León Magno Montiel
@leonmagnom
Medina es una palabra magnética y poderosa para 1.200 millones de musulmanes alrededor del mundo. “Al-madenah” o Medina, es la ciudad donde murió el profeta más importante del islamismo, Mahoma, el 8 de junio del año 632, allí fue enterrado.
Desde entonces al pronunciar ese vocablo, resuena el aldabón del misticismo milenario, el eco de un misterio épico, que habita en el ardiente desierto árabe.
La voz imantada, Medina, es el primer apellido del cantante con registro lírico, que ha dedicado su vida a la gaita: Betulio. Él nació en la Laguna de Sinamaica el 5 de julio de 1949, en medio de una extensa familia de músicos liderada por su padre Antonio “Totoño” Medina, un músico natural que aspira a celebrar sus 100 años, pues nació el 14 de julio de 1914.
Su madre, María Concepción Paz, apellido de ascendencia paraujana.
Betulio comenzó a cantar a los seis años en el conjunto de la familia, Alma Zuliana, fundado en 1954. Fue bajista, solista, base y peana de la agrupación conformada por sus hermanos y sobrinos. Ese conjunto criollo pegó en toda Venezuela la danza “Sinamaica” de la autoría de Hermán Laguna:
“Sinamaica es un pedazo de guajira
tierra ardiente y silenciosa
nunca te podré olvidar”.
La voz baritonal de su hermano mayor Moisés, hacía polifonía con la de sus hermanas, con tesituras de contralto y soprano, mientras lucían mantas guajiras iridiscentes, que le daban distinción a la agrupación marense.
En 1968, Betulio Enrique Medina Paz dio el salto a la gaita profesional, con la divisa creada por “El Monumental” Aguirre: Cardenales del Éxito. Llegó de la mano de Douglas Soto y grabó “La portentosa” de la autoría del profesor Orángel Paz:
“Mi gaita la embajadora
del sabor y la alegría
primor de la patria mía
eres reina emperadora”.
En la divisa cardenal estuvo hasta el final de la temporada 1969, el año de la muerte de Ricardo Aguirre. En 1970 se marcha a Caracas buscando desarrollarse como cantante lírico. Comenzó en la Academia “Lino Gallardo”, estudió canto y solfeo, ensayó zarzuelas como tenor solista. Debido a su manifiesto talento consigue una beca para ir a perfeccionar su arte vocal en Italia, pero desiste por estar atrapado en la atarraya de la gaita y la canta criolla.
Betulio comenzaba a echar raíces en la cosmopolita capital Santiago de León de Caracas.
En 1972 ingresó al conjunto Oro Negro y graba varias gaitas. Comienza a tener reconocimiento como buen cantante, de voz poderosa, con características de tenor operático.
En 1974 conformó su propia agrupación, la llamó Maracaibo 15 y así comenzó su larga saga de éxitos musicales. Hoy en día está entre las mejores agrupaciones del género pascuero, con un extenso repertorio de obras de célebres compositores:
Manny Delgado, Simón García, Neguito Borjas, Eurípides Romero, Heriberto Molina, Ricardo Portillo y Astolfo Romero.
Incluye éxitos latinoamericanos como “Amparito”, “La moza”, de 1977, tema que fue grabado en la década de los 80 por José Luis Rodríguez y sonó con fuerza en España:
“Conocí a una moza
que me impresionaba al verla no más,
de piel tan fresca y lozana
como florecita recién cortá”.
“Canaima” de 1976, “Muñeca” de 1981, “La negra del tamunangue”, “Amigo” de 1988, “El fríoducto” de 1989, “Narciso Perozo” de 1987, “El cañonazo”, “Viejo Año”, “El 18 de noviembre”:
“El 18 de noviembre
a San Juan de Dios nos vamos
y con amor te adoramos
Virgen de Chiquinquirá
porque vos con tu bondad
milagrosa virgencita
tenéis la dicha infinita
de bendecir mi ciudad”
(Eurípides Romero, 1983).
En los años 90, cuando trabajé como productor y locutor del Circuito Continente en Caracas, cuya sede estaba ubicada en el edificio Cosmos, calle La Joya, entre La Libertador y Miranda, compartí mucho con Betulio. Él tenía su base de operaciones en “El Bodegón de Las Mercedes” donde actuaba con su banda y su conjunto de gaitas. Allí compartimos tertulias y tragos vespertinos.
Lo vi actuar con supremo dominio del escenario. Solía hacer incisos en su show para interpretar temas de su ídolo Nino Bravo, cantaba “Nohelia” en su tono original. Al finado cantante valenciano, lo conoció y le estrechó su mano en 1971 en Caracas, dos años antes de su fatal accidente automovilístico. Era una presentación a los medios del sello Polydor, su casa editora. Ese encuentro reforzó su admiración por el español, cantante inmortal.
