Fecha histórica, 19 de abril de 1909: Juan Vicente Gómez abre operaciones de Cementos La Vega. Hoy, a 113 años de aquel hito, dedicamos estas líneas a explicar la importancia del codiciado producto que, no solo en el país, sino en el mundo, ha estado asociado al crecimiento y desarrollo.
Luis Carlucho Martín
Caracas, cerca de arribar a 457 años de su fundación como asentamiento humano, de humilde villa pasó a ser la capital de aquella Venezuela floreciente hasta convertirse en la moderna metrópolis que es hoy. Una urbe cosmopolita que demanda servicios y nueva apariencia, a través de sus cada vez más innovadoras construcciones, ornatos, sitios de esparcimiento y todo lo inherente a la necesaria metamorfosis de una ciudad en constante cambio, adaptación y crecimiento, con un protagonista material que va más allá del ímpetu y la inventiva humana: el cemento y sus derivados, claves para la construcción que viste y abriga los ánimos del irreverente espíritu caraqueño.
El cemento es uno de esos protagonistas que sin ser nombrados se declaran omnipresentes, ya que sin ellos las historias que pretenden contarse serían imposibles; jamás hubiesen ocurrido ni esos ni otros relatos.
El cemento y sus derivados forman parte indisoluble del desarrollo del país en general; aunque nos centraremos en Caracas, que hace rato dejó su aspecto aldeano para crecer, aunque desordenadamente, y estar hoy a la altura de cualquier ciudad moderna del mundo.
La innegable influencia y presión de la Iglesia Católica, como parte paralela de la conquista, impulsó la transformación de pequeñas capillas en grandes iglesias –incluyendo La Catedral, en el caso de Caracas–; en lo netamente urbano pasamos de estrechas rúas de tierra a grandes calles, avenidas y autopistas, primero de cemento luego de asfalto; de dispensarios a hospitales y clínicas privadas más adelante; de pulperías y guaraperías a grandes abastos, automercados, licorerías, modernos bodegones y grandes centros comerciales; de pensiones a grandes hoteles; de objetos e imágenes icónicas a grandes esculturas y estatuas; de simples casitas y ranchones de bahareque a viviendas legendarias y grandes casonas y mansiones así como urbanizaciones donde lo horizontal dio paso a lo vertical; de pequeños establecimientos a grandes mercados municipales; así como se construyeron grandes plazas y museos. De simples sepulturas a grandes cementerios con sus obras de arte o museos al aire libre. De incipientes pasadizos a modernos puentes y túneles. De escuelitas a grandes colegios y universidades; del viejo tranvía y el ferrocarril al moderno Metro de Caracas; de campos de caimaneras a grandes gimnasios, canchas múltiples y estadios…
Muchas de estas construcciones han sido declaradas patrimonio cultural e histórico de la humanidad. Esa es nuestra Caracas, la que alberga logros y vicisitudes de quienes la eligieron como sede de vida permanente, como testigos presenciales de un protagonista omnipresente y quizás omnisciente (e insustituible): el cemento.
No se trata de hacer juicio de valores ni de un recuento histórico, tampoco de un detallado análisis de la producción, comercialización, venta y distribución del cemento venezolano; ni mucho menos se presentará un comparativo estadístico de la industria de la construcción. Solo se trata de visibilizar los alcances en este indetenible camino hacia la modernidad que ha emprendido exitosamente Caracas en su transitar de casi 500 años.
Desde su aparición formal como elemento de construcción, a inicios del siglo XX en Venezuela, el cemento ha sido, sin dudas, ese otro aliado, que junto al petróleo ha impulsado el camino hacia el resplandor del país en general.
Desde su aporte para la pequeña construcción, ampliación, refacción en el mero uso como producto, como su impacto en la empresa gigantesca generadora de empleos directos e indirectos y como factor primordial de un marcador que anunció vías de desarrollo por activar la industria de la construcción a gran escala, además de suplir el mercado interno y apalancar la economía por ser un producto de exportación. Eso representa el cemento venezolano en la historia de la humanidad.
