«También conseguimos engañar a nuestra memoria. A fuerza de repetirnos lo que hubiéramos debido hacer, termina por parecernos imposible no haberlo hecho”
MARGUERITE YOURCENAR
Luis Semprún Jurado
«Camaritas…,” – dijo mi estimado Anacleto para empezar su charla, pero la llegada de un par de personas más, que buscando dónde acomodarse, le interrumpió. Fumó pacientemente de su cigarrillo y al verlos sentados, continuó – “El auge de las redes sociales, las presstitutes y la politiquería ha traído consigo una transformación en la forma en que nos comunicamos y compartimos información. Esta libertad de expresión ha venido acompañada de un fenómeno preocupante: el discurso de odio. Estamos en la obligación de analizar y criticar objetivamente cómo las plataformas sociales y los influenciadores «manejan» este delicado equilibrio entre la libertad de expresión y la propagación del odio. Lo ético sería tratar la información como lo que es. De manera general, la información es un conjunto estructurado de datos que forman un mensaje acerca de un ente o fenómeno específico, o de un acontecimiento o hecho. Pero como dijo Kapuściński (sic): «Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante». He dicho esto en varias ocasiones porque siempre es relevante. Contrarrestar los guiones de los politiqueros requiere una combinación de estrategias que promuevan la transparencia, la educación y la participación activa de TODA la ciudadanía. El «periodismo» como tal es difícil de encontrar; algo que se caracterizaba por tener como objetivo socializar un hecho específico en un tiempo y espacio determinados. Hoy en día, el debate entre el discurso de odio y la libertad de expresión es uno de los temas más complejos y controvertidos en la sociedad actual. Por un lado tenemos que la «libertad de expresión» es un derecho fundamental que permite a las personas expresar sus ideas y opiniones sin temor a represalias, y por el otro tenemos que «El discurso de odio» está definido como cualquier forma de comunicación que degrade, discrimine o incite a la violencia contra una persona o grupo basado en características como raza, religión, género, orientación sexual, entre otras. Este tipo de discurso, camaritas, no solo afecta a las víctimas directas, sino que también tiene un impacto negativo en la cohesión social y la paz pública, porque causa un daño significativo cuando incita a la hostilidad y la violencia, contra individuos o grupos específicos. Tomemos como ejemplo el lenguaje de la Loca, caracterizado por las mentiras, la incitación a la violencia, la intransigencia y la hostilidad, por nombrar algunas características, camuflageado con una verborrea sobre derechos civiles que de hecho le importan un comino ya que solicita invasiones a la patria, bloqueos, sanciones unilaterales e ilegales, desconocimiento de las instituciones del país, etc. A eso llama ella «libertad de expresión». Cuando sus «comanditos», células terroristas financiadas por ella con dinero proveniente del extranjero, arrasan con escuelas, CDIs, ambulatorios, instalaciones policiales o militares, vociferando consignas golpistas, es SU «libertad de expresión» dentro de su «protesta pacífica». Y las presstitutes y las redes sociales, en gran parte, se hacen eco de sus expresiones. Ah, y si están fuera del país peor aún porque se atreven a promover el asesinato de chavistas y hasta el magnicidio, sin temor al tun tun. Me gustaría ver a basuras humanas como Simonovis o Ledezma caminar por el frente de este café. ¿A ustedes no? Porque el que siembra vientos cosecha tempestades. En este café, camaritas, estamos opinando, que es muy diferente a «informando». ¿Cómo encontrar un equilibrio entre proteger la libertad de expresión y prevenir el daño causado por el discurso de odio? Esa es la pregunta de las cien mil lochas porque ¿qué hacemos mientras tanto? ¡O sea!”
