:
Dedicaré este logro a mi eterna María Augusta y a quienes me acompañaron en sus exequias, en el malayo julio pasado: Jiolexy Santos (y Dylan y Juan José Blanco, mi gloria, mis hijos), la profe Yayi C, Franz de Armas, Nelly Oliver, Yazmín Blanco, Walter Sambiagio, Sol Sosa, Ilba D’Or, Ricardo Reyes, Omar Patiño, Johan Galué, Ender Colina y todos los 32 artistas de ese Libro…Augusto Pradelli, los Sosa B…Todos.
A mis múltiples Bienamados concitadores: los Régulo Pachano y Rincón, a todos mis orfebres de sí, los artífices del Club Dramático Teatro de la Concitación. Al Bachaco Hebert y a Kelvy Darío Pirela y su niña de Keystone, Elizabeth Sánchez. A los de esa y a mis Águilis lis lis lis. Campeones seremos, forever. A Yorman y Marlene y sus bachaquitos. A mis vecinos de La Pastorex. A Mariela, María del Pilar y Lucía, de Corpozulia. A mis compadres Francisco Verde e Ian Carlos Torres, a los Sopa Seco y Jugó, a José Luis Montero, Zully Montero, Ángel Marín y sus padres Marisol y Eduardo, Isidro Morillo, Ismenia Juárez, los Ríos Camba, los músicos hermanos Colina, mi prenovia Marisol Colina, Viviana Márquez, Fabiana Adriani, Milena Soto, Mexy de Donato, todos los de la Julio Vengoechea, Marinés Delgado,
Para mis gratísimos hermanos y hermanas que hacen vida en el Teatro Baralt, desde Mito Lombardi hasta Maralí y Liz; a Cabrita y sus caballeros de la machina, mis héroes de Baralt Teatro, Juan Mantilla. Luis Perozo C y a Alfredo Peñuela. También al Ilya y Yazmina, a Loli y Arnaldo, a Maikol y a toda mi tribu ebria del Palmarex (Érika y Rafa, Cheo y Adelfa y El Pis), más Gabriel Torres y sus bluesmen.
A los rockeros y a los poetas de la calle trémula. A mi Puppie María Elena Villasmil y a Tanya, también a Nanita María Alejandra Hernández, a Yenny Labrador y Dina Atencio. Darimar, Marlene Nava, Yehoshua Villarreal, Hernando Rodríguez, Edgar Gutiérrez, Yarleny Áñez, Siria y Emiliano, Ángel, Guaicaipuro y Althair. La gente de Capirugente, Dulce, Daniel y César Arráez. Aristóteles Requejo y su hijo poeta como él. La lista de artistas rebasaría los límites ilimitados de esta declaración. Si me falta alguno, que se serán muchos, me recuerdan, Amanda, la calle mojada, etcétera.
También quiero extender este aullido de gozo para con todos y cada uno de mis Dramáticos: Cheo, Hermankis, Gerardo, Georgina, Doris, Dios…Mis Bienamados cofrades con Enrique León a la cabeza y esa pléyade de gloriosos seres que amaré hasta el infinito. Digo Carmen Bohórquez o Sergio Arria y mi cielo se esclarece. Digo Carlos Arroyo, Aníbal Grunn, Costa Palamides, Francis Rueda, Aura Rivas, Juan Carlos Quintino o Beatriz Castillo y mi corazón estruenda un aplauso.
La gente noble de Fundateatrista, con Henry y Mary y todos estos increíbles maestros con quienes me encanta compartir por ese grupo de WhatsApp. Olga Bravo y Gerardo Guerrero, hermanos de mil sabores. Los respeto y amo y venero.
Dedico la OFM a todos mis hermosísimos colegas de Noticia Al Día, con su millón de seguidores en Instagram, a Julito Reyes y Josué Carrillo, a Gata y Haroldo, Javier y demás seres muy queridos del diario.
A mis cómplices de Nimbo Mágico, con quienes muy pronto bautizaremos La Concitación del Placer: Juan, Humberto, Anderson, Julio y Baüer. Grandes maestros.
Junto con Leonardo Isea vamos rumbo a Caracas. Ahora mismo el piloto del avión de Venezolana acaba de anunciar que tendremos que regresar a La Chinita, por algunos problemas técnicos. No hay rollo con el cielo cuando has hecho de la tierra tu propio cielo.
Hablando de eso, consagro mi logro a mis queridos cómplices de Mérida: Diomedes Cordero, Annel Mejía, Domingo Briceño, Rocco Mangieri, así como mi bienamada poeta Milagro Meleán y ese ser que me instiga bonito, mi colega periodista, Adriana Márquez.
Toda esta euforia, harta necesidad de compartir con todos estas “pequeñas cosas que nos dejó el tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un avión”. Cambiaron la nave aérea. Son las diez treinta am de este domingo fecundo y, volando, para nunca dejar de agradecer, evoco de nuevo a mi cómplice y camarada, maestro poeta don Blas Perozo Naveda:
Conferencia
Hablar de la tierra es fácil�dictar una conferencia sobre literatura también es fácil �beberte una botella de cerveza es sabroso y fácil �odiar es fácil�gritar es más que fácil�No es fácil abandonarlo todo y empezar de nuevo a cada instante�pero solo al principio�únicamente al principio�que qué es el tiempo �pues nada�el tiempo no existe�lo inventaste vos�tu cabeza�tu retrato de la infancia�las canas de tu madre�los dientes de leche que se cayeron�los amigos que llegaron al camino dulce de la muerte�los ciegos que creyeron ver la luz �algún día te hablarás en silencio y verás que digo la verdad�a medias…”.
¡Vergation!
¡Salud!
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El Pepazo