• 19 Feb, 2025

Se habla demasiado de “DEMOCRACIA” y ¿qué tenemos?...

Se habla demasiado de “DEMOCRACIA” y ¿qué tenemos?...

 
Un análisis mordaz sobre las contradicciones del sistema que nos venden como perfecto
 

 

"Supongo que el único momento en el que las personas piensan en la injusticia es cuando les sucede a ellas" 

CHARLES BUKOWSKI

 

Luis Semprún Jurado    

“Buen día, camaritas”, se le oyó decir a Anacleto al momento de acomodarse en su silla. Colocó los ejemplares de la prensa que cargaba sobre la mesa y con su usual estilo, y mirándome de reojo, inició su charla. “Hoy hablaremos de algo que llevan demasiados años vendiéndonos como la panacea universal, el «non plus ultra de los sistemas políticos», la joya de la corona de la civilización moderna: la democracia. Sí, esa palabra que repetimos como un mantra, que adorna discursos y justifica guerras, pero que, cuando la rascas un poco, huele a podrido. Porque, seamos honestos… ¿qué tenemos después de tanto hablar de democracia? Hace poco leí un artículo de «Conflitti & Strategie», sobre «¿Qué es Democracia?». Algunas de sus ideas y su influencia las verán reflejadas aquí”. Hizo una pausa para exhalar el humo que había aspirado de su cigarrillo, y continuó: “Empecemos por los amos del universo: los estadounidenses. Esos tipos viven por encima de lo que producen, financiados por el resto del mundo, a expensas del resto del mundo. ¿Cómo lo hacen? Fácil: imprimen dólares, venden deuda y nos convencen de que su estilo de vida es el sueño al que todos debemos aspirar. Mientras tanto, el resto del mundo paga la fiesta. Y no, no es sionismo, ni comunismo, ni fascismo, ni nazismo: «es democracia en su máxima expresión». No nos equivoquemos, esto no es sólo un problema de los yanquis. Sus sirvientes occidentales también están en la jugada. Europa, con su aire de superioridad moral, no se queda atrás. Aquí todos son cómplices de un sistema que nos explota mientras nos vende la ilusión de libertad. ¿Y cómo se exporta la democracia? ¿Con tratados? ¿Con educación? No, señores. Con bombas. Si los estadounidenses, junto a sus lacayos occidentales, atacan con misiles a un país, no es sionismo, ni fascismo, ni nazismo: es «democracia en acción». Porque, claro, nada dice «libertad» como un buen bombardeo quirúrgico. Ojo, no nos equivoquemos, este no es un problema exclusivo de Occidente. Israel, la «mayor democracia en Medio Oriente» tiene también sus contradicciones porque cuando pulveriza ciudades y masacra a personas, en su mayoría mujeres y niños, no es nazi, ni sionista, no, no, son «demócratas hasta la médula». Y cuando se trata de baños de sangre y genocidio impune, sabemos quién es la campeona: la democracia. Holocausto en Palestina, ¡y qué!… Eso es lo que se desprende de la sociedad en la que vivimos. Hasta que las bombas no caigan en nuestros techos, no nos sentiremos concernidos. Pero, ojo, no crean que sólo a bombazos nos revientan. Hay otros muchos métodos para hacernos la vida imposible, y lo peor es que, en lugar de resistir, parece que encima aplaudimos, como si fuéramos cómplices de nuestra propia opresión. Y si la policía arremete contra los manifestantes o arresta a los disidentes, no está siendo fascista, ni sionista; no, no, está siendo «demócrata verdadera» y como tal rompe cabezas, lacera ojos, como en Chile y luego limpia su conciencia con sermones sobre el estado de derecho y las libertades ciudadanas. ¿Represión? Democracia; ¿censura? Democracia. Todo cabe en este saco roto que llamamos «democracia». Porque, al final, lo importante no es lo que haces, sino cómo lo vendes. Y si lo vendes con la etiqueta de «democracia», todo está permitido. Si una democracia anula unas elecciones, como en el 2019 cuando en Bolivia se anularon las elecciones bajo el pretexto de un supuesto fraude y lo que vimos fue un golpe de Estado disfrazado de «defensa de la democracia», o tratan de anularlas como en Georgia y Rumanía porque no le gusta la respuesta popular; o si se exige la presentación de las actas de votación, como en 2024/25 en Venezuela, pero se detiene abruptamente el reconteo de votos en La Florida en el 2000 para beneficiar a George Bush, en las elecciones más polémicas de los EEUU, no es fascista, ni nazi, ni comunista: es «totalmente democrática». Porque como en cualquier dictadura, «la democracia» sabe «muy bien» lo que le conviene al pueblo y lo impone por la fuerza, amenazas y abusos «democráticos». ¿Ejemplos? Sobran. Desde «intervenciones democráticas», para disfrazar golpes de Estado, hasta elecciones amañadas y resultados «revisados» convenientemente. Todo en nombre de la libertad, claro. Y no podemos olvidar el aparato de propaganda. El Departamento Soviético de Agitación y Propaganda, el Minculpop de Mussolini y el Propagandaministerium de Goebbels se quedan en pañales frente al «sistema democrático de propaganda». Porque nadie, camaritas, vende humo como los «demócratas», manipulando la información y usando sus granjas de robots en las redes sociales para «vender» la desinformación. Sus grandes conglomerados mediáticos nos bombardean con mensajes de libertad, igualdad y justicia mientras nos roban hasta el aire que respiramos y nos dejan migajas de lo que alguna vez fue un sueño colectivo. Nos dicen qué pensar, qué sentir y hasta qué temer. Y lo peor es que nos lo creemos. Porque, al final, es más fácil vivir en la ilusión que enfrentar la cruda realidad. Nos han hablado demasiado sobre democracia, y… ¿qué tenemos? Un sistema que nos explota, nos divide y nos engaña mientras nos vende la ilusión de libertad; un sistema que justifica guerras, represión y desigualdad en nombre de la justicia y la igualdad. Pero, la democracia no es lo que nos venden. La verdadera DEMOCRACIA es la que construimos desde abajo, con organización, solidaridad y lucha; la que no se conforma con migajas y exige lo que por derecho le corresponde. La pregunta es clara: ¿estamos dispuestos a dejar de ser meros espectadores y convertirnos en protagonistas de nuestra historia? Porque, al final del día, el futuro no lo escriben los poderosos, lo escribimos nosotros, el pueblo. ¿O dejaremos que otros lo escriban? La verdadera democracia no es un regalo, es una lucha, lucha de todos los días, para cada uno de nosotros. ¿Estamos dispuestos a asumirla, o seguiremos siendo espectadores de nuestra propia historia?” Bebió el resto de café que le quedaba y apagó el cigarrillo. Sabía que se había extendido más de lo acostumbrado, pero sonrió porque también sabía que había dejado en el aire muchas inquietudes.

