Alertamos sobre la mala calidad de lo que se consume dentro del sistema Metro de Caracas y su relación con la enfermedad diabética hoy en su día
Luis Carlucho Martín
No hay quien dude acerca de la crisis que afecta transversalmente a toda la sociedad. La capital, por crisol, es un ejemplo inocultable de ello. Obsérvese el comportamiento colectivo en el medio de transporte icónico de la cuna del Libertador, el Metro de Caracas. En sus vagones repletos de pasajeros, a toda hora –semana radical o no–, una vez vulneradas las medidas de bioseguridad, la crisis muta en anarquía y ésta en caos.
Como sanguijuelas con su hemo-apetito llueven entre los usuarios miles de vendedores ambulantes (de todas las edades) cargados de sus incontables baratijas, chucherías, cigarros detallados y cualquier otra mercancía, sin control alguno, y a todas luces dañina para la salud pública individual y colectiva.
La línea 1, la tradicional ruta que va de Propatria a Palo Verde y viceversa ya no se adjudica la exclusividad de esta especie que cada día se fortalece, se disemina como Gremlins. Se baja uno y se montan tres. Se bajan tres aparecen 10. Se bajan esos 10 y empieza a vender lo que sea el que había permanecido en silencio al lado tuyo sin despertar sospecha alguna. Estamos rodeados…
Nadie dice nada
Los funcionarios del, ya no tan efectivo ni tan seguro, medio de transporte, no dicen ni hacen nada porque inútil sería. Los informales, como células malignas, se reproducen. Aunque su intención sea subsistir, causan daños colaterales que poco le importan: desaseo en el sistema, hacinamiento, incomodidad por sus atropellados desplazamientos en vagones y estaciones, inseguridad porque algunos –la minoría, seguramente– se han visto envueltos en hechos irregulares, pánico colectivo porque acosan con miradas amenazantes, mal aspecto y verbo agresivo, que de no recibir respuesta a sus histriónicos “buenos días”, lanza improperios en nombre de Dios, ya que es casi obligatorio caer en sus triquiñuelas. Hay que comprarle lo que sea o regalarle alguna vaina, además de que –no hay cifras pero basta con ser usuario para comprobarlo– la mayoría de estos ofertantes olvidó que estamos en pandemia: no usan tapabocas –¿Qué es distanciamiento social?–, porque es muy difícil mantener voz audible en su propósito de venta.
Caracas somos todos
Para rematar, o como se decía antes, de ñapa, han adoptado una escuela de venta inducida –si cabe el término–. Les enseñan un lenguaje común, un comportamiento intimidante común, con palabras comunes, tipo lenguaje CEO de las redes, que seguramente les ha rendido frutos, porque hay que ver cómo venden. Reiteramos, cifras no existen, pero si usted lo duda haga un tour en línea 1 y haga la transferencia a cualquier ramificación del mancillado subterráneo para que lo compruebe.
Decíamos, con su lenguaje y tono altisonante, todos sus consumidores nos llamamos igual: “Caracas”. Somos Caracas. Epa Caracas, buenos días. Quién me dijo buenos días. Dije buenos días, Caracas –y hay que responderles y verlos a la cara con nuestra risa de asustados, de lo contrario te cae la catajarra de insultos, y ya–. Dije Caracas. Buenos días. Bu. Bu. Buenos días. Es la tímida respuesta colectiva. Coñodesusmadres, dice uno para adentro. Bueno Caracas dos por 300, cinco por 500 y 12 por mil. (Ah, ese mil es un millón de nuestro depauperado cono monetario, claro). Te ofrecen pura vaina sin calidad, caramelos, chocolates, chupetas, chicles y todo cuanto contenga la base de nuestro cacao, por supuesto procesado en otro país, con colorantes, sobre todo el famoso cancerígeno amarillo N°5 y otras sustancias cuyo consumo, está comprobado, es un atentado contra la vida.
Epa Caracas, ¿ya compraste chupetas? Entonces no te pierdas la oferta irresistible del verdadero toronto, el original, hecho en Colombia. ¡Coño! Cómpralo y verás. Y sale el pendejo para “llevarle algo a los nietos”, y compra. Y así sucesivamente se contribuye con el caos, con la crisis, con el desempleo, con la falta de valores y de motivación, con la informalidad, con el desaseo, con la vulneración de la bioseguridad y contra la salud de todos, o sea contra Caracas, que tal como va, pronto hacinará los consultorios endocrinológicos por elevados niveles glicémicos superando el famoso borderline de 110. Ojalá que nadie sea declarado diabético, ni requiera tratamientos impagables, pues vendría el estéril discurso: el sabotaje o el bloqueo, según el ángulo de quien se queje.
A dar el ejemplo
Caracas, conciencia. Aunque esos panas se están rebuscando con trabajo. Aunque el trabajo dignifica. Aunque tengas muchas ganas de “llevarle algo a tu nieto” o desees saciar tu desequilibrado apetito con chatarra, por favor, en tus manos y en tu decisión está la posibilidad real de enmendar la anormal situación.
Cambiar actitud puede modificar algunas conductas: Además de que el sistema de transporte no es para esos menesteres de compra y venta buhoneril, a pesar de que ciertamente su mercancía cuesta 1000 bolos que no enriquecen ni empobrecen a nadie, como dicen en una de sus frases más reiteradas junto a “le compro su dólar a la tasa del BCV”, qué bolas, y no hay efectivo en los bancos –¿Cómo y quién explica este fenómeno?
Caracas, ya sabes. Piensa en ti. No te amedrentes y reeduca con nueva acción. Si quieres tu chocolate o lo que sea, Caracas, adquiérelo fuera del tan agredido sistema de transporte público, otrora ejemplo de eficiencia y eficacia y de una cultura impecable. Caracas, sin pelear con nadie, ni involucrar acá tendencias politiqueras, estás convocada a rescatar valores, salud y a dar el ejemplo que una vez diste.
El Pepazo