Su esperanza de vida era de tan solo tres años, pero terminó sobreviviendo dos décadas.
Jeff Henigson comenzó a creer en los milagros cuando, de manera casi irreal, sobrevivió durante 35 años al cáncer terminal que le habían diagnosticado a la corta edad de 15 años. Fue así como se convirtió en la prueba viviente de que, aparentemente, la fe mueve montañas, cura enfermedades y hasta desafía a la muerte.
Su caso sirvió de inspiración para muchos pacientes y resultó de investigación para algunos científicos que, al igual que él, se mostraron asombrados con los sucesos inexplicables que rodearon su condición médica.
La sorpresa llegó este año para Jeff al descubrir que no se trataba de una cura milagrosa, sino de un error médico que le habría costado su adolescencia y gran parte de su adultez. Había vivido durante décadas sumido en una cruel y beneficiosa mentira.
Un paseo en bicicleta que terminó en sentencia de muerte
Desde pequeño Jeff se caracterizó por ser un joven ambicioso, sus aspiraciones no conocían límites de espacio, tiempo o conocimiento. Quería lograr la paz mundial tanto como anhelaba trabajar en la Nasa.
Por lo tanto no se quedó esperando a que la oportunidad llegara hasta él y se puso manos a la obra para crear el láser más increíble que la historia de la aeronáutica pudiese haber conocido jamás.
Precisamente iba de camino en bicicleta a una tienda de electrónica local para comprar el último componente de su revolucionario invento, cuando la primera tragedia llegó a su vida.
Era verano de 1986 y el calor azotaba sin piedad las calles de California. A su alrededor los carros transitaban con normalidad, algunos ignorantes ante la presencia del joven de 15 años. Sería una furgoneta la encargada de interrumpir la paz vial y cambiar por completo el destino de Jeff cuando, haciendo caso omiso de todas las normas de tránsito, lo embistió brutalmente mientras se encontraba en su bicicleta.
“Venía en la dirección opuesta, no me vio y me impactó directo. Me desplazó, como un cohete, unos tres metros hacia atrás. Caí en el suelo sobre la parte posterior de mi cabeza”, recuerda Jeff en diálogo con el portal de noticias ‘BBC’ respecto al accidente.
El choque fue de tal magnitud que, inconsciente, Jeff tuvo que ser trasladado al hospital más cercano de California, Estados Unidos. Luego de unas cuantas horas y ante un estado de salud intacto, fue rápidamente dado de alta. Sin embargo, unas cuantas semanas después, unas extrañas convulsiones antecedieron una dolorosa noticia.
Jeff, quien para ese entonces era tan solo un adolescente, tuvo que regresar al hospital porque estaba padeciendo de alarmantes apariciones súbitas de una actividad eléctrica anormal en el cerebro. Los doctores optaron por realizar unos escáneres para descartar cualquier tipo de lesión cerebral, pero los resultados fueron mucho más angustiantes que cualquier otro diagnóstico que le pudiesen haber dado.
Un diagnóstico erróneo
Las palabras se entretejían en su cabeza como vocablos indescifrables. ¿Astrocitoma anaplásico? ¿Qué era eso y por qué los doctores le estaban diciendo que su esperanza de vida era de máximo tres años? Sus pensamientos dirigieron rápidamente su atención hacia el futuro y se preguntaron: ¿en qué quería invertir los últimos años de su vida?
«Dos ideas me pasaron por la mente. Una era perder la virginidad ese verano, algo que no funcionó. La segunda era completar mi proyecto del láser», expresó en diálogo con ‘BBC’.
A partir de ese momento Jeff emprendió una ardua lucha contra el cáncer, pues no solamente tuvo que someterse a dolorosos tratamientos que le causaron graves afectaciones en la vista y en la audición, sino que también dañaron su función pulmonar, al tiempo que le producían epilepsia.
Contra todo pronóstico, el joven que fue diagnosticado con cáncer terminal a los 15 años se convirtió en un hombre que, temeroso y orgulloso, celebraba anualmente su cumpleaños. Durante décadas se había convertido en un milagro andante al desafiar la esperanza de vida que le habían dado sus doctores. No obstante, sobre sus hombros aún cargaba con el miedo de que la enfermedad volviese y se llevase consigo todos sus sueños.
Los días transcurrían en una incertidumbre interminable en la que era imposible no pensar en la muerte, hasta que un mensaje recibido por parte de un neuropatólogo cambió el rumbo de Jeff para siempre.
Tras investigar, en dos de ellos el diagnóstico fue erróneo
En la llamativa misiva, Karl Schwarz decía que en sus 38 años de carrera, se había encontrado con solo tres pacientes que habían “sobrevivido mucho más allá de la sombría esperanza de vida del diagnóstico; tras investigar, en dos de ellos el diagnóstico fue erróneo“, de acuerdo con la entrevista realizada a Jeff por la ‘BBC’.
Intrigado por el correo que había recibido decidió buscar los registros médicos detallados de toda su vida. Encontró su protocolo de tratamiento: radiación cerebral intensiva durante seis semanas, seguida de seis sesiones de medicamentos de quimioterapia, al igual que las transcripciones de su madre y los registros de los hospitales. Uno en especial le heló la sangre.
Su mano voló al pecho y su respiración se contuvo al encontrar un tercer informe realizado por un médico de primer nivel en el que se especificaba que tenía un tumor benigno. No tardó en comunicarse con Schwarz. “Su diagnóstico, astrocitoma pilocítico, es un tumor benigno. ¿Por qué se sometió a radiación y quimioterapia?”, fueron las palabras del neuropatólogo al escuchar el descubrimiento de Jeff.
Todo lo que creía conocer acerca de sí mismo se vino abajo. Una ola de ira e indignación inundó la habitación en la que se encontraba mientras hablaba por teléfono con el experto. Sólo quedaba una cosa por hacer: autorizar una revisión formal por escrito de los informes de patología, con la esperanza de obtener una imagen más clara de lo que sucedió o cómo se pudo haber cometido un error.
Pese a las exhaustivas investigaciones de Schwarz, los resultados no fueron congruentes. “No puedo explicarlo”, le dijo el neuropatólogo a Jeff, quien después compartiría su caso con los medios internacionales.
Aunque no tiene pruebas contundentes ni vigencia para emprender acciones legales contra aquellos que sometieron su cuerpo a deteriorativas quimioterapias, su vida se erige como la mayor demostración de que fue víctima de una negligencia médica. En los distintos testimonios que ha otorgado a medios internacionales, Jeff ha dado a entender que ni el perdón ni el olvido han sido sus consignas a lo largo de este nuevo, confuso y, sobre todo, doloroso proceso.
Con la noticia llegó el enojo, pero también el alivio. Los fantasmas que lo atormentaron durante 35 años se fueron desvaneciendo para dar paso, por primera vez en su vida, al consuelo. Era una víctima, sin duda, pero no del cáncer contra el que batalló incansablemente, sino del sistema de salud que lo vio enfrentarse a la cara más oscura del hombre, la muerte.