Ocupó el tercer lugar en los Juegos Olímpuicos de Roma 60. Un recuerdo deportivo por nuestro segundo medallista olímpico, el ítalo-venezolano Enrico Pompón Forcella, quién hoy 18 de octubre estaría cumpliendo 116 añitos…
FRASE: “El deporte es la base de un país. El arte no da dinero pero sí satisfacción. El arte y el deporte son las vías para orientar a la juventud”.
Luis Carlucho Martín
Periodista Deportivo
CNP 7365
Jamás pudo imaginarse aquel joven carabinieri que sus balas de guerra en defensa de la causa italiana se transformarían en municiones de paz y de sana competición para darle a Venezuela su segunda medalla olímpica debido a su tino en la cita de Roma 60. (La primera fue lograda por Asnoldo Devonish en la cita de Helsinki 8 años antes, en salto triple…)
Se trata de Henri César Forcella Pelliccioni, nombre de pila, que sin mayores restricciones legales fue cambiado a Enrico, porque el escribiente de migración se confundió por la disonancia del acento francoitaliano del interlocutor cuando llegó al Puerto de La Guaira a mediados de los años 50, proveniente de Castelinuovo di Giarfagnana, por recomendaciones de un primo aventurero que le habló de las deliciosas mangas criollas y del excelente clima propicio para amainar ciertos males de salud que aquejaban al futuro campeón…
Por ser tan desprendido de lo material, llegó a suelo venezolano portando solo sus destrezas de tallador y su puntería. Para evitar las alergias producidas por el mármol debió dedicarse a la decoración y ebanistería, quizás siguiendo la tradición de un abuelo con el que talló el altar de una pequeña iglesia en Italia.
Se declaró ferviente seguidor del tallador modelista francés Francois Pompón (1855-1933), por lo que adoptó ese apellido como apodo, y su oficio como modo de vida, y juró que “muerto un Pompón ahí estaba el otro para enaltecer su obra”.
La mayor parte del mobiliaro de su residencia familiar –que con más de medio siglo permanece casi intacto–, nació de su creatividad y su dedicación.
Ese flaco de casi dos metros de estatura, fumador empedernido, y ciclista de hobbie, amante de la música clásica y de las artes culinarias, un día indeterminado fue invitado de manera muy casual, como espectador, al Polígono de Tiro Simón Bolívar de Conejo Blanco. Al detectar la mala postura de uno de los tiradores del momento, se atrevió a darle ciertos consejos. Le permitieron disparar con un arma ajena, sin instrumentos ni apoyos técnicos, y deslumbró. Desde entonces inscribió su nombre en la historia del tiro deportivo nacional hasta que aquejado de catarata decidió retirarse a los 79 años de edad.
Las autoridades del tiro, de entonces, los coroneles Polanco, Yllarramendi y Quevedo, además de los doctores Luis Ardila e Ismael Cárdenas, le abrieron espacio en la selección nacional.
El mismísimo Marco Pérez Jiménez, asombrado ante aquel acertado tirador, en muy poco tiempo le otorgó visa diplomática para viajar con trato preferencial al Mundial de Moscú 58.
Tremenduras del catirito
El 18 de octubre de 1907, producto del amor entre Luis Gerónimo Forcella y Marie Pelliccioni, nace en el principado de Mónaco, el primero de cuatro hijos, Enrico. Además, sus hermanos Pedro, piloto de guerra; María Jame Luisa y la última, Gulijana. Todos, criados por la tía Enriqueta, ya que sus padres fallecieron cuando él tenía apenas ocho años.
Las estrictas normas del principado le negaron la nacionalidad debido a que su apellido era de segunda generación (sus padres y él; si hubiese provenido desde sus abuelos automáticamente sería de Mónaco), por lo que se fueron a la montañosa zona italiana de Castelinuovo di Giarfagnana, origen de sus ancestros, terruño que luego de su fama le consideró su hijo ilustre.
Cuentan que ese niño pelirrojo, en una oportunidad, colocó conchas de avellana en las patas de un gato que luego soltó en plena misa y asemejaba el chasquido de unas castañuelas. El cura, que lo pilló en la travesura, interrumpió la homilía: “Ese fue el pelirrojo tremendo”…sin saber que años más tarde se convertiría en monaguillo.
Hablaba francés e italiano, un poco de inglés y alemán, menos de español y de las lenguas eslavas no conocía nada. Durante su actuación en el Mundial de Tiro de Moscú 1958 sintió deseos de comerse un huevo frito, y a Forcella se le ocurrió dibujar una gallina poniendo un huevo en un sartén. Se hizo entender y logró su cometido: un desayuno, que ya era parte de su dieta porque recién se había radicado en Venezuela.
Siempre dio en el blanco
Las casualidades o causalidades positivas siempre acompañan a los triunfadores. No en vano se dice que más vale un centímetro de suerte que un kilómetro de talento.
