Exponer la cabeza al sol sin protección puede ser más peligroso de lo que se suele pensar. Las personas con calvicie deben extremar las precauciones, ya que reciben un impacto más directo del sol. Basta con seguir unas recomendaciones básicas.
María R. Lagoa
La concienciación entre la población de los beneficios y peligros del sol ha aumentado en los últimos años, pero no tanto respecto a la repercusión negativa que tiene no proteger bien la cabeza. Es la opinión de Elena Muñoz, miembro del Programa de Actividades Preventivas y de Promoción de la Salud de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc), “a menudo subestimamos el riesgo de la exposición al sol en la cabeza. La conciencia sobre la protección solar ha ido aumentado en los últimos años, pero aún queda trabajo por hacer para educar a las personas sobre la importancia de proteger la cabeza de manera adecuada”.
Más cuidado si eres calvo
Según Muñoz, las principales contingencias a tener en cuenta son las quemaduras solares en la piel del cuero cabelludo y el aumento del riesgo de desarrollar cáncer de piel en esta zona. En este sentido, las circunstancias particulares de los calvos son relevantes debido a la falta de la protección natural que ofrece el cabello: “La piel del cuero cabelludo de las personas calvas está más expuesta directamente al sol, lo que aumenta el riesgo de quemaduras solares y de desarrollar cáncer. Además, la parte superior de la cabeza, de las orejas y de la nariz reciben la radiación solar de forma más perpendicular, por lo que sus efectos dañinos son mayores en estas zonas”.
No obstante, conviene recordar que el pelo también puede sufrir los daños del sol, que puede resecarlo, alterar su color y su textura.
Cuando la exposición al sol es excesiva, directa y sin protección en la cabeza, es posible experimentar dolores de cabeza y es más fácil que pueda ocurrir una insolación e incluso un golpe de calor: “El sol puede calentar rápidamente la cabeza y afectar al equilibrio de temperatura de nuestro cuerpo”.
Golpe de calor
El golpe de calor se origina como consecuencia de un fracaso agudo de la termorregulación, de aparición muy rápida (1 a 6 horas). “Existen numerosos factores de riesgo individuales que pueden alterar la adaptación del organismo al estrés térmico, entre los que se encuentran las patologías crónicas y los medicamentos que con frecuencia consumen los pacientes con dichas enfermedades”, explica Pilar Cubo Romano, coordinadora del grupo de trabajo Cronicidad y Pluripatología de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).
Las personas con enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus, obesidad y enfermedades respiratorias crónicas, son especialmente vulnerables. Los síntomas más comunes del golpe de calor son debilidad, náuseas, vómitos, cefalea o sensación de mareo. Entre los signos clínicos, además de la temperatura corporal central elevada, se incluyen taquicardia, taquipnea e hipotensión. Las complicaciones más frecuentes son el síndrome de dificultad respiratoria aguda, coagulación intravascular diseminada, insuficiencia renal aguda, lesión hepática, hipoglucemia y rabdomiólisis.
Los ojos
Por otra parte, la exposición al sol sin protección puede afectar negativamente a los ojos. En primer término, la piel del párpado y que rodea a los ojos puede sufrir, igual que la de todo el cuerpo, lesiones tumorales. Asimismo, el sol puede dañar la córnea, el cristalino y la retina.
La complicación aguda más frecuente es la queratitis, asegura Laura Porrúa, especialista en cirugía refractaria, córnea y cristalino, y especialista en oculoplastia, estética y rejuvenecimiento oculofacial del Instituto Oftalmológico Gómez Ulla. La queratitis afecta a la córnea (estructura más externa y transparente del ojo), inflamándola y causando molestias oculares: “Se evapora la lágrima y la radiación solar impacta en el ojo, algo que se puede producir de manera directa o por reflejo en la nieve o la arena”.
La exposición continuada puede provocar alteraciones en la membrana conjuntiva (membrana transparente que cubre la parte blanca del ojo, la esclera, y los párpados por su cara interior). Pueden aparecer lesiones de la piel como nevus o lunares, y más específica, el pterigion, que es un crecimiento de la conjuntiva fibroso y vascularizado sobre la superficie de la córnea. “Aunque se puede tener una predisposición genética, el exceso de sol afecta. Es benigno pero da molestias. Se tiene una sensación de cuerpo extraño, ardor, sequedad ocular…, se ve como una manchita blanca o amarillenta, que crece en la parte blanca o hacia el iris”, aclara esta especialista.
De igual manera, permanecer al sol de forma continua y sin protección en los ojos incrementa el riesgo de cataratas y de degeneración macular relacionada con la edad. “No es poca cosa”, enfatiza Porrúa, quien a renglón seguido añade: “Hay que pensar además que el sol tiene rayos ultravioleta todo el año, así que hay que tomar medidas siempre, en verano y en invierno, especialmente en la nieve”.
Recomendaciones para mantener a salvo la cabeza
Su recomendación es utilizar una visera o un gorro y gafas de sol homologadas CE porque son las que filtran los rayos ultravioleta. Existen distintas categorías de filtros, del 0 al 4. Para un uso normal, Porrúa considera que es suficiente con utilizar gafas con filtros 0, 1 y 2, para la playa o zonas muy soleadas aconseja el 3 y para esquiar el 4. No considera adecuado que los niños muy pequeños usen gafas de sol para no alterar su desarrollo visual. Hasta los 3-4 años lo más adecuado es ponerles una gorra que dé sombra a los ojos y la cara.
Para tomar el sol, señala que lo ideal es la protección total, tapar la cara con un sombrero o un pañuelo, aunque recuerda que existen cremas protectoras para aplicar en los párpados, y que hay que evitar las horas centrales del día.
Un consejo similar ofrece Muñoz: “La mejor protección para nuestra piel es evitar totalmente la exposición solar entre las 11 y las 16 horas porque los rayos inciden directamente y la radiación UV es más intensa. Si no es posible evitarlo, por ejemplo debido a motivos profesionales, debemos protegernos la piel con cremas protectoras, ropa fresca pero de manga y pernera largas. Para la cabeza, lo mejor es utilizar un sombrero de ala ancha que proporcione sombra tanto al cuero cabelludo como al rostro y al cuello”.
Concretamente, la portavoz de Semfyc sugiere buscar sombreros fabricados con materiales que bloqueen la radiación ultravioleta, como el algodón o la lona. Es importante combinar este complemento con el protector solar aplicado en la piel expuesta. Como para el resto del cuerpo, su recomendación es escoger la protección alta (FPS 50), no olvidar las orejas, y reaplicar cada dos horas, o antes si nos bañamos o sudamos profusamente. “Para el planeta y el medio ambiente son mejores las cremas de protección basadas en filtros físicos, no químicos”, concluye.
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