Rodrigo Niño, hermano de Doris Adriana Niño, habló sobre su lucha para esclarecer el crimen.
LAURA VALENTINA MERCADO
Hace 20 años, el 23 de agosto de 2002, Rodrigo Niño le escribió una carta en EL TIEMPO a su hermana, Doris Adriana Niño, después de que su lucha judicial por esclarecer la muerte de la joven llegó a un final injusto para él, pues a Diomedes Díaz se le acababa de reducir la pena a 37 meses de cárcel en el proceso por el homicidio de la mujer.
“La impotencia y la desesperación se apoderan de mí, al ver que a aquel que te asesinó, no solo física sino socialmente, quien asesinó tus sueños y acabó con nuestra familia, se le conceden beneficios especiales”, escribió en aquel momento.
La vida de Rodrigo, y la de su familia, no volvió a ser la misma desde el 14 de mayo de 1997, cuando su hermana salió para el apartamento de Diomedes Díaz y jamás regresó. Para él, nunca se logró limpiar el nombre de Doris Adriana, incluso después de que este caso se volvió un tema de estudio de las universidades y muchas personas, según su hermano, usaron su historia para lucrarse.
Por eso, Rodrigo Niño habló con EL TIEMPO acerca de este hecho que sigue marcando su vida aún 25 años después.
Rodrigo, ¿cómo conoció Doris Adriana a Diomedes Díaz?
Un 16 de septiembre, si no estoy mal, Día de Amor y Amistad, un amigo que falleció, Jorge Rodríguez, la invitó a uno de sus conciertos en el Club de Empleados Oficiales. Diomedes la vio y se deslumbró por ella. Le envió una tarjeta con uno de los escoltas, ella no vio ningún problema y también le entregó una de sus tarjetas, pues en ese momento él era el ídolo, el cantante, no se conocía como persona.
¿Fueron cercanos?
No. El tipo empezó a llamarla, se obsesionó con ella y cuando estaba aquí en Bogotá la invitaba a conciertos. Mi hermana me decía que Diomedes era la persona más desagradable del mundo, que necesitaba que cambiara el teléfono. Cambiamos el número de teléfono de la casa porque el tipo la llamaba a las dos, tres de la mañana, drogado o como estuviera, diciendo que quería verla, pero mi hermana ya no quería saber de él. Pensamos que ahí se había acabado el problema.
¿Qué recuerda del 14 de mayo de 1997, día que desapareció Doris Adriana?
Ese día yo llegué de trabajar a la casa de mi mamá y mi hermana. A Doris le entró una llamada. Al contestar quedó paralizada. Le pregunté quién era, y ella solo me dijo: “Diomedes”. En ese momento no entendí cómo tenía el nuevo número de teléfono, pero simplemente le dije que hiciera caso omiso y se acostara. Yo salí, y cuenta mi mamá que después hicieron otra llamada, de Luz Consuelo Martínez, la compañera de Diomedes y quien también participó en el asesinato de mi hermana, para invitarla al apartamento de él. Doris le dijo que no podía ir porque vivía en Soacha, era muy lejos y el transporte era complejo. Cuenta mi mamá que hubo una tercera llamada, era Diomedes, quien le dijo a Doris que necesitaba hablar con ella personalmente, que era cuestión de diez minutos y él se comprometía a que sus escoltas la recogieran y la dejaran en casa, en las mismas condiciones. Mi hermana salió, pero salió asustada. Esa fue la última vez que la vimos.
¿Por qué decidió ir al programa ‘Historias secretas’, de RCN?
Era la voz de una mujer, quien dijo que “la niña” que estábamos buscando estaba enterrada en Tunja, que Diomedes la había matado, y colgó.
¿Fue allí donde se enteró de que su hermana estaba enterrada en Tunja?
Sí, estando en vivo empezó todo el mundo a llamar, a ser grosero, diciendo que Diomedes era el ídolo, que era el cantante y que nosotros lo que buscábamos era dinero. Luego hubo un corte y entró una llamada. La recibió Wilson Núñez por el interno. Era la voz de una mujer, quien dijo que “la niña” que estábamos buscando estaba enterrada en Tunja, que Diomedes la había matado, y colgó. Así de sencillo, no se pudo saber quién era, pero seguro fue alguien que estuvo presencialmente allá y se le removió la conciencia.
Luego de que se conoció el caso, ¿qué dijo Diomedes Díaz al respecto?
