Jose Cedeño
Hace escasos días en declaraciones del presidente Nicolás Maduro afirmo que había enfermado.
Con lo sucedido, cualquiera enferma. Su hombre de confianza en el cual había puesto la más grande y principal industria del país bajo su administración le traicionó, no solo a él, sino a todo un pais, creando todo un entramado de corrupción.
Para nadie es un secreto que más 70% de la economía del país depende del petróleo y su industria, miles de millones de dólares se fueron por el desaguadero, qué raro, está banda sacaba tanqueros de petróleo y lo de su venta lo enviaban a sus cuentas personales y para dónde miraba el imperio. Para esta mafia no había bloqueo, cabecilla de esta mafia Tareck El Aissami. Se justifica que hasta nuestro presidente enferme. Cuántos hospitales se hubiesen dotado, cuántas vidas salvadas, cuántas escuelas habilitadas, cuantas calles y avenidas reparadas, este es un delito que merece la pena máxima de traición a la Patria.
La revolución desde sus inicios siempre ha estado infiltrada por la traición, y no será la última. El traidor, una de sus características principales es que tiene un precio, desde el traidor más famoso de la historia Judas que por 30 piezas de plata entregó a su maestro, tienen una capacidad innata para engañar y mentir con la finalidad de lograr sus objetivos.
No les importa el sufrimiento que puedan causar a los demás, sea individual o, en este caso, a todo un país, tiene su conciencia cauterizada que es incapaz de sentir culpa o remordimiento.
El traidor lo hace por diversos motivos, ansias de poder, ambición, oportunismo y es una de las pocas cosas que encuentra para alcanzar el éxito y sentirse reconocido.
El daño hecho a nuestra patria por este último evento es de proporciones hasta ahora incalculables. Si bien es cierto que cayó la primera ficha, el tumor de la traición y corrupción no ha sido extirpado por completo, esperamos que los órganos de inteligencia estén alertas como hasta ahora develando cada plan desestabilizador que se les ocurra a los traidores.
Leí un artículo de la psicóloga argentina Guillermina Rizzo: «El soberbio niega la traición, el cobarde no se responsabiliza del acto, y el estúpido la asume como un desliz trivial. Para reparar la confianza aniquilada a veces no alcanza una vida».
Finalizó con una frase en ocasiones fue utilizada por nuestro comandante Chávez: ¡Candelita que se prenda candelita que se apaga !
El Pepazo