Luis Carlucho Martín
Corrían los días de 1670 donde todo, o casi todo, dependía de las decisiones eclesiásticas, por supuesto made in Spain, aunque este relato se desarrolló, de principio a fin, en Caracas.
Cuentan que un cura que se hacía llamar el “Ilustrísimo”, obispo Fray Antonio González, además de tener en su haber el legado de la fundación del Seminario Santa Rosa (actual universidad del mismo nombre), también se le adjudica la responsabilidad de liderar, desde tan santa edificación, una férrea campaña contra el demoníaco consumo de tabaco. Lucha que sin dudas, con el correr del tiempo, perdió con las grandes tabacaleras encargadas de inocular y posicionar la creencia de que fumar es chévere y no causa daños a la salud.
Más pudo el vicio que la fe, diría cualquier mundano. El cura no contaba con esos recursos comunicacionales ni publicitarios para triunfar en su intención. “Es que no tenía cuenta de Facebook ni Instagram”, dirían sarcásticamente algunos cibernautas. De haberla tenido sería algo así como #IlustrísimoFrayNoaltabaco o @nofumes; o sea, tipo Chiquitín Ettedgui (capítulo aparte) con su famoso eslogan: “Gracias por no fumar”.
Cuántas vidas se hubiesen salvado y cuánta medicina no se habría ahorrado las arcas de la ciudad y de la nación.
Tanto era el empeño del jerarca eclesiástico en su lucha contra el hábito de fumar que el 25 de enero de 1676 se prohibió, por sus órdenes, bajo amenaza de excomunión, el uso del tabaco. Todo aquel que expeliera bocanadas de humo tabáquico estaría comprando su boleto directo a otro destino distinto al tan añorado Cielo. Literalmente, reseñan algunos cronistas de Caracas, una parte de la prohibición rezaba así: “El uso de tabaco, de humo o de polvo, o masticado o moho, dentro de las iglesias, sus sacristías, paredes o ámbitos y a los que hubiesen de comulgar desde la medianoche y una hora después de haber comulgado; y que los de hábito talar no usasen el de humo, fuera de sus casas, en público”.
Ese fue el primer intento histórico contra el hábito de fumar en Caracas. Al menos eso dice la historia. Lastimosamente para el obispo, no habían compuesto la estrofa: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”.
Más adelante, en 1778, aunque con otras causas e implicaciones, la Iglesia vuelve a actuar contra el tabaco, pero con riguroso control sobre su comercialización, al punto de generar mucho empobrecimiento, especialmente a las mujeres, cuyas manos eran las encargadas del negocio completo del tabaco, desde su cosecha, secado de hoja y enrollado.
Tales controles fueron responsabilidad del entonces intendente de Caracas, José Ávalos, ligado, según dicen, a la quiebra de la Casa Guipuzcoana. Así las cosas, la Iglesia y sus aliados fallaron en su intento, porque a pesar de haber más católicos, cada vez hay más adictos al humo del chupa y sopla…
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