Ese día del programa hablé con Mauricio Aranguren, un periodista, quien me comentó que Diomedes Díaz iba a estar ese día en una rueda de prensa, en el hotel Cosmos 100 de Bogotá. Ambos nos fuimos hasta allá. Yo me disfracé de camarógrafo, sin calcular que ya me habían visto por televisión. Supuestamente la cita era a las 11, pero eran las 2 y el tipo nada que bajaba. Yo veía que todo el mundo pasaba, subía, me miraba. Pasadas las 2 de la tarde abrieron el ascensor. Aparecieron los escoltas de Diomedes y le hicieron una especie de calle de honor. Él se acercó hasta donde yo estaba sentado, y sin saber quién era yo, supuestamente, me dio la mano y me preguntó en qué me podía colaborar.
¿Y usted qué le respondió?
Le dije: “Estoy buscando a mi hermana”. Y él solo respondió que ese día la dejó en un taxi a eso de las 5 de la mañana, a través de uno de sus escoltas, que él no sabía para dónde se había ido. Esa fue su primera coartada. Luego solo dijo: “Cualquier cosa, déjame tu número de teléfono”. Entonces le pregunté: “¿Pero cómo así?, ¿entonces cómo la llamó?”. El tipo se sorprendió, no hallaba qué decirme, porque seguramente estaba en una traba terrible. Dio su rueda de prensa, se demoró cualquier cantidad de tiempo, cuando de repente vi que iba saliendo, entonces levanté la mano y sentí un golpe. El mánager de Diomedes, Harold Zabaleta, me golpeó. Me dio ira, así que saqué la mano y se la puse y el tipo cayó sobre una mesa de vidrio. Cuando yo volteé la mirada, noté que me tenían encañonado, todo el mundo estaba armado. Cosas de Dios que no me mataron ese día.
¿Cuál es, según usted, la hipótesis más fuerte sobre cómo llegó Doris Adriana a Tunja?
A ella la asesinaron en el apartamento y aún se desconoce el móvil del crimen. La teoría que para mí es más fuerte es que ella conoció algo y tenían que callarla. Esa noche no había fiesta, como decían. Uno de los escoltas de Diomedes dijo que conocía un sitio donde la podía enterrar. Entonces se fue para Boyacá, vía Cómbita, en Las Areneras, donde iba a enterrarla. Si lo hubiera logrado, pues a estas alturas no sabríamos nada de Doris Adriana. Pero gracias a Dios lo vieron un campesino y su hijo y empezaron a silbar y a tirar piedra. El tipo se asustó y se devolvió para Tunja. Contactó a unas prostitutas y les pagó.
¿Eso ya está comprobado?
Mi hermana salió, pero salió asustada. Esa fue la última vez que la vimos.
Entonces cuando me dijeron que mi hermana estaba enterrada en Tunja eso me llenó de coraje, de ira, de malestar, yo lloraba terriblemente, pero lloraba de rabia. Me dirigí a Tunja, llegué al cementerio y cuando están bajando el cuerpo identifiqué que era mi hermana. El cadáver estaba descompuesto, pero la identifiqué por varias señas, como un lunar y una quemadura que tenía en la pierna. Estando en el cementerio se acercó una teniente de la Policía y me dijo: “Cuidado, ojo que todo el mundo está vendido acá”. Había rumores de que se iban a robar el cadáver, por lo que la Fiscalía lo custodió hasta que lo exhumaron. Sacaron las muestras y se comprobó que era Doris Adriana. La enterramos en el cementerio Jardines del Apogeo, en el sur de Bogotá.
¿Cómo inició su lucha legal?
Primero denuncié al cura Víctor Leguizamón por injuria y calumnia, pero el proceso no prosperó. Él dijo que lo habían engañado. Yo le dije que asumía que eso era cierto, pero no me explicaba cómo la habían confundido con alguien que supuestamente estaba viva. Además, lo lógico, si lo habían engañado como decía, es que al mes hubiera salido a decir que no la conocía. Pero fue todo lo contrario, aseguró que era una muchacha muy linda, que resaltaba por encima de las demás y que la veía en la zona de tolerancia de Tunja. Para describirla se inventaba cualquier cosa. Logré probar que no era cierto que Doris Adriana fuera una prostituta de Tunja. Cuando yo llegaba a las 6 de la mañana a despedirme de mi mamá ella estaba ahí, aún acostada. Y cuando volvía a las 10 de la noche mi hermana ya estaba en piyama. No era posible, entonces, que viajara hasta tan lejos.
Rodrigo Niño en medio del proceso contra Diomedes Díaz. Foto: FERNANDO VERGARA / EL TIEMPO
¿Qué decía el dictamen de Medicina Legal sobre Doris Adriana?
