León Magno Montiel
@leonmagnom
Al momento de ser asesinado Felipe Pirela, el 2 de julio de 1972 en las oscuras calles del viejo San Juan, en Puerto Rico, sólo tenía 30 años de edad.
Había nacido en el barrio El Empedrao, en el pintoresco centro de Maracaibo, el 4 de septiembre de 1941.
Fue el octavo hijo de una familia humilde, conformada por Felipe Pirela Monsalve, un modesto albañil y una artesana de nombre Lucía Morón, bautizada así en honor a la patrona de esa barriada luminosa, situada frente al lago: Santa Lucía, nombre que significa “La que posee la luz”.
La negra Lucía, como la llamaban en el barrio, fue quien impulsó a cantar al pequeñín Felipe, lo sobreprotegió, fue su celosa tutora.
La madrugada del 2 de julio, Felipe había terminado su actuación en el bar-cabaret El Molino Rojo, donde lo habían contratado por una corta temporada, poco antes de partir de gira a República Dominicana.
Ese día habló con su socia Paquita Berrío en tono alegre y le comentó que al día siguiente se verían en el hotel Borinquen Tower, donde residía el cantante, para darle una buena noticia.
Ella intuyó que se trataba de un importante logro artístico, algún contrato que esperaban.
Esa noche calurosa de julio, a Felipe fue a buscarlo en su camerino el asistente de Luis Medina Rosado, quien horas más tarde disparó el arma que le quitó la vida al bolerista. Medina Rosado estaba involucrado en distribución de drogas en la “Isla del Encanto”, con reputación de mafioso, timador y hombre violento. Al parecer, Medina intentó involucrar en ese mundo degradado al talentoso cantante zuliano, y este se negó.
Felipe había dejado Venezuela luego de una truculenta y escandalosa ruptura conyugal con la joven Mariela Montiel Prieto, una adolescente zuliana con la que se casó en 1964, siendo ella menor de edad.
Con Mariela tuvo su única hija, Lennys Beatriz Pirela Montiel. En esos días aciagos para el cantante, Mariela declaró a la prensa en forma desconsiderada, admitiendo su desprecio por Felipe y sus dudas sobre su condición de hombre. Algunos opinan que estuvo impulsada por el despecho, por los celos que le provocaba ver a su marido siempre rodeado de sus seguidoras.
Otros aseguran, que actuó azuzada por su madre, quien trabajaba en el Congreso Nacional y era militante de peso de Acción Democrática, ligada íntimamente a Carlos Andrés Pérez y su clan. Mariela, su hija, optó por esa oprobiosa venganza, con una acusación subida de tono, impropia. Por ello el periodista Francis Blacman sorprendió con su aserto: “El problema de Felipe, no fue sentimental, sino político”. Ante esa afrenta, unida a la presión legal de la demanda de divorcio, y la creciente amenaza de cárcel, el bolerista tomó la decisión de dejarlo todo en Venezuela y salir huyendo hacia Colombia, nación donde habían cosechado un éxito considerable sus canciones. Más tarde pasó a Santo Domingo, y después se estableció definitivamente en Puerto Rico, su idílica Borinquen.
La isla del coquí era su segunda patria musical y el puente seguro hacia Estados Unidos, a donde ya había llegado someramente con su música.
El 15 de junio, exactamente 17 días antes del asesinato, Felipe estuvo en los estudios Good Vibration de Nueva York, comenzando la selección de temas para su álbum número 22.
Lo preparaba el sello Velvet, con un equipo encabezado por John Fausti, Roberto Page y el director de orquesta y arreglista Jorge Millet. Estaba en pleno esplendor la era de las big-bands, comenzaba el boom de la salsa newyorkina, y Felipe quería penetrar esa atmósfera musical con su estilo romántico, bien orquestado, asesorado por el pianista Javier Vásquez.
