Leonardo Núñez Martínez
Cuando los venezolanos del campo o de la ciudad nos referimos a las personas que teniendo larga vida constituyen un ejemplo de firmeza, solidez o resistencia a las adversidades, asociámosles a esos árboles maderables que por los meses iniciales de cada año visten de color violeta el monte, las carreteras, parques, plazas, patios y otros espacios libres del territorio nacional.
Y es que el roble, ese empinado árbol que sobrepasa 20 metros de altura, es símbolo de resistencia cuando observamos la rectitud de su tallo, la profundidad de sus raíces y el agarre de sus ramas. Cuando exhibe además en sus abundantes hojas la fecundidad de la naturaleza y en sus flores moradas y blancuscas desparrama las semillas que guardan su supervivencia, como especie vegetal del trópico.
Es capaz de vivir muchos años sin disminuirse. Su madera marroncina es noble, leal y hermosa. ¡Cuánto haríamos en Venezuela, si pobláramos el paisaje con matas de roble!. Cuidarlos, sería tarea temprana, yá viejos, se cuidarían solos, con autonomía.
En el monte fresco del Santa Rosa, Lora y Aricuayzá; en los alrededores de Machiques; en los patios de Calle Larga, en la Intercomunal de la Costa Oriental del Lago y en la única autopista de Maracaibo, «los viejos robles» permanecen en el tiempo adornando con sus flores, resistiendo contingencias y mostrando su hidalguía en el paisaje zuliano.
Julio Escalona, David Nieves y Fernando Soto Rojas, son «viejos robles» que permanecen firmes en la lucha por la redención del pueblo venezolano. ¡Prebostes! les diría Limardo López, ¡Vetustos! les llamaría Miguel Ordoñez, ¡Referentes! les digo yo, de lo que debe ser un humano. Verticales, sin torceduras, guías de la perseverancia, honestidad y sacrificio por los ideales poseídos.
A ellos, a muchos otros que permanecen de pie, vaya mi reconocimiento y admiración, por lo «viejos robles» que son.
¡ORGULLOSAMENTE MONTUNO!
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El Pepazo