León Magno Montiel
@leonmagnom
Los hombres de las ínsulas se levantan entre la sal, el sol, las arenas ardientes y el mar que reparte vida y muerte en un mismo compás.
Para ellos el mar es un jardín sumergido, otras veces; un desierto verdoso.
En ese entorno natural soberbio, los habitantes de las islas forman su carácter, en medio de esa biodiversidad llena de vida, de poesía, de peligros y asechanzas: se determina la índole de su sangre.
Gustavo Pereira es un hombre de la isla, nació el 7 de marzo de 1940 en Paraguachoa, que significa «La isla de las perlas en voz guaquerí». En el sector Punta de Piedras exactamente.
El primer hijo del matrimonio inusitado y novelesco que formaron Ofelia Salazar, bella margariteña, y el aventurero Benito Perera (sin la i, hasta ese momento. Luego adoptó el Pereira).
Su padre quedó huérfano y lo protegió, lo levantó Monseñor Pellín, lo educó bajo su égida, su férrea tutela. Benito Perera en su adultez, recorrió las selvas venezolanas, fue un pionero de las redes ferroviarias en el país. Era de ascendencia italiana, conocía bien esa cultura. Ofelia era una mujer contemplativa, una buena lectora, una dama serena.
La juventud de Gustavo estuvo siempre circunscrita al Oriente de Venezuela, entre Puerto La Cruz y los pueblos aledaños. Se formó en la Universidad Central de Venezuela en la carrera de Derecho en 1963, por esos años vivía entre oriente y la Caracas, la megalópolis cultural que lo sedujo; entonces comenzaba su militancia política con los movimientos de izquierda.
En 1980 se marchó en París para realizar el Doctorado en Letras Hispánicas, trabajó sobre «Los Cronistas de las Indias», su lenguaje, durante dos intensos años permaneció en la cuidad luz. Su brillante tesis doctoral selló su maridaje con las culturas primigenias del continente americano.
Él es un sabio de esa fuente: la cultura indoamericana. Pereira ha reflejado en su poesía la pasión india que lo envuelve, es un descubridor de los misterios de los pueblos originarios, desde México a la Patagonia sigue indagando sus riquezas artísticas, su mundo agreste y originario.
Cuando tenía 12 años de edad, tuvo un tránsito relampagueante por la ciudad de Maracaibo, allí estudió en el año 1952, conoció la ciudad puerto, ensenada de poetas, la madre de la gaita, la urbe amante del lago. En 1953 regresó a su Puerto La Cruz, a los 16 años publicó su primer plaquete de poemas. Desde entonces no ha cesado de publicar, tiene una veintena de títulos de su autoría: poemarios, ensayos, antologías de su obra, artículos arbitrados, varios tomos han sido traducidos. En 1967 se casa con Maureen Pacheco y tienen tres hijos, que son fuentes de su creación literaria más personal.
En 1992 Gustavo Pereira publicó su poema irónico y reivindicativo, «Sobre Salvajes» que tuvo una gran repercusión en el mundo literario e intelectual:
«Los pemones de La Gran Sabana llaman al rocío
chiriké yeetakuú, que significa saliva de las estrellas.
A las lágrimas enú parupué, que quiere decir guarapo de los ojos.
Y al corazón yemán enapue: semilla del vientre.
Los waraos del Delta del Orinoco dicen mejokoji (el sol del pecho) para nombrar el alma.Y para decir olvidar dicen emonikitane, que quiere decir perdonar.
Los muy tontos no saben lo que dicen;
para decir tierra dicen madre
para decir madre dicen ternura
para decir ternura dicen entrega.
Tiene tal confusión de sentimientos
que con toda razón
las buenas gentes que somos
los llamamos salvajes.»
El poeta Gustavo Pereira Salazar es un hombre poseedor de una colosal cultura, un sabio del lenguaje, maestro de la historia y las tradiciones venezolanas. Eso propició que fuese elegido para redactar el preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en 1998, logrando un texto admirable. En ese momento fungía como parlamentario.
Por esos días, él había definido la cultura como el eje de salvación de cualquier país, junto a la justicia y la libertad; son las tres banderas indivisibles que debemos llevar en ristre:
«Donde existe cultura no hay miseria, en un barrio o en una urbanización cuyos habitantes han tenido acceso a la cultura puede encontrarse pobreza, pero no miseria. Porque la cultura es una salida a la miseria. No hay un proceso de transformación política si no hay un proceso de transformación cultural.»
Como ser insular, individuo meditabundo de los misterios del mar, Gustavo plasma en su poesía la belleza y la fuerza de las mareas, el llanto de los naufragios, las arenas retorcidas por la resaca, la lenta agonía de las embarcaciones corroídas por el salitre. Así cantó en su poema «Pisada», de 1981:
«La hallé esta mañana en la arena,
ni la alta marea
ni los vientos pudieron llevársela.
Brilla como una moneda nueva en medio de la playa húmeda».
Luego de leer el grueso de su obra y de conocer el universo pereriano, concluyo que este poeta margariteño es un bastión del amor a nuestro país, es una voz que le ha cantado a sus raíces y goza de absoluta vigencia. Logró una clara valoración del colectivo hispano, de sus connacionales, quienes lo escuchan o lo leen con pasión.
Sus somaris son intuiciones poéticas de relampagueante belleza, los vemos en agendas, mensajes digitales, recitados en la radio, en epígrafes, son parte del quehacer venezolano. Los somaris son poemas breves que se inspiran en los haikus japoneses, en los epigramas griegos; pero son una creación de Gustavo Pereira, que seguirán apareciendo hasta en grafitis. Tiene la frescura, la espontaneidad y síntesis que este tiempo exige, acordes con la actual sociedad de la información:
«Me sé perdido en ti
Me se envuelto en tu madeja
no puedo saber cómo zafarme de tu abrazo
¿Cómo diablo zafarme de tu abrazo?
Esta desconocida sustancia de desdichas
me lleva hasta tu vientre
y desde allí puedo ver cómo la mañana penetra en ti.
Tu risa es para mi
la puerta abierta del tiempo que vendrá,
y en tus abrazos
soy muelle con barcos y sueños.»
Una faceta poco difundida en la vida del gran poeta Pereira es su vocación por el dibujo y la pintura, a ese quehacer de óleos y pinceles dedicó muchos días, muchas horas, y logró crear obras hermosas. Lo inspiró su admiración por los grandes pintores y su amor por el color: «Ando en pos de los azules y del rojo que es la pasión», afirmó. Es un devoto perdido de Marc Chagal, de Vicent Van Gogh y Max Ernest.
Honores al poeta isleño, vivas para el escritor venezolano que celebró 80 años de edad entre cantos de coral y odas de la marejada. Hombre que cada día se hace más universal, más vital. El rapsoda oriental Gustavo Pereira: un hombre de mar, con su extraño corazón, como diría Stevenson.
El Pepazo