La fase REM del sueño es cuando con más frecuencia soñamos. Durante la misma, nuestra musculatura queda inmovilizada. Esta parálisis está relacionada con el hecho de que no podamos realizar ciertos movimientos en nuestros sueños y pesadillas, aunque queramos.
Alicia Cruz Acal
Alguien te persigue, pero no puedes correr. Quieres pedir auxilio, pero es imposible gritar. Que no cunda el pánico. Como aquel conocido poema, “los sueños, sueños son”. Se trata de situaciones de angustia que muchas personas experimentan cuando se entregan a los brazos de Morfeo. ¿Qué explicación se esconde tras ese “quiero, pero no puedo”? Como adelanto, diremos que el “pero” es cosa del sueño REM.
Antes de avanzar en el tema, es interesante saber por qué tenemos sueños y si estos cumplen alguna función. “Soñamos como resultado de la actividad cerebral mientras dormimos. Al contrario de lo que se piensa, el cerebro continúa activo durante toda la noche”, explica Ana Fernández Arcos, coordinadora del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN). La especialista distingue entre el sueño superficial y profundo (fase no REM) y sueño de fase REM.
Sobre para qué sirve soñar, Fernández responde que aún no se sabe bien. “Existen hipótesis que le dan un papel biológico de defensa debido a que pueden simular situaciones de riesgo. Además, la fase de sueño REM es importante para la consolidación de la memoria y la regulación del estado de ánimo y respuesta ante el estrés y episodios traumáticos”, señala.
En concreto, con el sueño REM, “la actividad de la musculatura disminuye hasta el punto de encontrarnos totalmente paralizados, exceptuando los ojos y los músculos de la respiración”, indica Gerard Mayà, miembro del grupo de trabajo de Trastornos del Movimiento y de la conducta durante el sueño e Hipersomnias de la Sociedad Española del Sueño (SES). El experto añade que es precisamente en esta fase cuando soñamos con mayor frecuencia. Fernández agrega que la capacidad de movimiento se recupera en los momentos que “tenemos despertares cortos para, por ejemplo, cambiar de postura”.
Por todo ello, mientras dormimos y soñamos estamos desconectados en parte de la realidad que nos rodea. “El tono muscular se reduce de forma total y sólo se mueven los ojos. No solemos ser conscientes de nuestra voluntad, ni podemos hacer movimientos a propósito en relación con los sueños”, aclara la neuróloga, quien destaca: “En la experiencia de soñar, podemos sentir la necesidad de llevar a cabo alguna acción sin poder realizarla en la vida real. También es posible que tengamos sueños en los que la vivencia es de frustración ante algo que no podemos hacer”. Esto explica que no podamos correr ni gritar en las pesadillas anteriormente descritas.
De manera más detallada, la especialista remarca que, generalmente, “tenemos una importante actividad cerebral durante la fase de sueño REM similar a cuando estamos despiertos”. Sin embargo, continúa, en ciertos núcleos del tronco encefálico se genera una inactivación de la médula espinal, “impidiendo los movimientos que podemos estar soñando en ese momento”. En este sentido, cuando soñamos que corremos o volamos, “nuestro cuerpo no realiza ningún movimiento”.
¿Soñamos todos los días?
Aunque no los recordemos, los sueños nos visitan todas las noches, tanto en la fase REM, como en las demás. “Si no estamos despiertos un tiempo mínimo, no podemos incorporar la experiencia del sueño a nuestra memoria. No recordar lo que dormimos es indicativo de que dormimos bien porque tenemos un sueño más estable y sin despertares”, comenta Fernández.
La mayor proporción del sueño REM se da de madrugada y, como consecuencia, si nos despertamos en ese momento, hay más posibilidades de recordar aquello que hemos soñado. Hay personas que recuerdan más o menos sin implicar ningún problema, aunque la especialista sugiere que si cambia la frecuencia o la intensidad de los sueños, “podría significar que es de mala calidad, por lo que es recomendable consultar”.
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