Luis Carlucho Martín
En esos días del siglo XVIII no existía internet ni las macabras redes sociales. Bolívar no había nacido. Y Miranda era apenas un joven paladín de la libertad que, según la indiscreta historia farandulera, andaba inoculando rebeldía entre las sábanas de importantes lideresas de varios países dominantes de aquellos sistemas inicuos.
Corrían los días de 1776. En nuestro país recrudeció la mortandad por la fiebre amarilla. Mientras las autoridades, carentes de adelantos científicos casi dejaban en manos de Dios la solución a ese y otros males que parecían enviados desde una instancia superior. La tradición aborigen asegura que el espíritu maligno Jebú Boroboro abrió las puertas a tanta desgracia. ¡Quién sabe por cuál motivo!
Mientras eso sucedía, los otomanos en la lejana Eurasia seguían invadiendo. Estados Unidos, guiado por Thomas Jefferson, cocinaba, ese 4 de julio, su Independencia. Santiago de Los Caballeros enfrentaba los embates de un arrasador terremoto. Y Marsella, entre otras localidades europeas, combatía la mortal peste bubónica.
Por estos lados se enfrentaba, además, una plaga política: los designios imperiales que creaban la Intendencia de Caracas para controlar la administración de las rentas y las tropas (finanzas y guerras), para cuidar los incalculables beneficios que ello implicaba para el reinado de Carlos III de Borbón, un año antes de la creación de la Capitanía General de Venezuela.
Con ese contexto, se requiere mano de obra esclava e ingresa al país un contingente proveniente de África, que, portador de enfermedades endémicas es multiplicador de virus asesinos. El de entonces, transmitido por el mosquito Aedes, causa dolores de cabeza, fiebre, ictericia (de allí el nombre de fiebre amarilla) y vómito negro por la hemorragia. El insecto se infecta al picar a un paciente enfermo, lo que incide en la incontrolable propagación del mal.
Caracas, es muy vulnerable por su cercanía a La Guaira –entrada directa de los colonizadores y esclavos portadores, que atracaban en esas costas del Mar Caribe–. Parece que de nada sirvió la experiencia previa. Dos siglos antes la ciudad combatió viruela, sarampión, peste bubónica, paludismo y otros males importados por quienes venían a conquistar y a saciar su desmedido apetito dorado. Ni con ese bagaje de conocimientos se pudo contrarrestar la nueva plaga.
En 1746, el icónico Obispo Diego Antonio Díaz Madroñero, milagrosamente sobrevive a la viruela. ¿Asunto sagrado? Pero,30 años más tarde, como ya dijimos, llega la fiebre amarilla. La Iglesia vuelve a la acción. A pesar de las lógicas estampidas humanas y los máximos cuidados por temor a la muerte, cada vez sucumbía más gente, sobre todo –nadie sabe el por qué– hacia la zona de Chacao. El alto porcentaje luctuoso obligó a suspender carnavales y otras festividades. Entonces, el párroco “José Antonio Mohedano, pidió a Dios clemencia para los sobrevivientes y le prometió que antes de cada Semana Santa buscarían en El Ávila palmas reales para evocar el pasaje bíblico de la entrada de Jesús a Jerusalén. La peste pasó y quedó la promesa del párroco que se hizo tradición”, dice Wikipedia.
Desde entonces, todos los años, los palmeros, hoy una cofradía, suben al Ávila el viernes, “antes del Domingo de Ramos y recolectan … la palma real… en el sector llamado la ‘Cueva de los Palmeros’… bajan el sábado… Estas espigas son llevadas a la iglesia de la Plaza Bolívar del Municipio Chacao, para ser bendecidas en la misa del Domingo de Ramos y posteriormente repartidas entre los fieles asistentes”, agrega la nota digital.
Todos los años los cofrades, incluyendo niños –Palmeritos– siembran un número importante de Ceroxylon –nombre científico de la palma– para contar con suficiente material que permita continuar la inveterada tradición de entregar las palmas los próximos domingos de ramos, para que la feligresía lo transforme en amuletos en forma de cruz. Así sustituyen las de cada año anterior, que son incineradas porque solo así desaparecen las cosas malas recogidas por los emblemáticos crucifijos protectores colocados estratégicamente detrás de las puertas, en los vehículos y hasta en algunas carteras. ¿Usted ya buscó su palma? Si no ha ido, pídale a alguien conocido. Siempre hay. Amén.
¿Cómo se relacionan la Internet, Bolívar, Miranda y los Palmeros de Chacao? No hay relación, pero forman un título atractivo para captar posibles lectores sacrosantos. Otra vez, Amén.
El Pepazo