Como bien planteó Anacleto, la “democracia” no es lo que los vendedores de humo nos han hecho creer. La democracia no puede permitir que en su nombre se cometan genocidios, por muy justificados que se sientan quienes los llevan a cabo. Al final, siempre son los desposeídos quienes pagan las consecuencias. Recordemos el apartheid en Sudáfrica: el mundo entero lo censuró y luchó hasta su abolición. El holocausto, por su parte, sigue siendo la mancha más grande en la historia de Alemania. Sin embargo, es irónico que las víctimas de ayer se hayan convertido en victimarios de hoy, como ocurre en Gaza, donde se cometen atrocidades en nombre de la “justicia, la democracia y los derechos humanos”. ¿O será que lo hacen en nombre de la venganza por lo que los nazis les hicieron? Esta contradicción nos obliga a no bajar la guardia y a tener claridad sobre nuestro rol en la construcción de una verdadera democracia, no como una ilusión vendida, sino como una ideología y un hecho tangible. Ser meros “observadores independientes” no basta.

Conocer al enemigo es nuestro deber, y nuestra obligación es combatirlo hasta vencerlo, sin medias tintas: o patria democrática o nada. Los Otonazis hablan de “dictadura” en Rusia y de “democracia” en Ucrania, un país gobernado por un payaso ladrón que ha revivido al nazismo y glorificado a figuras como Bandera y Biletski. Este último proclamó que el papel de Ucrania sería “guiar a las razas blancas del mundo en una cruzada final (…) contra los «untermenschen» dirigidos por los semitas”. Al igual que los sionistas, se creen seres ungidos y superiores y promueven una ideología que reduce a los demás a basura subhumana. Frente a estas contradicciones, nuestra tarea es clara: desenmascarar las mentiras, denunciar las injusticias y luchar por una democracia que no sea solo una palabra vacía, sino una realidad construida desde la justicia y la igualdad. La consigna de “El Bachaco” tiene cada día más vigencia: “Pueblo, conoce a tus verdugos”.

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