Aunque bastante se ha escrito al respecto se rememora que en 1907 nace oficialmente C.A. Fábrica Nacional de Cementos (FNC), para complementar lo que entonces se producía en pequeñas factorías de foráneas. Y dos años más tarde, el 19 de abril de 1909, el mismísimo Juan Vicente Gómez abre las operaciones de la floreciente empresa que el ingeniero Alberto Smith fundó con el nombre de Cementos La Vega, en su terreno en medio de la modesta parroquia al oeste caraqueño. Treinta años más tarde surge la filial Cementos Táchira y casi paralelamente se crea Venezolana de Cementos (Vencemos); todo debido a la alta demanda de esos tiempos de necesaria expansión de ciudades que dejaron de ser solo pueblos para transformarse en centros de producción y trabajo lo que implicaba desde lo sociológico, albergar a más gente por tanto garantizar el suministro de nuevos servicios básicos para la vida.
Esas empresas manejaron todo el negocio del cemento y se fueron apoyando con la creación de pequeñas aliadas entre los años 1940 y 1960.
La demanda del mágico producto era muy alta lo que impulsó la creación de Cementos Caribe en 1970 con capital netamente privado. De igual manera nace Cementos Catatumbo, pero bajo la figura de empresa mixta con un grupo de empresarios zulianos que le dejaron el 20% a la francesa Lafarge ya introducida tiempo atrás en el país. Y en 1976 con capital privado y del Estado se da vida a Cemento Andino.
Dicen los analistas que a esa floreciente época de la construcción se le llamó la “burguesía emergente” contextualizada históricamente a finales de la década de 1970. Fue tal el boom cementero que oxigenó la construcción, se suplía al mercado interno y se exportaba en abundancia.
En los años 90 la industria cementera pasó a ser manejada por transnacionales y eso comenzó a generar ruido interno. La suiza Holcim adquirió Cementos Caribe; la poderosa empresa francesa, Lafarge, hizo lo propio con Cementos Táchira y parte de la FNC, y Vencemos se transforma en filial de la mexicana Cemex; mientras que Cemento Andino ya no cuenta con capital privado por lo que el Estado lo adquiere en su totalidad hasta que en 1998 es privatizada y adquirida por la filial colombiana ARGOS, Grupo Cementero Andino C.A.; no obstante, vuelve a manos criollas en sociedad nuevamente con el Estado venezolano en 2006 y dos años más tarde se da la nacionalización de toda la industria.
Ello impulsó un sentimiento proteccionista traducido en la toma de toda la industria cementera por parte del Estado venezolano que adjudicó la gerencia a través de varios organismos oficiales como el Ministerio de Obras Públicas, Ministerio de Industrias Básicas y Minería, Ministerio de Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias, Ministerio de Industrias, Ministerio de Industrias Básicas, Socialistas y Estratégicas y, finalmente, Ministerio de Hábitat y Vivienda, ya que el cemento es el motor de apalancamiento de la Gran Misión Vivienda Venezuela –naciente en 2011 con el objetivo de resolver el déficit de vivienda de la población menos pudiente.
En ese ínterin, específicamente en 2009 nace la Corporación Socialista de Cemento, CSC, que reúne a todas las empresas estatales del ramo a los fines de motorizar y aligerar acciones inherentes a la producción, venta, comercialización del cemento y otros materiales de construcción.
Reiteramos, como relatores, no es nuestra función valorar eficiencia, ni eficacia, ni mucho menos aspectos estadísticos, gerenciales ni mucho menos políticos; solo repasamos algunas líneas acerca de la importancia y el indiscutible protagonismo del cemento como pilar de construcción en la transformación de aquella Caracas rural a esta moderna ciudad que hoy, anárquica como es, nos abriga en su nuevo aniversario.
PD: El cemento, responsable de la fisionomía citadina, ha dejado su huella en los últimos días, con mayor fuerza, en el aspecto, por ejemplo, de Las Mercedes, Altamira y La Castellana, con sus inmensos y deslumbrantes edificios.
El Pepazo