Luis Carlucho Martín
La actual mamazón de la población común, en general, no es una vaina exclusiva de estos días; pero, no hay dudas de que entre tanto desacierto macro y microeconómico en la planificación de los asuntos financieros la cosa se ha agravado. ¡Y de qué manera!
Antes, uno, el trabajador común, profesional de carrera universitaria, con o sin título, el obrero, mano de obra calificada o no, con lo percibido como emolumento podía hacer mercado, comprar lo que necesitara o no, pagar los servicios básicos, que funcionaban al pelo, y sobraba para la recreación, viajes, vacaciones y podía planificar una compra importante pagadera en varias cuotas de créditos que brindaban los bancos y algunas casas comerciales. Y tenías diciembre full: regalos, estrenos, hallacas, caña y otros asuntos de sumo interés.
Ahora, compadre, comadre, olvídese de eso. Por cierto, no le dé pena identificarse con estas líneas.
¿Usted recuerda los cheques? Uno, con esos papelitos sagrados, basado en lo que ganaba como trabajador de cualquier empresa, pública o privada, se daba una vida cómoda amparado en nuestra prestigiosa rúbrica. Nada de lujos, pero se daba uno sus gustos. Esos que ahora están supeditados a un milagro del mismísimo Cielo.
Uno pagaba sus cosas. Y cuando no alcanzaba podía emitir el famoso cheque postdatado. Esos nunca rebotaban. “La trampa de pedir es pagar”, llegó a popularizarse entre las frases más conocidas. Y todos vivíamos chévere. Pagábamos cursos y educación para los chamos. Comprabas los discos de moda. Un par de zapatos nuevos. En La Candelaria los mandabas a hacer a tu medida y tu gusto. Sobraba para meterse en una tasca a celebrar las buenas noticias que te acababan de dar acerca de tu excelente estado de salud los médicos privados a los que acudías a todos tus chequeos y citas anuales. Ahora ni siquiera puedes solventar una caries por insuficiencia presupuestaria, que a su vez genera otras insuficiencias de grave repercusión. Y cheques ya no hay. Claro, no tiene sentido un cheque en una economía que (“gracias al Imperio”, “por sabotaje de la derecha salvaje”, “por desatino del BCV” o “debido a la torpeza del ministerio de Finanzas” –odiosas y estériles versiones de lado y lado de este país de dos mitades desiguales mientras no se avizora ninguna solución a favor del pendejo–) como sea y por lo que sea eliminó 14 ceros a la moneda. Sí, así como lee y así como suena. ¡Na guará!
Aun así, vivimos de la magia del postdatado. Ya no es con cheques. Ahora dependemos de los bonos: el de guerra, equivalente a 90 dólares; y el de cestatícket, aproximadamente la mitad, también en moneda extranjera valorada a la actualidad de la moneda nacional, de acuerdo con los cálculos de la máxima autoridad financiera del país. A eso le dicen indexación anclada en quién sabe qué. Como sea el término correcto, quienes lo vivimos y de eso dependemos, mes a mes, sabemos que además de no ser justo, es totalmente insuficiente para cubrir nuestros asuntos básicos, entre los que destacan hacer mercado, educación, salud y la sagrada rumba con curdita incorporada, porque para eso hemos trabajado qué jode durante toda la vida, en la cuarta y en la quinta…
Quién coño es el Gobierno o la wild oposición para negarnos nuestro derecho a disfrutar la vida a plenitud. Y pretenden además vendernos sus mismos aburridos buches discursivos mientras nada solucionan.
Entonces, hay que acudir al método del postdatado. A Dios gracias, todos conocemos a alguien que está mejor que uno. Que sea pana. Y aunque cada vez son menos, por fortuna están dispuestos a apoyarnos. Nada de enchufados porque esos no ayudan a nadie. Como dice Rubén Blades, “siempre tenemos al amigo que nos presta plata». A ese le pedimos pagadero con el bono de guerra del mes entrante. Y así usted, ella, ellos y yo, podemos subsistir. Viva el método postdatado; pero no se olvide de pagar para minimizar el riesgo de secar esa sagrada fuente de recursos que nos ayuda a hacer un poco más llevadera esta terrible situación.
Antier salí para equiparme contra los desagradables efluvios de la cotidianidad. Un jabón de baño, 2.5 dólares. Un desodorante del más accesible y que aguante la lucha antitufo, 3 dólares. Un perfumito de tubo chino 0.80 dólares. “De esos dame dos, no vaya a ser que lo aumenten para la próxima vez”. Para emergencias callejeras, un paquete de toallitas húmedas, 2 dólares. Son casi 10 verdes, como le dicen al criminal cono monetario extranjero que domina la escena en un país cuyos dirigentes juraron en vano ante Dios proteger la moneda nacional.
Pude adquirir ese kit de aseo personal gracias a varios amigos financistas, a quienes les debo un poco a cada uno, pero saben que cuentan con su reintegro gracias al próximo bono cuyo destino ya está postdatado.
Como jubilado de una empresa del Estado cobro 300 bolos mensuales. Y como activo de otra empresa estatal cobro 360 bolos mensuales. Ah, soy profesional con título universitario y con cierta experiencia cercana a 40 años. Esa miseria es mi salario en un país que parece sacado de un capítulo del surrealismo mundial. Ese ingreso ronda los 12 dólares mensuales. ¿Cómo se vive, si no es postdatado? Gracias a todos quienes confían en mi bono de guerra y su predestinado fin. ¡Pero estamos bien!
Unos avispados de estos tiempos dirán que «remiendan» el capote gracias al novedoso sistema fiao llamado Cashea. No obstante, mi pana Luis “Luingo” Alvis, sabio como es, reafirma: “Desde que existe Cashea casi nadie Pitchea”.
¡Bendito, Dios nos agarre confesados!
El Pepazo