León Magno Montiel
@leonmagnom
Gonzalo Rojas fue uno de los grandes poetas chilenos, fundador del grupo surrealista Mandrágora, nacido en el austral Lebu, tierra de indígenas mapuches y pescadores, en pleno Arauco, el 20 de diciembre de 1917.
Él fue el séptimo hijo del minero Juan Antonio Rojas y la maestra Celia Pizarro, su infancia transcurrió en esos parajes de ríos violentos, rocas antiguas frente al mar, entre los vientos iracundos que azotaban los puertos fluviales. Reconoció que era un hombre de geología, y su natal Lebu era la “Comala” de Juan Rulfo, y el “Macondo” de Gabriel García Márquez.
Recién he releído su magistral poema “Carbón”, un hermoso diálogo lírico con su padre, publicado en 1949, una pieza de alto simbolismo donde la figura paternal viene de lejos, sufriendo bajo la lluvia, a caballo; enrabiado cabalga hacia su casa de roble, la que él mismo construyó para sus hijos. En el hermoso texto, Gonzalo Rojas le pide la luz a su madre para recibirlo, para abrirle el portón y sentir las púas de su barba al besarlo. Es el reencuentro con su origen, “el cordón umbilical paterno” según su testimonio.
El caballo en la poesía de Gonzalo es una prolongación de la imagen paterna, es su animal icono, como el tigre para Jorge Luis Borges, y el gallo para García Márquez.
El poeta Rojas vivió un período de tiempo en el desierto norteño de Atacama, allí alfabetizó mineros del cobre, entendió a plenitud su forma de ver la vida, los sacrificios que realizaban a diario en ese lugar, considerado el más inhóspito de toda América. Eso lo hizo entrar al mundo que vivió su padre, vivió los avatares que cortaron la vida a su progenitor los 40 años de edad, atrapado en lo profundo de una mina inundada.
Cuando escribió el poema “Carbón” tenía 31 años de edad, comenzaba su larga carrera como catedrático en las universidades de América y Europa; dictando cátedra en la Universidad de Concepción, en la “Andrés Bello”, fue profesor titular en la Universidad “Simón Bolívar” en Caracas donde vivió desde 1975 hasta 1980. En nuestro país publicó su libro más importante y esencial:
“Oscuro” en 1977, con el respaldo de Monte Ávila Editores; para entonces el poeta chileno era un hombre de 60 años de edad, por tanto Gonzalo Rojas es un creador de la madurez. Antes había sido representante diplomático de Chile en China y en Cuba, por petición del presidente Salvador Allende, su entrañable camarada. Dictó conferencias en varias universidades de Estados Unidos y Alemania, país que lo albergó después del golpe militar del sátrapa Augusto Pinochet en septiembre de 1973.
Al leer su poema “Carbón” tienes la sensación de estar frente a tu propio padre, reconociendo sus luchas, su esfuerzo por mantener la familia en medio de la desventura. Pero además, entiendes que representa un reconocimiento al hijo digno que sale a recibirlo, a darle un vaso de vino para que se reponga del frío, de la fatiga de la jornada laboral y el largo viaje, de la rabia ante su situación de hombre explotado.
En justicia, Rojas recibió el Premio Nacional de Literatura en 1992, antes la Beca Guggenheim en 1979. Fue reconocido además con el Premio “Reina Sofía” de Poesía Iberoamericana en 1992; en México le otorgaron el Premio “Octavio Paz” en 1998. Un año antes recibió el Premio “José Hernández” en Argentina. Finalmente recibió el Premio Cervantes en 2003 para coronar una vida dedicada a la estética literaria, a la creación poética y a la docencia universitaria.
Gonzalo, el célebre lebuense, logró un tránsito vital de 93 años, su longevidad fue un reconocimiento a la grandeza de su exquisito arte. Murió el 25 de abril de 2011, víctima de un accidente cerebro-vascular, fue sepultado con honores de héroe, en su patria de vinos y cantores de la talla de Violeta Parra y Víctor Jara, de hombres de la poesía universal como Pablo Neruda, Vicente Huidobro y el centenario Nicanor Parra. Sobre estos artistas él declaró:
“Ellos fundaron la identidad latinoamericana”, frase pronunciada poco antes de morir en el living de su hogar en Chillán, la tierra del maestro del piano Claudio Arrau, donde fue sepultado entre pinos y sacudidas de la tierra.
El poema histórico “Carbón”, significa un reconocimiento a los padres esforzados; en mi caso, recuerdo llegar a mi casa del barrio Amparo a mi padre Luis Nemesio Montiel en su carro de tráfico, lleno de grasa y hollín de la ruta urbana Ziruma, contento por reencontrarse con los seres que protegió y amó hasta el final: sus seis hijos y su mujer Olga Josefina.
CARBÓN
“Veo un río veloz brillar como un cuchillo,
partir mi Lebu en dos mitades de fragancia,
lo escucho, lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces
cuando el viento y la lluvia me mecían,
lo siento como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.
Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado.
Es un olor a caballo mojado.
Es Juan Antonio Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como una mina inundada y un rayo la estremece.
Madre, ya va a llegar: abramos el portón, dame esa luz,
yo quiero recibirlo antes que mis hermanos.
Déjame que le lleve un buen vaso de vino para que se reponga,
me estreche en un beso
y me clave las púas de su barba.
Ahí viene el hombre, ahí viene embarrado, enrabiado contra la desventura,
furioso contra la explotación, muerto de hambre.
Allí viene debajo de su poncho de Castilla.
Ah, minero inmortal,
esta es tu casa de roble, que tú mismo construiste.
Adelante: te he venido a esperar, yo soy el séptimo de tus hijos.
No importa que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados.
No importa que la noche nos haya sido negra por igual a los dos.
Pasa, no estés ahí mirándome, sin verme, debajo de la lluvia”.
(Rojas, 1949).
Este poema simboliza la solidaridad del hijo con el padre explotado, el hombre estragado por el trabajo inhumano, que muere muy joven en su sitio de labranza. Es un homenaje a todos los hombres que formaron familias desde la dureza de la jornada hostil, y que fueron recompensados sólo, por el amor de sus hijos y de su mujer.
Carbón es una palabra identitaria en la obra poética de Gonzalo Rojas, es una señal de origen: es el mineral fósil que siglos antes fue madera, y que ahora le regala su destello desde la esencia de su materia oscura.
Un vocablo que resplandece vivo, en el gran patio austral donde se formó el escritor.
José Martí afirmó que “el lenguaje no es el caballo del pensamiento, sino su jinete” y en Gonzalo Rojas Pizarro encarna esa frase, su pensamiento poético viene a caballo como su padre Juan Antonio, a galope tendido. Su poesía es relámpago que rompe la oscuridad: revelación que nos conmueve.
Quizá, lo que realmente nos una a Gonzalo Rojas, sea su estirpe de padre continental, y estemos estrechamente ligados a él en esa inexplicable filiación. Como él mismo lo expresó:
“En una parentela de sangre imaginaria”.
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