El gobierno del Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, asumió los costos de la obra y puso fin a las «vacas» populares que plantearon sus antecesores cuatro años antes. Hoy se cumplen 150 años del decreto de Guzmán Blanco para finiquitar lo referente a la construcción de la estatua ecuestre del Libertador. Pero fue en noviembre del año siguiente cuando se erigió la mole acabada en bronce en homenaje a Simón Bolívar…
Luis Carlucho Martín
El mandatario de entonces, Antonio Guzmán Blanco, en su afán de seguir agigantándose ante la opinión pública, con su europeización estética impuesta en el país y para ganar mayor popularidad, en contraposición al depuesto Gobierno Azul, decretó que con dinero del gobierno central –tal como sucedió– se cubriera los costos de la estatua ecuestre que hoy luce firme y vigilante en la plaza Bolívar de Caracas.
Con este mandato, el Caudillo de Abril –(como también se le conoció a Guzmán Blanco por encabezar en 1870 el desplazamiento del Gobierno Azul de la extraña alianza entre liberales y conservadores, y fue así como sacó del poder a Juan Crisóstomo Falcón–, derogó las pretensiones de sus antecesores en torno a cargarle esos excesivos gastos al pueblo –a manera de colectas– para homenajear al Padre de la Patria. Con es jugada estratégica, Blanco fue reconocido por justificar ese gasto del erario público.
Como fuere, se trataba de enaltecer los valores libertarios e independentistas del Padre Bolívar en su cuna natal. Por ello reinó el entusiasmo para aquella gran fiesta popular que acontecería, según lo planificado entre el gobierno nacional y la empresa alemana fabricante de la obra esculpida por el arquitecto italiano Adamo Tadolini, el 28 de octubre de 1874 en el marco de las «Fiestas de la Paz» por el onomástico de Simón Bolívar.
¿Idea copiada?
En esos días del siglo XIX reinó un afán estatuario para rendir honores a los próceres independentistas de diversos países, así como a los héroes populares de cada región en el resto del mundo. El propio Bolívar ya había sido reconocido y exaltado fuera del país y fuera de Caracas.
Recuérdese que las máximas autoridades estadales no eran gobernadores sino presidentes regionales. Así las cosas, el presidente del estado Bolívar, Mateo Plaza, luego de que en su patio exhibiesen una magnífica obra de bronce con la figura de Bolívar a pie –la cual contó con la primera cofradía de placeros o edecanes del Libertador, que luego se instauró en Caracas–, decide en 1869, con el poder que le confiere la Ley, ordenar una obra que magnifique al Libertador, y que debe ser instalada en la plaza Bolívar de la capital de la República.
Ya para esos días existía el monumento a Bolívar pero en una capilla de la Catedral, aunque de aspecto muy fúnebre –según los críticos, lo cual no sugería el sentido de victoria y libertad que debía exhibir la nueva obra ante el público nacional y foráneo.
De manera paradójica, ese monumento en homenaje al Libertador, en La Catedral –allí se iba a fundar el Panteón Nacional, pero jamás sucedió–, donde además reposan los restos de sus padres y su esposa, fue ordenado por José Antonio Páez, quien dirigió y ordenó las acciones para repatriar los restos de Bolívar, luego de que le negara el acceso al país cuando, por diversas razones, el Padre de la Patria lo requirió en días previos a su muerte en 1830.
Volvemos al decreto del mandamás del estado Bolívar. Suponía la recolección de fondos por suscripción voluntaria con invitación a participar al gobierno central y los gobiernos regionales. Una vaca, pues, como se le llama en criollo.
Dicha propuesta fue seguida por una orden sancionada desde el gobierno del Presidente Guillermo Tell, quien afirmó que “la gratitud pública no puede permitir que siga careciendo la ciudad natal del Libertador y Fundador de cinco Repúblicas, de un monumento dedicado a su genio, sus virtudes y sus glorias”. Y se anexa a la idea de que todo, o casi todo el costo, sea asumido por la ciudadanía vía colecta. Como ya dijimos, una vaca, pues.
No obstante, eso quedó solo en palabras, porque un año más tarde, en 1870 llegó al poder Antonio Guzmán Blanco. Se paralizó por tres años la negociación con la Real Fundición de Munich, encargada de darle forma final a la majestuosa obra. Se dio la renegociación a pesar del sensible fallecimiento del destacado escultor italiano, que no pudo ver en Caracas su arte final: la réplica de la estatua ecuestre que desde 15 años antes lucía en la plaza del Congreso de Lima, en Perú.
Revivió el Bolívar náufrago
La inauguración de la perfecta estatua ecuestre no sucedió en la fecha prevista porque el buque danés Thora, que transportaba las 15 cajas contentivas de la obra acabada en bronce, encalló en Los Roques. El preocupante naufragio fue rescatado en dos viajes debido a lo pesado de la carga.
El incidente obligó a posponer la fecha de la gran fiesta popular para el 7 de noviembre de 1874, en donde la participación del pueblo se manifestó con máximos coloridos y una suerte de competencia entre quienes mejor adornasen los espacios públicos en las adyacencias de la plaza Bolívar.
Aquel ambiente patriotero fue coronado con Viva Venezuela, Viva la causa de abril, Viva la paz de la República, gritos de festejo de Guzmán Blanco, quien por fin declaró inaugurada la obra que desde entonces muestra al Libertador mirando al Occidente, quizás esperando se consolide la unión y la verdadera independencia.
Otros reconocimientos
Como acto de justicia por lo que entregó Bolívar en nombre de la libertad se diseminaron obras en su honor, no solo en Caracas sino en el resto del país, y fuera también. Honor a quien honor merece.
Se sabe que en su siguiente gobierno, Guzmán Blanco ordenó una estatua a pie en la antigua Universidad Central de Venezuela, así como una en Apure y otra en Valencia, a manera de exaltar esos valores patrios del más insigne caraqueño.
El Pepazo/2001