La historia de Ramiro Nava es tan fecunda como sus ideas. Era un futurista, con pensamientos muy adelantados a su época. Llegó, incluso, a proponer un puente sobre el Lago de Maracaibo que finalmente se levantaría a finales de los años 60 o un puente sobre el río Orinoco. Fue el primero y quizá único utopista venezolano, hasta el punto de haberlo llamado el «Julio Verne» criollo.
Ernesto J. Navarro (*)
La vida de un hombre no es su currículo, pero ¿por dónde empezar a escribir la historia de alguien que fue doctor en Ciencias Políticas, Miembro de la Real Sociedad de Ingenieros de Londres, socio honorario de la Asociación de Ingenieros de Chicago, Doctor de Piscología de la Fundación de Psicología de Reino Unido,
Príncipe Rosacruz, Raddomante, Caballero de la Orden Internacional de la Legión de Honor de la Inmaculada, cultivador premiado de semillas de girasol, geógrafo y que pretendió sumergir a Caracas en canales navegables al estilo de Venecia?.
Pero llenar de agua al valle donde está asentada la ciudad capital de Venezuela, era solo una de las aristas de la gigantesca propuesta de Ramiro Nava, ideada para una convivencia entre los seres humanos y la naturaleza.
Quizá por ser un soñador que hacía planos, medía con destreza y dibujaba al detalle las imágenes que su cerebro paría, algunos autores lo llaman -aún en tiempo presente- el «Julio Verne» criollo.
Esta enormidad de plan resultaba sencillo en la cabeza de Ramiro Nava: solo había que excavar un canal de aproximadamente diez kilómetros de largo y al menos doce metros de profundidad, con un sistema de esclusas similares a las del Canal de Panamá, con el que podría conectar al litoral central (costas del mar Caribe venezolano) con Caracas, la capital.
Dicho canal estaría provisto de servicio de transporte rápido (un tren subterráneo), con salida en la Plaza Bolívar y destino en las playas del hoy estado La Guaira. A los lados del canal que trasladaría la inmensa masa de agua para inundar Caracas, habría una galería de ferris, miradores, restaurantes, salones de baile y parques de
diversiones. Avenidas monumentales y amplios bulevares completaban su idea. De manera que la ciudad quedaría atravesada por avenidas y canales de agua capaces de convivir en perfecta armonía.
Publicando el plan
Este proyecto, que le valdría a Ramiro Nava, las risas de algunos incrédulos, con el tiempo, terminaría por conseguir la admiración de muchos. No era para menos, su plan bautizado como «El bloque de oro o plan de finanzas por el bien de Venezuela» aparecía publicado a mediados de 1936, en una Venezuela que recién
salía de la larga dictadura militar, que por más de 20 años mantuvo a Juan Vicente Gómez en el poder.
Dentro de ese libro, se hizo célebre El Plan Ramironava para la transformación urbana de Caracas, con el que pretendía hacer de la urbe venezolana la más hermosa ciudad del mundo.
«Al publicarse su obra, la sociedad la recibió con cierta sorna. Además el plan estabaacompañado de una manifestación de voluntad para ser presidente de la República», cuenta el intelectual venezolano Luis Britto García, quien por años investigó sobre la vida del hombre que era considerado «el último utopista».
En el momento en que Ramiro Nava entra en escena, el poder era disputado por exmiembros de la dictadura y nóveles partidos políticos. En ese sentido, Ramiro Nava era quizá un poco ingenuo, según relata Britto García, ya que buscaba abrirse espacios entre profesionales de la política. Él aseguraba que quería ser presidente para hacer el bien y que solo necesitaba 6 meses o un año para sentar las bases de su gran obra.
El hombre que no nació
Dicen algunos autores que Ramiro Nava nació hacia 1887, en la ensoñadora ciudad Maracaibo. Pero, para Luis Britto García, no nació nunca. Cuando se hurga en su vida puede descubrirse que su fecha de nacimiento no figura en la reseña biográfica que presagia sus obras.
Papá fue muy coqueto, nunca quis o decir su verdadera edad, contó alguna vez su hija.
Desde muy joven Ramiro Nava daría muestras de su genio al publicar en 1904 el primero de sus libros titulado «Manual de Nociones de Geografía Universal». Luego se hizo abogado en 1910 y de inmediato inició un período de formación autodidacta en áreas tan distantes del derecho como la avicultura, la apicultura y la floricultura.
Más tarde escribió textos sobre ganadería y también acerca del clima y su efecto sobre el comportamiento humano como una forma de explicar el fenómeno de la delincuencia.
