Leonardo Núñez Martínez
No había «chamarro» sin manchas de plátano, guineo, cañafístola, cabima, tacamaca o cualquier jugo resinoso que brotara de algún árbol tropical. «El pegoste» se adhería al tejido y se hacía difícil disolverlo o eliminarlo. En algunos casos, olvidarse de él y cargarlo en la ropa hasta que ésta se acabara era el remedio predominante en todo el campo venezolano.
Era difícil cosechar un platanal, «cabimear» o arreglar una «cacharra» sin impregnarse o «pegostearse» de savia vegetal o grasa mecánica. Siempre observé que los «chamarros» de los viejos montunos exhibían también «pegostes» de carbón vegetal, sangre o pintura, dado el trabajo diverso que realizaban.
Los plataneros en el Malecón de Maracaibo y los tripulantes de las piraguas plataneras del Sur del Lago se manchaban hasta las «cotizas», el pelo y sombrero. Un «catanejero» con «chamarros» pulcros era mal visto al llegar de la «matera». Ni qué decir de los pantalones de mecánicos convertidos en «murriones». Albañiles y constructores mantenían «pegostes» de cemento que siempre y aún les acompañan, como hoy más que nunca el petróleo embadurna las ropas de los pescadores y las orillas del Lago de Maracaibo.
Mi madre veía «pegostes» por todos lados e hizo uso de esta palabra casi perijanera y luchó contra ellos desde que lavaba en la «cacimba de Tinedo» en Cataneja. Algunos eliminaba pero otros se afincaban resistentemente.
La corrupción es el «pegoste» más pernicioso al que nos enfrentamos desde hace mucho tiempo. Está adherido a toda administración del dinero público, en el ejercicio del Poder Judicial, en las funciones de seguridad militar, de policía, en la actividad económica privada y comunitaria, en los partidos políticos.
Las corruptelas son manchas que no «salen» de las oficinas públicas, del manejo de un contrato o en la prestación de cualquier servicio público. El cohecho o soborno, el peculado, tráfico de influencia, la indolencia y otras formas de corrupción parecen estar destinadas a acompañarnos toda la vida.
¿Acáso el «pegoste» de la corrupción no tiene disolvente?. ¿Tendremos que esperar a que nos devore?. Denunciarla es lo menos que podemos hacer y no caer en ella debe ser nuestra respuesta ética.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!
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