La noche de su llegada al país, por cosas del destino, pernoctó en la plaza Capuchinos. Al despertar se topó con un señor con el que luego de intercambiar impresiones selló amistad hasta el día de su muerte. Era “el padre de la Opep”, Juan Pablo Pérez Alfonzo.
Por la cercanía de su taller de ebanistería y de su apartamento en Puente Restaurador, conoció al dueño de Laboratorios Vargas, Guillermo Valentíner; otro de sus entrañables amigos, al punto de ser el único que le brindó homenaje en vida. Otros amigos entrañables fueron José Cazorla y Jaime González.
Con su elevada autoestima sorteó varias adversidades económicas. A veces regalaba hasta lo que le hacía falta. Eso le sirvió para vivir feliz y le sobró humildad. Valores que transmitió a su familia; además de su afecto por recetas exóticas como el manjar de manga con siete licores y el helado de maní, que lo atraparon a pesar de su delicado estómago.
Un registro familiar contabiliza en la performance de Enrico 57 medallas, individuales y por equipo, para Venezuela (sin contar la del Mundial de Luzerna, Suiza, 1938, porque aún era italiano), incluidos los dos récords conquistados en los CAC de Caracas 1959, un año antes de su gesta de Roma. Impuso marca de 1.085 puntos en carabina 22, en 3 posiciones y en 50 metros tendido, 390 puntos; registros muy cercanos a los topes mundialistas, 1.148 del inglés William Oakley y 396 del soviético Vladimir Shamburking, ambos establecidos en el Mundial de Rusia 58.
Llegó a desempeñarse como entrenador de militares y del Instituto Nacional de Deportes.
Yo me gano a estos cusurros
A Pompón le sobreviven su esposa Alicia Quintero de Forcella (enfermera, costurera y ex selección nacional de tiro) y sus dos hijos, Henri Pablo (ingeniero y mago profesional) y Luisa Guillermina (farmaceuta, Chef Pastelero y dueña de Pompón Gourmet), además de su cuñado y alumno, José Demetrio Quintero, actual restaurador de la Cancillería de Venezuela.
Todos coinciden en que era hogareño, espiritualista, visionario, manos expertas para el mármol, la madera y la crianza de sus hijos, a los que siempre consideró como su mejor acierto. Fue un luchador ante retos y objetivos autoimpuestos.
Cuentan al unísono que en los Juegos Olímpicos de Roma 60, a Forcella no le fue bien en la primera ronda. Cuando le quedaban los últimos 30 tiros, de manera intempestiva encendió uno de sus infaltables cigarrillos (las normas no lo prohibían) y amparado en su experiencia de casi 53 años de edad, luego de inhalar y expeler indeteniblemente, tiró la colilla y al tenderse para disparar dijo para sus adentros: “A estos cusurros les gano yo”. Logró 587 puntos y medalla de bronce, apenas detrás del alemán Peter Kohnke con 590 (oro) y del estadounidense James Enoch con 589 (plata). Y hasta sus últimos días se lamentó del fuerte viento y la polvareda levantada en la zona donde le correspondió disparar, porque la medalla hubiese sido de otro metal en su modalidad de rifle 50 metros tendido.
…Un esposo bonito
Tal como reza la famosa plegaria a San Antonio, a quien las mujeres le piden un novio bonito, la señora Alicia, andina de nacimiento y caraqueña de crecimiento, católica al mil por ciento, relata que le pidió a Dios conocer a un hombre adecuado a sus requerimientos.
Oh sorpresa. Una semana después, en la puerta de su edificio se topa con “un señor altísimo, elegantemente trajeado de negro, catire y ojos azules, aunque se veía muy mayor”, dijo. Ese, que se amoldaba a su fervorosa petición le llevaba 36 años, pero no fue impedimento para que pronto formaran hogar, hasta su muerte, el 25 de octubre de 1989. “Te amo, Alicia”, fueron sus últimas palabras. Dicen que su espíritu positivista invade diariamente los sueños de su amada para decirle que muy pronto todo será mejor. “Así era y es. Él no está muerto. Anda por allí repartiendo cariño y enseñándonos, como siempre, a amar a Venezuela”, sentenció doña Alicia, quien abriga la esperanza de que alguien le reponga la medalla y el arma de Pompón, que las autoridades de aquella época le pidieron para hacer una réplica… y ni lo uno ni lo otro.
LA ANÉCDOTA
Cuando Pompón ganó la medalla de bronce hubo algarabía en la Villa Olímpica. Por el altoparlante anunciaron la llegada de don De Andrea, un italiano que había vivido en Zulia. En retribución quería agasajar en su restaurant de Roma a la feliz delegación criolla por el logro de Forcella. Al finalizar la festividad, unas damas latinas algo atrevidas, quizás desinhibidas por efectos del vino, al ver al medallista pasar hacia el urinario, le hicieron ciertas insinuaciones que fueron elegantemente repelidas por el atinado tirador: “Eso que ustedes proponen ya lo hice esta mañana y gané medalla de bronce”. ¡Qué clase!
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