Los encuentros de las dos estrellas españolas se habían convertido sin duda en uno de los mayores focos mediáticos de los Juegos, sólo a la altura de la reaparición olímpica de Simone Biles. Sólo había que ver el aspecto que ofrecían las gradas, atestadas de aficionados de muy diverso origen que venían con la firme intención de alentar a sus ídolos.
Por eso la organización había elegido la Philippe Chatrier en dos de sus tres partidos pese a ser un encuentro de dobles, algo francamente inusual en cualquier torneo, en el que sólo la final, y ocasionalmente alguna semifinal con jugadores locales o muy famosos, pisa la central de turno.
Pero ‘Nadalcaraz’ era otra historia. Lo que se estaba viviendo los últimos días en Roland Garros era un acontecimiento que trascendía a los Juegos Olímpicos. La intensidad con la que se vivía cada juego, cada punto, era sencillamente electrizante.
A contracorriente desde el inicio
Eso mismo quedó hoy muy claro en un partido que se torció muy pronto, con un break inicial de los estadounidenses en forma de cornada que fue desangrando a los españoles conforme pasaban los minutos, sobre todo porque Ram y Krajicek estaban siendo muy sólidos al saque y al resto seguían metiendo miedo.
Los gritos de «iuesei» -USA- eran recibidos con silbidos por gran parte de la grada, que no quería ver caer a Rafa y Carlitos, pero una doble falta del murciano se traducía en una segunda rotura que dejaba la manga inicial vista para sentencia (2-5). Esta vez tocaba remar contracorriente y antes uno rivales que estaban siendo muy superiores. Mal asunto.
La dupla española tuvo una bola de break para reengancharse al primer set pero delante de ellos sólo veían un muro, el de las dos raquetas estadounidenses que llegaban a todos los rincones de la pista. El 2-6 dolía y obligaba a una remontada épica.
El comienzo del segundo parcial fue más promisorio, con un juego cómodo para los españoles, que de todas formas seguían sin encontrarle las cosquillas a sus rivales al resto. Los errores de Alcaraz y Nadal, sin duda nerviosos por el preocupante escenario, facilitaban la labor a Ram y Krajicek.
Cada buen punto de la pareja española era recibido con un enorme entusiasmo pero la realidad es que ni se acercaban a ese ansiado break, el que hubiera reafirmado su fe en las posibilidades de una remontada que sonaba tan posible como lejana.
Lo que llegó en cambio fue otra cornada ‘yanqui’ en el séptimo juego, que ponía las opciones de victoria en arameo, y encima con un polémico punto que la juez de silla vio dentro pese a las quejas de los españoles.
Una última bala desperdiciada
El viaje ha sido hermoso pero las despedidas, ya saben, siempre son dolorosas. Habrá que poner todos los huevos en la cesta de Alcaraz, que rara vez falla. Sería otra forma de recoger el testigo del gran Rafael Nadal Parera 16 años después de su oro individual en Pekín 2008.
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El Pepazo/Marca