Esto desmiente el falso argumento de que Pirela se encontraba en la quiebra económica al momento de morir. Antes de comenzar este proyecto en la Gran Manzana, había recibido invitaciones para trabajar con el maestro Tito Rodríguez, también con Chucho Sanoja y con la orquesta de Renato Capriles: ofrecimientos que rechazó para proseguir con su carrera como solista estelar, y subir a los escenarios con su propia lustre.
La carrera artística de Pirela había comenzado muy temprano, con tan sólo 13 años cantaba en la emisora Ondas del Lago y en el canal de televisión de la misma corporación zuliana. Luego participó en los programas de concursos en Caracas, en la planta RCTV hacia 1958. Tuvo un gran maestro musical, el trompetista Juanito Arteta, este lo formó como cantante.
Felipe entró a la agrupación Los Peniques en 1960, con ellos grabó “No sufras corazón”, fue un éxito en todo el país. Meses después fue recomendado por Víctor Piñero al maestro dominicano Luis María Frómeta, quien lo contrató, así logró entrar a la orquesta más popular de Venezuela: Billo´s Caracas Boys. Allí compartió glorias con el coterráneo Cheo García, Memo Morales y el citojense Joe Urdaneta.
Esta conjunción de vocalistas zulianos llevó al maestro Frómeta a parodiar el célebre “Son de la Loma” de Miguel Matamoros, afirmando: “Yo sí sé de dónde son los cantantes, del Zulia”.
Felipe Pirela grabó un total de nueve discos de larga duración como integrante de orquestas, 24 álbumes en solitario, y tres producciones colectivas, donde destacaron los arreglos del maestro dominicano Porfi Jiménez. Fueron 36 producciones en total. Actuó en Colombia, en México donde grabó al lado del maestro Armando Manzanero y con esa producción se ganó la designación como
“El Bolerista de América”.
También estuvo en Estados Unidos, Montreal, República Dominicana y en Puerto Rico, poco antes de asilarse. Sin duda, buen récord para un cantante que sólo alcanzó a vivir tres décadas, un tiempo vital breve y violento.
En paralelo a su exitosa carrera en los escenarios, Felipe llevó una vida de penas y desamores, fue asediado por la gente que antes le había prometido felicidad. Esto lo resumen y describen sus interpretaciones:
“Oigo a mi madre aún, la oigo engañándome,
Por qué la vida me negó lo que en la cuna ella me cantó”.
Esos temas los cantó desde su dolor, desde la ausencia de la hija amada, Lennys. Separado irremediablemente de su madre, cada día más lejana. Los títulos de sus canciones se convirtieron en sentencias de vida: “El Malquerido”, “Sombras nada más”, “Silencio”. André Malraux, escritor francés que citamos en el epígrafe, afirma: “todo hombre se parece a su dolor”. En Felipe, esta frase aplica perfectamente, fue un cantante del dolor, al igual que Édith Piaf, Carlos Gardel, Julio Jaramillo y Barbarito Diez.
En una ocasión, el actor boricua Daniel Lugo comentó: “Yo iba los domingos a un hotel en el viejo San Juan a disfrutar de unos tragos en la piscina, y un día pregunté al barman por un hombre que había visto en los fines de semanas anteriores, siempre solo, expectante, bebiendo en silencio y que eventualmente me miraba.
Ese hombre solitario era Felipe Pirela, siempre absorto en sus nostalgias, como esperando algo que nunca llegaba”. Hasta qué punto Felipe hizo suyas esas letras, esas vivencias?
”Quise ser feliz, y estoy en vida muriendo,
y entre lágrimas viviendo el pasaje más horrendo,
de este drama sin final”
Por un momento nos imaginamos el mundo interior del hombre que canta:
“Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies,
para poderte demostrar que más no puedo amar y entonces morir después”.
Sin duda, fue un ser que vivió el paroxismo de su pasión, ardiendo por un amor no correspondido, en la más absoluta soledad, que cantó y se desvivió por regresar a su terruño. En definitiva, su vida fue un libreto escrito con las letras de sus boleros, los que cantó lleno de aflicción, con una voz que se quebraba para fingir el llanto.