Adicionalmente, explorando otras ramas del conocimiento, elaboró un ensayo sobre teosofía adaptada a la música y al cinematógrafo, persiguiendo la relación de correspondencia entre colores, sonidos, imágenes y sentimientos.
«Sin duda alguna, Ramiro Nava se adelantó a su época con sus propuestas en torno a la sinestesia, esto es, la fusión de la fascinación de todas las bellas artes a través de su proceso de incidencia en los cinco sentidos, amén del otro. Fue un revolucionario a su modo, que también aplicó muchas ideas iluminadas para sensibilizar a una
Caracas que él ya avizoraba como caótica y compleja», aseguró el periodista y poeta zuliano Alexis Blanco.
Obra maestra
Pero sería el Plan Ramironava lo que le granjearía un lugar sin discusiones en el panteón de los pensadores venezolanos.
Nada más y nada menos, pretendió crear una Venecia suramericana en Caracas, trayendo agua del Mar Caribe a través del Canal de Tacagua para conectarlo directamente con el río Guaire. Esto iba a permitir que la ciudad estuviese intercomunicada por canales navegables, lagos, anchas avenidas y autopistas, fortificando así el primer gran puerto de Suramérica. Una obra sin antecedentes, solo comparable con las obras hidráulicas de los aztecas en la ciudad mexicana de Tenochtitlán o las obras medievales que dieron origen a Venecia.
Su proyecto global, para algunos, era irrealizable, “pero con el paso de los años algunas de sus propuestas, ya trazadas antes de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, terminaron haciéndose realidad, como las avenidas que cruzan la ciudad de norte a sur (Av. Bolívar, Av. Urdaneta, Av. Fuerzas Armadas), o la vía expresa que une
a la capital con el litoral (carretera Caracas – La Guaira) que se construyó 10 años después de su fallecimiento”, precisaría Britto García.
Ramiro Nava llegó incluso a proponer un puente sobre el Lago de Maracaibo que finalmente se levantaría a finales de los años 60 o un puente sobre el río Orinoco.
También imaginó:
-un teleférico,
-la reurbanización del litoral central,
-la electrificación del Caroní
-la industria petrolera bajo control venezolano.
Y hay más: «La forma en la que el arquitecto Carlos Raúl Villanueva concibió la urbanización El Silencio recuerda a la Ciudad Jardín de Nava», añadió Britto García.
Buena fe
Ramiro Nava logró edificar una pequeña célula, una especie de comunidad modelopara mostrar la forma de vivir que merecían los venezolanos.
Hizo edificar un conjunto de casas conocido como la Ciudad Jardín en el sector urbano antiguo de La Pastora (Caracas). Se trataba de una serie de casas unifamiliares, ubicadas todas frente a un gran patio central donde, según pensaba, las familias podían hacer vida común y donde podían ver a sus hijos jugar. Esas casas
las alquilaba personalmente.
Ramiro Nava, dicen de él varios autores, era dueño de una personalidad ingenua, predicaba su creencia en la buena fe de las personas.
El sustento
Ramiro Nava calculó que las riquezas naturales del país bastarían para su obra. El «bloque de oro» era, en su particular forma de pensar, la viabilidad del proyecto.
Solo había que extraer de las minas del sur del país, en forma de lingotes, todo el oro que le permitiera fabricar un bloque de 100 metros cúbicos, que fuese el cimiento de un Rascacielos donde funcionaría el Banco de Conversión Nacional y que eso le permitiese imprimir todos los billetes necesarios para las obras, con el respaldo
aurífero.
El presente
Ahora bien, la Caracas de hoy viene a ser como un espejo del sueño de Ramiro Nava, solo que en la ecuación perfecta de convivencia que soñó hoy no es Oro-Papel- Piedra-Agua-Flores-Espíritu, sino Petróleo-Papel-Concreto-Lodo-Basura, al decir del escritor.
Vivir en la Caracas de Ramiro Nava sería un sueño permanente, una ciudad idílica, en la que prevalecería la relación humana entre los habitantes.
Pero mirando la convulsionada capital, salta la pregunta: «¿Y si Ramiro Nava volviera? ¿Con qué cara le mostraríamos la Caracas actual? ¿Esto fue lo que hicieron?, nos diría», escribió el maestro Salvador Garmendia en su libro «La vida buena» «Ahora tienen miles de millones pero ya no hay quien sueñe».
El zuliano Ramiro Nava, sin dudas, fue el primero y quizá único utopista venezolano.
(*) Ernesto J. Navarro, periodista y escritor. Autor de la novela Puerto Nuevo y Premio Nacional de
Periodismo 2015.
��navarroernestoj@gmail.com / @ernestojnavarro
Este texto de una versión del propio autor (2017).
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