Calificaron el homicidio de agravado, basados en una sobredosis de cocaína, cocaína que nunca existió. A Diomedes lo llevaron a una penitenciaría del Inpec por 5 meses y 28 días. Era una cárcel de mentiras, porque ahí todo el mundo entraba, lo visitaba, hacía lo que quería. Yo para probar la causa de la muerte de mi hermana contraté, junto con el abogado Jesús Édgar Niño, a médicos expertos en toxicología y en ciencias forenses, para que me colaboraran. Hicimos un acuerdo con ellos, pero me dijeron: “Nosotros vamos hasta donde usted vaya. Si a usted lo matan, hasta ahí llegamos”. Fue una lucha muy desigual, fue una lucha mía contra todo el sistema corrupto de este país. Le hicieron creer al país que nosotros teníamos mucho dinero y no era cierto. Hasta dijeron que yo había pagado 300 millones para matar a los escoltas de Diomedes Díaz en La Modelo y que mi hermano había sido el encargado.
¿Qué respondió Diomedes en ese momento?
A raíz de este dictamen detuvieron a Diomedes el 3 de octubre de 1997, en el aeropuerto El Dorado. Terminaron condenándolo a 12 años y medio. Luego, supuestamente, le diagnosticaron el síndrome de Guillain-Barré y le dieron casa por cárcel. Hecho que, por supuesto, tampoco fue cierto. Un médico de Medicina Legal lo examinó y descubrió que él no tenía esa enfermedad, sino que estaba en plenas facultades físicas. Ahí fue cuando el tipo se voló durante dos años. El mismo Joaco Guillén contó que lo llevaban de finca en finca, gozando, y todos los días consumían licor, ellos mismos lo cuentan, no lo cuento yo, ellos mismos lo cuentan y se ríen. Pasa el tiempo mientras ellos le arreglan la situación a Diomedes; como hay un cambio de legislación, entonces él se acoge a lo que más le conviene y en ese momento, esa condena de 12 años le queda como en seis años y terminó pagando 37 meses y salió. Él seguía sosteniendo su inocencia a pesar de la prueba en su contra.
¿Y al final aceptó alguna de las pruebas? Por ejemplo, ¿se comprobó que tuvo relaciones sexuales con ella?
Anteriormente, a cuántas mujeres habían asesinado y no había pasado nada. Aquí se logró una condena porque ya era muy evidente
Y cada vez que salía una prueba se inventaban algo más. Por ejemplo, cuando se comprobó que había residuos de piel de Luz Consuelo Martínez en las uñas de Doris Adriana, se inventaron que mi hermana había tenido una pelea con ella porque se había enterado que estaba embarazada de Diomedes y ella se había sentido celosa.
Hace poco salió el documental Diomedes: El ídolo, el misterio y la tragedia, en el que se hace referencia al caso, ¿cree que se contaron los hechos como realmente ocurrieron?
Si usted mira, el documental recoge las entrevistas de los escoltas antes del juicio y las que se realizaron después y las enfrenta. Es un documental en el que tratan de demostrar la verdad, pero una verdad a medias. De todas maneras, lo que se cuenta es la confirmación de lo que había manifestado yo a lo largo y a lo ancho del proceso. Donde yo decía que se había cometido el más vil y cobarde de los asesinatos a mi hermana y la justicia colombiana se había arrodillado ante el poder del dinero, que había sido mezquina y manipulada. Y por eso precisamente me abrieron un proceso a mí, por injuria y calumnia. Y siendo una víctima, terminé prácticamente como victimario. Me pedían indemnización de 330 millones de pesos, es decir, 10 veces más de lo que condenaron al asesino de mi hermana, porque a él lo condenaron a pagar 35 millones de pesos y 1.000 gramos oro, entonces yo decía en ese entonces que en este país era más gravoso supuestamente injuriar o calumniar que asesinar a una persona.
Claro, y en ese momento no existía el delito por feminicidio.
Yo en ese momento hablaba de feminicidio y se burlaban de mí, por eso es que yo digo que ese fue el primer feminicidio que se dio a conocer públicamente porque hay un antes y un después. Anteriormente, a cuántas mujeres habían asesinado y no había pasado nada. Aquí se logró una condena porque ya era muy evidente, ya no había cómo ocultar toda esa prueba, pero, la verdad, fue una lucha muy dura. Si no hubiera contratado forenses, se hubiera quedado el crimen en veremos.
¿Por qué dice que no se ha contado bien esta historia?
A todo el mundo le da miedo, esa es la verdad. Hay mucha mafia y corrupción en ese proceso a pesar de que han pasado 25 años, entonces les da miedo.
