Drogadictos trituran cimientos de la Catedral Metropolitana. El cura párroco propone un nuevo cerramiento para evitarlo. ¿La enrejarán para que no sigan?
Cristian Álvarez Balbín
A los nonagenarios ladrillos que componen la Catedral Metropolitana de Medellín un mal se los está carcomiendo con voracidad, como si de frutas maduras comidas por gusanos se tratara.
Aparte del hedor a orina y heces que dejan los habitantes de calle que merodean por el Parque de Bolívar —pues decidieron volver en letrina los muros de la iglesia—, ahora las paredes deben soportar los arañazos que con cualquier objeto hacen los adictos al bazuco que por la zona pernoctan para así obtener parte el polvo de ladrillo con el que hacen rendir las dosis de la droga con las que se evaden de la realidad que viven.
Todas las mañanas, tal vez emulando a Josué durante el sitio de la ciudad de Jericó, Francisco Rodríguez le da varias vueltas a la Catedral. Su misión como trabajador de la Basílica no solo es asear el recinto de los desechos que dejan los habitantes de calle, sino también hacer un “balance” de las nuevas afectaciones de los muros y de las otras cosas que se han robado los desarrapados y vándalos que habitan por la zona de la catedral en las noches.
El hombre también se lamentó de que los ladrones no solo desvalijan a la Catedral de sus cimientos, sino también de otros elementos incluso a plena luz del día. “El sábado se intentaron robar el contador de la casa cural. Se han robado las tapas de las alcantarillas, o las dañan pensando que debajo hay alambres. Se han hurtado los bajantes. ¡Hasta un cuadro de la casa cural se intentaron robar”, añadió.
El presbítero Leonardo Martínez, párroco de la iglesia, trata de mantener la vida religiosa del imponente templo. Al final de la homilía sigue bendiciendo a los pedigüeños y demás devotos que buscan atención espiritual. Sin embargo, admite que lleva “el viacrucis por dentro” al ver cada día cómo la iglesia más grande del mundo en barro cocido es víctima no solo de los adictos y pordioseros (a los que muchas veces ha ayudado con alimento y ropa) sino de la dejadez en la que está sumido el Centro.
Martínez empezó aclarando que –contrario a lo que la gente piensa– la Catedral es autogestionada. Es decir, solo vive de las ofrendas, las limosnas y los diezmos que dejan sus feligreses, que cada día pueden ser unos 150 en un templo que puede albergar hasta 2.000 personas.
“Nos toca sostener esta mole con lo que la gente a bien nos da. Y como ve, esta no es una iglesia de gente rica, sino de los humildes que viven y trabajan cerca”, apuntó.
El párroco también precisó que el mantenimiento habitual de la Catedral puede ascender a los $25 millones. A estos hay que sumar los costos de reparar lo robado diariamente que, aunque no representa un valor constante, sí puede oscilar entre los $5 millones y los $13 millones como sucede con el cambio de bajantes y contadores de servicios públicos hurtados.
El sacerdote señala que si bien se hacen varias reuniones con los entes territoriales encargados del Centro, el asunto no trasciende a decisiones que permitan atajar la problemática de habitantes de calle, sobre todo tras la expansión de la influencia del sector de El Bronx en el Centro.
“Con el tema de la Policía, yo los entiendo porque apenas hay asignados al CAI del Parque Bolívar tres agentes, que cuando los llamamos atienden, pero solo pueden venir cuando ya está el robo. Y en el tema de prevención, los ladrones ya les conocen la rutina. Ven que salen en la moto y solo volverán una hora después al CAI, una hora en la que los ladrones pueden hacer de todo. La Policía es muy querida, pero no hay suficiente personal para atender lo que sucede acá”, añadió el religioso.
¿Resucitar las rejas?
Ante la desesperada situación, el párroco lanzó una propuesta que para muchos puede ser polémica, pero que él considera que conjuraría la afectación a la Catedral y que consiste en revivir los cerramientos con los que contaba el templo a inicios del siglo XX.
“El espacio antes era cerrado en rejas, era un cerco muy bello que hasta daba cierta solemnidad al espacio. Ahora, hace tres años se hizo otro cerramiento con vallas de la Policía, pero era muy antiestético y tenía que tener vigilancia porque los vándalos lo movían”, agregó Martínez.
La “nueva” propuesta de Martínez incluye un cerramiento en hierro forjado con barras de ¾ de pulgada, de cerca de tres metros de alto, que serán armónicas con la arquitectura del espacio.
La idea ha dividido opiniones, pues si bien para algunos puede que funcione, otros piensan que la gravedad de la situación actual va más allá de enrejar la Basílica.
“La ocasión hace el ladrón. Así sea con reja, el que quiera hacer el daño busca la manera de hacerlo”, explicó una comerciante de la zona.
“Con esas rejas se pierde el espacio incluyente, la idea es buscar una solución integral a un tema que supera a unas rejas. Además el cerramiento tal vez cambie la infraestructura de la iglesia porque si es una reja quedaría como una cárcel. ¿No?”, apuntó una de las guías turísticas que recorre la zona.
Mientras surge la forma de ponerle fin al asunto, el párroco Martínez llama a sus devotos y a la comunidad en general para que no deje morir ese espacio de ciudad de amplia riqueza cultural y arquitectónica al que infortunadamente, por ahora, parece que le hubiera caído una plaga bíblica.
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El Pepazo/elColombiano