Sus exequias se recuerdan como una de las más concurridas en la historia de Maracaibo, equiparadas a las del poeta Jesús Enrique Lossada, el rector que lideró la reapertura de la Universidad del Zulia en 1948. A las del Monumental de la gaita Ricardo Aguirre el 9 de noviembre de 1969, quien perdió la vida en un accidente de tránsito en Las Veritas, en coincidencia con Felipe, con tan sólo 30 años de edad.
La procesión fúnebre para despedir al cantor se realizó en las calles empedradas de Santa Lucía, la ciudad lloró la partida de su juglar y se vistió de luto. Maracaibo ya no tenía su principal barriada El Saladillo, lo habían derrumbado por decreto del Presidente Rafael Caldera en 1970, con la falsa promesa de construir un Centro Libertador que nunca llegó. Un Presidente farsante, que en 1942 había sido el orador en la Coronación de la Virgen de Chiquinquirá, en ese momento expresó un supuesto “amor al Zulia”. Caldera logró borrar la huella arquitectónica de la ciudad, el sector primigenio de Maracaibo, el suburbio génesis de la capital lacustre. Borró con un decreto el patrimonio urbanístico de los maracaiberos, apoyado por el Gobernador de turno, su adlátere Hilarión Cardozo.
En ese ambiente de ciudad bombardeada, entre despojos de caña y mampostería, sus habitantes enterraron a un paisano que fue reconocido en todo el Caribe, que logró erigirse como el cantante más destacado del bolero en América, y que no pudo darle la noticia de una nueva vida, que esperaba su compañera de luchas Paquita Berrío, ni logró ver su regreso al terruño natal, lo que tanto anheló.
Han pasado varias décadas desde la muerte de Felipe, y ahora renacen los tributos al cantante, como el meritorio álbum que realizó Héctor Lavoe en 1979. La agrupación Vocal Song interpretó los boleros más emblemáticos de Pirela, con arreglos vocales y armónicos propios del siglo XXI.
A pesar de que ninguno de los integrantes pudo conocerlo, la magia interpretativa surgió, gracias al amor de esos jóvenes por la obra pirelista.
Argenis Carruyo produjo un álbum donde recreó el universo de Felipe, logró estar a la altura del compromiso, interpretó magistralmente al mejor del mundo en el género bolerístico. El reconocido cineasta Diego Risquez rodó el filme “El malquerido”, con una impecable factura recrea los escenarios y locaciones de los años 60.
La cinta es protagonizada por el cantante venezolano Jesús “Chino” Miranda. Esta película ha generado una gran expectativa continental y sin duda, va a devolverle a Felipe el respeto del público, va a reinsertar sus canciones en la memoria colectiva, a desempolvar su cancionero estelar.
En el breve tránsito vital de Felipe Antonio Pirela Morón, todo le llegó temprano: el canto, el éxito, el amor, por igual el desamor, su hija, el destierro y la muerte. Durante muchos años su nombre estuvo bajo un manto de oprobio, de enigma, sus discos fueron menospreciados.
La historia le devuelve la grandeza y el justo reconocimiento. Su nicho en el Panteón Regional del Estado Zulia, a donde ingresó con honores en 2012, es el más visitado.
A todos los que entendimos la magnitud de este artista americano, el muchacho de baja estatura, ojos achinados, un tímido edipo; pero poseedor de una voz que rozó con la perfección, nos toca mantener su canto vigente, darle al mundo la buena noticia que el 2 de julio 1972 él no pudo revelar.
Confirmar que su canto será imperecedero. Y debemos hacerlo en honor a su talento, a su voz aún presente e insuperada, y a su noble origen de pueblo.
Milan Kundera nos enseñó que “la historia no es maestra de la verdad, por el simple hecho, que se está haciendo y no ha dicho la última palabra”.
En la historia artística de Felipe, no todo está dicho, aún tiene zonas inexploradas, aún el cantor tiene muchas canciones pendientes. Felipe aún no ha dicho su última palabra.
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El Pepazo