Durante décadas, Betulio Medina hizo levantar de sus sillas a los seguidores y bohemios que solían frecuentar las salas de espectáculos. Él lideraba como gaitero en la noche caraqueña, con su voz marcaba la celebración de fin de año.
En el decenio 1990 fueron integrantes de su conjunto Maracaibo 15, Enriquito Quiroz, Moncho Martínez y Macatraya Medina. Es decir tenía un batallón de humoristas en sus filas, lo que hacía muy carismática a la agrupación.
Betulio ha participado desde el año 2000 en el proyecto Los Chiquinquireños, el grupo de grandes músicos y gaiteros que se reúne para ofrendar a la patrona zuliana. Con ellos ha grabado temas importantes, entre otros: “Alas de hielo” y “Pétalos de aurora”, ambos de Renato Aguirre, y “Misterios chiquinquireños” de Jairo Gil:
“Yo vi un joven muy inquieto
cuando la Virgen pasaba
que la gorra se quitaba
en señal de gran respeto,
lo aplaudí y acepté el reto
y al aire lancé sincero
mi fe, mi verso, el sombrero
y todo mi amor completo”.
En paralelo a la producción discográfica gaitera, ha realizado dos álbumes de canta criolla: “Toro cimarrón” con el éxito homónimo de su compositor-amuleto Simón García y “Joyas venezolanas”; producciones que han gozado de la aceptación del gran público nacional.
La última gaita que compuso Astolfo Romero, “Tu ave cantora”, cuya guía melódica dejó en el estudio de grabación de Heriberto Molina, fue dedicada a Betulio Medina. Eso sucedió el 20 de mayo del año 2000, horas antes de caer fulminado por un infarto “El Parroquiano”.
Astolfo le otorgó al tenor con alma zuliana, el honor de cantar ese tema-oración, donde relata la historia artística del joven nativo de la Laguna de Sinamaica en la Sultana del Ávila, vivida desde la década de los 70:
“Yo me fui a la capital
y allí sembré mis raíces
y a mi vida di matices
con un color especial,
no olvido que soy oriundo
del pueblo de los gaiteros
de mi lar maracaibero
el mejor pueblo del mundo”.
Los músicos presentes esa tarde de mayo: Germán Ávila junior, Ramir Salazar, Humberto Sánchez, dan testimonio de cómo, la máquina donde había grabado Astolfo la guía, se accionó varias veces, sin estar el técnico de audio presente, para dejar escuchar la voz del compositor y cantor, que esa misma noche se marcharía para siempre.
Fue su despedida, un epitafio melódico:
“Bendíceme sagrada Virgen María
Chinita mía, Chiquinquirá, protégeme.
Por los caminos que ando
que donde yo esté cantando
voy renovando mi fe.
Acompáñame;
que en mi corazón tu moras
y tu eterna ave cantora
humildemente seré”.
Betulio tiene cuatro hijos, la mayor es Betriks, locutora, cantante y musicalizadora del canal Venevisión. Ella con orgullo se hace llamar “La Moza” y comparte los escenarios con su padre en la temporada gaitera. Ernesto Renato, Mario y Betulio Junior conforman el triduo de varones. Con ellos tiene una complicidad de hermano, signada por el acompañamiento permanente y el apoyo al desarrollo de sus vidas y sus carreras.
Es un padre solidario, cercano y amoroso.
Lleno de proyectos y esperanzas, sigue colaborando con las producciones de Huáscar Barradas, Oscar D´León y su concierto sinfónico. Se prepara para celebrar los 40 años de su grupo Maracaibo 15, junto a Francisco Pacheco, el Grupo Gaélica y Serenata Guayanesa.
Todo esto con su registro vocal intacto, su voz impecable, con una afinación innata, cantando en los mismos tonos de hace 45 años atrás, pero ahora, con mayor maestría.
Hemos tenido muchos embajadores zulianos en el mundo: Humberto Fernández Morán en la ciencia; Luis Aparicio en el deporte; Rafael María Baralt en las letras; Felipe Pirela en los boleros. Pero en la gaita, nuestro embajador plenipotenciario es Betulio Medina, la voz lírica que da timbre al fin de año.
Es una tradición para Betulio Enrique Medina Paz, regresar a su tierra zuliana dos veces por año, para instalarse en su casa marabina y compartir con sus viejos amigos, cantar, jugar dominó, colaborar con nuevas producciones musicales. Para él, su tierra natal es como la madre insustituible, a la que está atado por un mechón de su pelo, o por el hilo de su vestido, de por vida.
Ese amor lo ha convertido en un dios de nuestra musicalidad más genuina y más raigal.
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