¿Cree que alguna vez se llegó a hacer justicia con el asesinato de Doris Adriana?
Desde mi punto de vista no hubo justicia porque la justicia fue laxa, débil, permisiva. Entonces eso permitió que se desdibujara, se mancillara, se enlodara el buen nombre de Doris Adriana. Aunque luché para que se rectificara, y aunque se rectificó, de todas maneras, ya el daño estaba hecho, quedamos como una familia acabada económicamente, moralmente acabada y estigmatizada. Pero eso sí, con la frente en alto, porque nunca me vendí a pesar de que me ofrecieron mucha plata. Me dijeron que no iba a llegar vivo a la audiencia; afortunadamente llegué y terminamos el juicio.
Rodrigo, ¿y cómo recuerda a su hermana?
Ella era una persona sencilla, una persona noble, una persona caritativa, a la que le gustaba ayudar a todo el mundo. Tenía sueños, quería sacar a su familia adelante. Sueños que fueron cercenados, que un día los asesinaron y se quedaron en eso, en sueños. Era tan caritativa con la gente que después descubrimos cómo se había enterado Diomedes del nuevo número de teléfono. Fue a través de una muchacha que estaba sin empleo y que se encontró con mi hermana, quien era ingeniera de sistemas. Ella le dio una tarjeta y le dijo que fuera a la escuela de computación que Doris tenía en ese momento, la Escuela Canadiense, y ahí le buscaba un empleo. Pero no contaba con que ella era amiga de Luz Consuelo Martínez y le facilitó el número del teléfono, que nuevamente llegó a Diomedes y esa fue la forma de contactarla. Si no hubiera sido así, Doris Adriana seguramente estaría viva.
Lo que dijo la Corte Suprema por el asesinato de Doris Adriana Niño
Rodrigo Niño presenciando la exhumación del cadáver de su hermana, Doris Adriana Niño. Foto: JOSÉ MIGUEL PALENCIA
El 22 de mayo de 2003, al resolver un recurso de casación, la Corte Suprema de Justicia condenó a 12 años y 6 meses de prisión a Diomedes Díaz por homicidio preterintencional en el caso de Doris Adriana Niño García.
Según la Corte, la muerte de Niño fue consecuencia de hipoxia por sofocación propia de asfixia causada por medios mecánicos. Puntualmente, se probó en el caso que Díaz le tapó la boca y la nariz, impidiendo que respirara. Así pues, según la sentencia, hubo “un primer acto de carácter intencional (doloso), lesivo de la integridad física de Doris Adriana, que a la postre, sin pretender directamente la muerte de la víctima, excedió lo querido y finalmente produjo el resultado que motivó este proceso”.
Según la reconstrucción de los hechos en el proceso penal, ese 15 de mayo de 1997, en el apartamento de Díaz, se reunieron él, Luz Consuelo Martínez y la víctima. Allí consumieron bebidas embriagantes, estupefacientes y tuvieron relaciones sexuales violentas. Una vez que esto terminó, el cantante le contó a Niño que Martínez estaba en embarazo de él, lo cual la molestó y ocasionó una riña entre las dos mujeres. Para intentar detener la riña, Díaz tapó “la boca y nariz de Doris Adriana, dando lugar a su muerte”, dice la sentencia.
La Corte resalta varios apartados que ya había señalado el fallo de primera instancia sobre ese episodio al decir, por ejemplo, que en la habitación en la que murió Niño la única persona de sexo masculino que podía hacer algo para controlarla era Díaz, “ya que Luz Consuelo se encontraba en estado de embarazo y su menor corpulencia física le impedían hacerlo, debiendo intervenir un tercero, y fue así como puso sobre la boca y nariz de Doris Adriana la mano con el fin de someterla a una fuerza que le impidiera reaccionar, ocasionando además de la lesión en la mucosa del labio inferior, el resultado, muerte por insuficiencia de oxígeno”.
Aunque no ahonda en este hecho, el mismo fallo de casación del cantante señala que “para ocultar el fatal desenlace Oswaldo Álvarez Rueda trasladó el cadáver de la víctima al alto del Sote, ubicado en la vereda de San Onofre del municipio de Cómbita, Boyacá”.
Álvarez era uno de los escoltas del Cacique de La Junta y fue condenado en 2001 por la juez 46 penal de Bogotá a un año de cárcel por encubrimiento, la misma condena se aplicó a Luz Consuelo Martínez y otro de los escoltas, Héctor Mauricio Botía.
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El Pepazo/El Tiempo Colombia