Las leyes y regulaciones sobre este tema varían de un país a otro, pero generalmente buscan prohibir el discurso que incita a la violencia o la discriminación, mientras permiten la crítica y el debate legítimos. Sin embargo, la impunidad con la que actúan los propagadores de odio es indiscutible. Lo peor es que se creen intocables ya que se creen dueños del apoyo de las redes sociales y sus “influencers”. Tomemos como ejemplo el caso del Inmundo: Se escondió el 28A en la embajada de Holanda, luego se fue a la Embajada de España, hizo contacto con Jorge Rodríguez, Presidente de la Asamblea Nacional, para concertar cómo salir del país ya que sabía del “mandato de conducción” emitido por el TSJ. No quería presentarse ante el TSJ porque no tenía actas que mostrar. En la residencia del embajador discutió las condiciones para que le dieran el “salvoconducto de salida” del gobierno venezolano, muchas de las cuales fueron de su propia autoría. Viajó a España y comenzó con el concierto de mentiras que los documentos que firmó delatan. Las presstitutes y las redes le creen y apoyan.
Un ejemplo así de escueto, porque creo que ya todos vivieron ese drama publicitario. Cada quién con su corazoncito y de acuerdo a lo que “quiere” creer. Ahora el plan es crear expectativas para la primera quincena del 2025 con: “voy”, “no voy” y la farsa de que se rumora, a vox populis, que habrá disturbios y violencia si no se juramenta. Él sabe que si pone un pie en Venezuela será detenido. ¡Ni que fuera pendejo para venir! Mientras, el discurso de odio aumenta permanentemente en las plataformas X (antes Twitter) y Tik Tok, las cuales aplican censura a cuentas pro-chavistas y se hacen la vista gorda con las majunches. A mí me cerraron dos cuentas en el extinto tuiter a solicitud de la majunchería pero no, eso no viola mi libertad de expresión, no. Ah, y sin explicación ni derecho a la defensa. La majunchería puede hablar de francotiradores para asesinatos y magnicidios, pero a ellos no los tocan, inventar casos de la vida personal de la pareja presidencial, señalar y difamar a quién no piense como ellos, como muestra del “poder” que tienen en la configuración del discurso en línea.
Algunos “influencers” prepagos, que tienen un significativo impacto en la opinión pública y en la difusión de ideas, hacen un daño tremendo y se analiza cómo algunos de ellos han utilizado su alcance para promover discursos de odio. A pesar de que en el país existen leyes contra la promoción de violencia y discursos de odio, controlarles es muy difícil ya que muchos de esos ataques los llevan a cabo impunemente desde el exterior. Además todos ellos tratan de cobijarse con la bandera de la “libertad de expresión”, así sea un libertinaje descarado. Siempre expreso mi convicción de que los problemas para establecer un proceso revolucionario son tantos y tan seguidos, que a veces el futuro se ve más lejos que el mismo horizonte. Sin embargo, debemos proteger la patria y al resistente y bravo pueblo, porque cuando hay convicción y fe revolucionaria, nada es imposible. Llevaremos al enemigo visible a una trampa que no tenga salida y lo derrotaremos como siempre. Su lenguaje puede ser el que quieran porque el pueblo ya conoce a sus verdugos… por eso el pueblo ya no les cree.
Cuando se dice que la Libertad de Expresión protege al Discurso de Odio en las redes, cuando existe una muy delgada línea entre la Libertad de Expresión y el Discurso de Odio, se hace imperioso separar quirúrgicamente los problemas de derechos de los de poder. Decía Ferdinand Lassalle (sic): “las Constituciones escritas no tienen valor ni son duraderas más que cuando dan expresión fiel a los factores de poder imperantes en la realidad social”. Nuestros verdaderos enemigos son poderosos pero no han podido con nuestra voluntad y resistencia. Gente como la Loca, Simonovis, Locoldo, el Vampiro, el asesino de niños, los autoproclamados, el inmundo, y toda esa basura conspiranoica de ladrones, son solamente los peones. Las manos que mueven la cuna pertenecen a logias desconocidas para nosotros, pero no por ello inderrotables. Por eso, la basura la barreremos siempre, conscientes que el enemigo sigue afuera y el discurso de odio es su mejor arma por aquello de “divide y vencerás”.
El Pepazo