La vida de Ben Shelton cambió drásticamente en menos de tres meses. A fines de mayo, el oriundo de Atlanta cerraba su segundo año como estudiante de la Universidad de Florida conquistando el título de singles de la NCAA, la liga universitaria de Estados Unidos. Por entonces, aunque ya comenzaba a llamar la atención en el mundo del tenis de su país, era un desconocido en el ATP Tour. Hoy, todo el mundo habla de él. Es que este zurdo de 19 años se convirtió en la revelación del Masters 1000 de Cincinnati -apenas el segundo certamen para él en el circuito mayor- y la nueva gran esperanza de Estados Unidos para recuperar la gloria de sus años dorados.
Esos resultados le permitieron sumar valiosos puntos para meterse por primera vez en el top 200. Y también le habrían valido una buena suma de dinero, si no fuera porque, por su condición de universitario, no puede quedarse con el total de los premios que gane en torneos profesionales.
Es que según establece el reglamento de la NCAA, mientras un jugador compita en la liga con la camiseta de alguna institución educativa, continúa siendo amateur. Así, quienes incursionen en los circuitos ATP, WTA o ITF durante su etapa universitaria, solo podrán recibir como premio de su participación en algún torneo un monto que no podrá exceder el valor de los gastos reales y necesarios para cubrir su participación en el evento. El resto, generalmente, es donado a su Universidad, que igual, en muchísimos casos, se encarga de becar o de pagar casi todos los gastos de sus jugadores.
Shelton, de todas maneras, hoy solo piensa en empezar a sumar rodaje en el nivel más competitivo del tenis mundial, con la cabeza puesta en el futuro, pero sin cargarse de presión por las expectativas que generó con sus últimos resultados.
«Todavía no me volví profesional. Solo estoy sumando experiencia. Estoy rompiendo algunas barreras y consiguiendo logros que me ponen muy feliz, pero sé que hay mucho trabajo que tengo que hacer en los próximos seis meses para seguir avanzando. Así que quiero asegurarme que, cualquiera sea la decisión que tome (quedarme en la universidad o saltar al circuito), pueda seguir mejorando como persona y como jugador», comentó tras su debut en Cincinnati.
«Simplemente soy un tipo universitario que sale a la pista y lo pasa bien. No me estresó demasiado por cada partido. Me centro y quiero dar lo mejor de mí, pero no me lo tomo como algo a vida o muerte», continuó.
Ben podría haber brillado en otros deportes: con 1,93 de altura y un poderoso físico, bien podría dedicarse al atletismo o haber jugado al básquetbol o al fútbol americano, el que más le llamaba la atención de pequeño. Pero él lleva el tenis en la sangre: su papá, Bryan, llegó a ocupar el 55° lugar del ranking mundial y conquistó dos títulos, en Newport, en 1991 y 1992 como jugador; y hoy es su entrenador en la Universidad de Florida. Así, él terminó siguiendo la tradición familiar.
Tiene un saque explosivo, una derecha que lastima mucho desde el fondo de la cancha y un revés a dos manos muy bueno, pero que todavía debe mejorar. Pero sus mejores cualidades son su madurez y su mentalidad para mantenerse firme y concentrado en las situaciones más difíciles y entender que, en su carrera, debe ir paso a paso, dos fortalezas en las que mucho tuvo que ver su padre.
«Él me está enseñando que no es cuestión de una rápida transición hacia el circuito si no que es más bien un largo proceso», comentó. «Es pensar a largo plazo, no en los resultados inmediatos».
Tres meses soñados
Shelton -que aunque es zurdo como Rafael Nadal, tiene como ídolo a Roger Federer («Me encanta su clase, ese aura que desprende y de qué manera consigue sus triunfos y cómo gestiona las derrotas», asegura)- se coronó a fines de mayo campeón universitario en su segunda temporada en los Gators, el equipo de tenis de Florida, en la que terminó con un récord de 37 triunfos y solo cinco derrotas.
Esa consagración le abrió una puerta muy grande: porque le valió una wild card para disputar el cuadro principal del US Open, que se pondrá en marcha el lunes 29 y se jugará sobre canchas duras, las únicas que él conoce. «Nunca jugué un torneo en polvo de ladrillo clásico o en césped», reconoció.
Con la confianza en alto y motivado a seguir creciendo, decidió aprovechar las vacaciones de verano de su país para medirse con los mejores. Ya el año pasado había incursionado en el profesionalismo (ganó un ITF M25 en Champaign, Illinois, y jugó un Challenger en esa misma ciudad); pero en los últimos tres meses rompió varias barreras.
Desde que se coronó campeón de la NCAA, fue finalista en dos Challengers y semifinalista en otros dos, siempre en su país. A fines de julio, tuvo su bautismo a nivel ATP al entrar como invitado al torneo 250 de Atlanta, en el que celebró su primer triunfo en ese nivel al vencer en el debut al indio Ramkumar Ramanathan, surgido de la qualy. En la segunda ronda, estuvo cerca de derrotar a John Isner, 50° del mundo, pero terminó cayendo en tres sets.
Esta semana, sorprendió en Cincinnati al doblegar en cancha a jugadores mucho más experimentados que él. Así, quien en mayo se ubicaba en el 547° escalón del ranking se aseguró dar un gran salto en el ranking: estará 171° por sus dos triunfos en el cuadro principal. Todo sin haber disputado ni una temporada completa como profesional y con apenas un puñado de partidos en el circuito mayor.
«Es increíble haberme metido entre los mejores 200 del ranking esta semana. Es definitivamente un hito marca para mí, así que me alegro de estar avanzando en la dirección correcta», comentó, feliz, la nueva joya del tenis estadounidense.
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El Pepazo/Clarín Argentina