Su principal obstáculo se convirtió en su motivación. Este joven de 21 años —que vive en una zona rural de Los Valles del Tuy, una ciudad satélite ubicada en el estado Mirada, que forma parte de la Gran Caracas—, ideó la manera de practicar, aún sin tener una batería.
Mientras conversaba con RT, su hermano Johande y su padre lo acompañaban. Estaban sentados a la sombra, en un rincón de la Plaza El Venezolano, espacio emblemático de encuentro de los caraqueños frente a la Casa Natal del Libertador, en el casco histórico de la ciudad.
Entre sus dedos giraban las baquetas de la batería que él mismo fabricó con material reciclado y sin tener conocimiento alguno sobre cómo hacer ese instrumento compuesto por un conjunto de tambores y platillos que tiene más de cien años.
¿Cómo surgió?
«Quería inventar algo nuevo», dice. Sandino afirma que no vio algún tutorial en YouTube sobre el tema. «Soy aficionado de la música, he aprendido yo mismo».
«Me gusta inventar mucho«, admite y explica que desde muy pequeño era aficionado a ese instrumento de percusión. Entre sus bateristas preferidos están los de los grupos Rush, Tool y Slipknot.
La batería que toca los sábados en la tarde en la Plaza El Venezolano, y que guarda en un depósito cercano, es la segunda que fabricó. La primera, compuesta por ollas y potes, permanece en su casa. Además tiene una convencional donada por alguien que presenció la cómo hacía sonar ese primer invento.
¿Cuáles son los materiales?
Quien camine distraídamente por el centro histórico la tarde de un sábado escuchará el sonido proveniente de una batería. Al buscar con la mirada verá una particular estructura rectangular donde sobresalen recipientes de plástico de color verde.
Los transeúntes se acercan, graban videos y lanzan algún billete a la gorra. Permanecen de pie, atentos, porque pareciera difícil de creer cómo puede salir un sonido producido por la percusión en una fila de envases.
Con paciencia, Sandino fue recopilando los materiales en un vertedero de desechos. Hay recipientes de cloro, alcohol, gelatina para el cabello. Son de distintos tamaños y cada uno cumple una función determinada.
Una creación colectiva
El resto fue un trabajo colectivo que le llevó dos meses. Participaron vecinos que lo ayudaron con trabajos de soldadura, herrería y perforaciones, porque había que unir las cabillas que soportan los botes.
Su familia también intervino y le regaló algunos objetos que fueron indispensables para terminar su proyecto.
Entre las otras particularidades destaca el bombo, que es un balde, y el redoblante, compuesto por un recipiente tamaño familiar de mostaza, al que llegó luego de probar con otros que no le daban el sonido que buscaba.
El platillo es un plato de bronce que estaba en su casa y que conmemora un evento ecuestre de 1997 en un club en una zona pudiente de Miranda.
Toda su creación la pintó de verde, porque le pareció un color llamativo, y decidió probar suerte en la calle, a unos 50 kilómetros de su localidad.
«Con nuestras propias manos»
Sandino piensa que no tener dinero para comprar una batería no es una limitación. Dice que aunque practica entre dos y cuatro horas diarias en su casa, le gustaría estudiar música de una manera más formal.
Su hermano, que está a su lado, y que tiene 19 años, lo acompaña con la voz. Él también es autodidacta. «Me enamoré del rap a los 16 años, cantaba solo en el baño y empecé a descargar pistas y a escribir letras».
Sus líricas hablan de la delincuencia, de la situación económica, de su madre, entre otros temas.
Ambos viven en una zona rural y se dedican a las labores del campo y el tiempo de trabajo lo dividen con su pasión por la música.
«Todo lo que es arte me gusta, es una forma de expresión y todo lo implementamos con nuestras propias manos», dice Johande.
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El Pepazo/RT Español