Silvestre Arturo Ovalles
Amazonas – Venezuela
Clínicamente se define la agorafobia como el miedo o aversión a los espacios abiertos, manifestado con ataques de ansiedad, hiperventilación, taquicardia, sudoración, sensación de inseguridad, miedo a ser lastimad@, agredid@, atacad@. Humanamente nadie está exento de esta condición, que regularmente es adquirida después de una experiencia traumática.
Turbas enardecidas de la oposición han pretendido en el pasado (y siguen), instaurar el miedo y la violencia política en Venezuela. Orlando Figuera es una de las víctimas más emblemáticas de esta violencia que más que política, tenía un componente de descriminación social y racial; probablemente, de haber sobrevivido a aquel crimen atroz, este compatriota hubiera desarrollado esta condición o tuviera innegables secuelas producto de ese sufrimiento, que él, en su condición de víctima no hubiera elegido padecer.
Pero hay otra agorafobia que es la política: la padecen algun@s burócratas, dirigentes en funciones de gobierno, directores de instituciones, gerentes etc. Quienes atados a la comodidad de su escritorio, desarrollan una aversión a la calle, a darle la cara al pueblo, a construir gestión, por miedo a ser confrontados, exigidos y algunas veces apenas consultados; a verse comprometidos con una solicitud inherente a su área de responsabilidad.
Refugiados en un despacho; portero, antesalista y secretaria o asistente mediante; se niegan a atender cuando son requeridos por algún venezolano que se cansó de llamarlos, escribirles, invitarlos o esperarlos; en un determinado sector, para que atendiera una necesidad social de urgencia y ofreciera, sino la solución inmediata y definitiva, alguna alternativa temporal.
Muchas veces la agorafobia es selectiva y obedece a presiones de grupos, el hecho de atender o no a determinados camaradas, o líderes territoriales. Otras veces priva la falta de voluntad política para construir soluciones en una coyuntura económicamente difícil. Pero se olvidan que es precisamente en estas circunstancias que nuestro pueblo requiere mayor atención, sensibilidad humana y humildad; de quienes tienen responsabilidades de gobierno.
La Revolución Bolivariana construyó un concepto liberador: Gobierno de la Eficiencia en la Calle; hijo directo del ejemplo de Chávez, qué siempre fue (y aún es percibido así), un líder accesible y responsable. Entonces ¿por qué el encierro de algunos en temas tan sensibles como la alimentación, la educación, los servicios; en fin la gestión social de gobierno?
Si tomamos la gestión de gobierno con gallardía, reconociendo las debilidades y asumiendo con humildad los errores propios del ejercicio político y construimos con nuestro pueblo las soluciones en la calle, en lo territorial; estaremos volviendo a Chávez y haciendo irreversible su legado. Además de que el encuentro permanente con nuestras bases es enriquecedor en lo formativo, en la praxis revolucionaria.
Recordemos siempre que las calles son del pueblo, que somos un pueblo de paz, con una profunda conciencia política que sabe defender y exigir sus derechos y más aún luchar por la materialización de sus aspiraciones colectivas. Quien se aleja de la calle, se aleja del pueblo; se le desdibuja la realidad y queda a merced de tablas, estadísticas y cuadros para satisfacer metas institucionales, muchas veces sin que esto implique, avances significativos en el proceso de transformación social que estamos construyendo.
La juventud, la vanguardia, exige de sus gobernantes y líderes el acceso inmediato, la interacción a la que los acostumbró la tecnología, el tiempo real. La inmediatez sólo se consigue en la calle, sin la solicitud por escrito, rescatando el contacto directo de lo humano, sin pantallas de por medio. Sembremos en la vanguardia el ejemplo del buen gobierno, de asumir compromisos, de responder oportunamente, de conocernos y acercarnos; vayamos con ellos a construir soluciones.
La receta infalible para vencer la agorafobia institucional y política es seguir con el ejemplo EDUCANDO A LA VANGUARDIA.
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