León Magno Montiel
@leonmagnom
El magnate Donald Trump nació para el escándalo, para el éxito material, para el artificio y la prensa rosa.
Con su copete amarillo, quizá en homenaje al origen alemán de su padre Fred, gesticula al estilo de Benito Mussoline, y declara a la prensa como un militar atormentado, con bronceados hechos con máquinas de estética.
Donald John Trump nació en Nueva York, el 14 de junio de 1946. Fue el cuadragésimo quinto presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica (45°) en 2017.
En su apartamento en Manhattan, él solía escuchar música mientras se relaja de la rutina agobiante de hacer millones de dólares en el negocio inmobiliario, negocio que aprendió de su padre teutón Fred Trump, su mayor inspiración, su guía. De Fred además aprendió el odio racial, el alemán era un furibundo racista, odiaba a los negros.
El magnate Donald es fanático del tenor italiano Andrea Bocelli, de la canadiense Celine Dion, del cantante británico Elton John.
Desde su panóptico neoyorquino, escucha con devoción a estos cantantes, los mismos que le respondieron con un rotundo «NO» a su invitación a cantar en su ceremonia de juramentación el 20 de enero 2017. Lo dejaron con cuatro cauchos espichaos y sin gato.
Mientras que Barak Obama, a quien el magnate de los escándalos conminó a mostrar su partida de nacimiento para demostrar que era norteamericano, contó con las actuaciones generosas y llenas de afecto de Beyonce, Marc Anthonny, Bono y Shakira.
El magnate copete amarillo solo recibió repetidos «NO, gracias, no puedo», a su invitación a cantar en su show de juramentación.
Es lógica esa reacción de los cantantes, que al fin y al cabo, son artistas, gente sensible, que lo escucharon declarar en 2013:
«Los negros e hispanos son los culpables de casi todos los crímenes violentos en los EEUU».
Reciéntemente Trump declaró con desparpajo a la prensa mundial:
«Los inmigrantes latinos se comen sus perros y sus gatos».
Igual se negaron, y tomaron distancia de Trump, los cantantes afros y los iberos: todos les respondieron «NO»al magnate.
El cineasta mexicano oscarizado, Alejandro González Iñárritu, expresó en un artículo que entregó a la prensa del mundo, a propósito de la visita del magnate Trump al presidente mexicano Peña Nieto en la capital azteca DF:
«Es una traición de Peña recibirlo, es avalar y oficializar a quien nos ha insultado, escupido y amenazado por años ante el mundo entero».
(El País, 2016).
Mal pudo algún cantante mexicano prestarse para ese sainete de investidura de Trump, en el gélido enero de Washington, rodeados de una gran legión de xenófobos republicanos, muchos de ellos acusados de ser adeptos al Ku-Klux-Klan, de avalar sus prácticas por ser «necesarias».
Durante su primera campaña electoral, la que él tornó en un torbellino de descalificaciones e insultos en 2016, varios de los artistas considerados celebridades mundiales, apoyaron abiertamente a la candidata demócrata Hillary Clinton, entre ellas:
Madonna, Katy Perry, Jéniffer López, Beyoncé y Lady Gaga.
Entonces Trump quizo minimizar el apoyo de estas celebridades afirmando:
«Yo no necesito de esos Ases de la música, porque tengo el apoyo de la gente».
Pero su equipo de protocolo trató de convencerlos para que asistieran a la ceremonia de juramentación y le cantaran, por todos los medios, les ofrecieron abultadas sumas de dinero.
Hillary Clinton a pesar de salir derrotada, obtuvo 2.800.000 votos más que Trump.
Eso quizá sea una evidencia de lo obsoleto del sistema electoral estadounidense, y sea un aldabonazo más para iniciar un cambio del mismo.
La candidata Hillary, en una muestra de auténtica convicción democrática, anunció que asistiría a la ceremonia de investidura junto a su esposo, el expresidente Bill Clinton, y así lo hizo.
Trump con una tercera esposa a su medida, una exmodelo de 54 años, llamada Melania, mujer de pasarelas y modas; Donald el magnate de personalidad ególatra, autoritaria y misógina; se juramentó como el Presidente número 45° de los EEUU, ella estuvo a su lado; callada, hermosa.
El magnate Trump pudo llegar al final de su período, tratando de salir de su laberinto de silencios.
Más de uno, deseó cantarle el «Réquiem de Mozart» que se canta en las grandes exequias.
Como bien lo expresó el maestro uruguayo de la narración Juan Carlos Onetti, el señor Trump «expresa sus sentimientos y toca su música» la que ha estado poblada de notas en contra de los inmigrantes, y acompañada de sentimientos muy parecidos al rencor.
El 7 de noviembre de 2020 lo derrotó el demócrata Joe Biden. Despechado y colérico, mandó a sus radicales republicanos a invadir la Casa Blanca, operación vergonzosa.
Después, Trump fue imputado por 34 cargos legales.
El magnate estuvo ligado a su homólogo Jeffrey Eistein y su red de proxenetas y meretrices, aparece en vídeos en las fiestas orgiásticas de Eistein, quien fue a la cárcel y en su celda se suicidó.
Paraciera que próxima parada para Trump será el 4 noviembre, ese día veremos la verdad que se esconde debajo de su artificial bronceado; será la segunda derrota electoral ante la carismática Kamala Harris. Esta brillante abogada de 60 años no se aterró ante su presencia desafiante, y lo arrinconó en las cámaras del mundo: El Donald perdió el debate.
La potencial derrota, le llegará a Trump a sus 78 años de edad.
¿Será el final para el radical?
El magnate copete amarillo sigue generando escándolos, esa es su estirpe, es la índole de su sangre teutona-gringa.
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