Caracas ha sido tradicionalista en eso de achacarle a lo sobrenatural las causas de un montón de sucesos que han marcado su destino. Cada 26 de marzo cumple años el devastador terremoto que acabó con más de 20 mil vidas y con la infraestructura no solo caraqueña sino de ciudades como La Guaira, Mérida, El Tocuyo y San Felipe, todas bajo poder republicano; mientras que, ¡oh casualidad!, las localidades dominadas por la monarquía española en aquella convulsa Venezuela, como Coro, Maracaibo y Angostura, salieron casi ilesas, hecho manejado por el poder eclesiástico que no dudó en culpar del desastre a Dios, quien con su mensaje daba a entender que los españoles debían retomar fuerzas. Mucha gente fue perdiendo fe a los esfuerzos libertarios.
El Empíreo mismo inclinó su invisible balanza a favor de las imposiciones que desde ultramar designaba Fernando VII, y Dios, muy obediente del estatus quo, no solo permitió el asunto sino que castigó a Venezuela con aquel movimiento telúrico que inmortalizó a Simón Bolívar con su famosa proclama “si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”…
La feligresía asustada, como era y es lógico, buscó templos para elevar sus plegarias al Supremo. La catedral, su torre y su reloj resultaron muy afectados. Y el templo de Pastora a Torrero, erigido en 1745, fue totalmente arrasado por la furia. No había espacios para orar. “Inequívoca señal de la ira de Dios”, pensó la gente.
(Por su importancia, aquel templo fue reconstruido por el ingeniero José Muñoz Tébar y abierto al público desde 1889. Es la actual Iglesia de la Divina Pastora…)
Aquello influyó determinantemente en la caída de la Primera República ante el entonces fortalecido Domingo Monteverde, líder de los ejércitos enemigos de la Patria.
Hasta los cuarteles republicanos se derrumbaron casi en su totalidad con muertes incontables, lo que debilitó moral y militarmente las fuerzas libertadoras con evidente repercusión en las arcas ya que los recursos eran casi todos destinados a asuntos de guerra, aunque los esfuerzos se perdieron ese 29 de julio cuando cayó Caracas (y eso que es la sucursal del cielo) nuevamente bajo el yugo español.
¿Casualidad divina?
La sultana del Ávila, la eterna, fue escenario de grandes sismos entre los que destacan el de 1641 llamado también Terremoto de San Bernabé, el de 1900 y en nuestra era, el fortísimo de 1967, precisamente el 29 de julio. ¿Premonitorio?
Eran como las 8 de la noche, dicen los registros que las 8:05 exactamente, cuando Luisito Rafael frenó de repente, puso el pare y abandonó intempestivamente su "Luis Beltrán" de color blanco –como le decía al viejo Mercedes Benz cuyas inmensas puertas abiertas simulaban a alguien de prominentes orejas, de allí el remoquete–. Se había detenido el tránsito automotor en medio del túnel del Centro Simón Bolívar, debido a la confusión y miedo colectivo de los conductores ante el estruendoso ruido que emergía desde el centro de La Tierra.
Una Caracas más moderna en los albores de los 70, sin dudas --y aunque no devastó como siglo y medio antes-- sí fue trágico el saldo de aquellos 35 segundos de terror que marcaron 6.7 grados en la Escala de Ríchter, porque hacia la zona del Este y en La Guaira, hubo lamentables pérdidas humanas y materiales.
Se sabe que la madrugada previa en Colombia el movimiento de la capa tectónica dejó 10 muertos, ¿a manera de aviso de lo que vendría para Caracas? Nadie lo puede afirmar ni negar, pero esos son los hechos.
Nuevamente se atribuyó el asunto a castigos celestiales. ¿A quién habría que rendirle pleitesía en ese momento de la política nacional e internacional?
Agitado Bernabé
Otro ejemplo de lo mágico y religioso unido a hechos naturales es, sin dudas, el muy agresivo Terremoto de San Bernabé (nombre por el santoral –adrede para mantener aquellas creencias de que las malas acciones eran castigadas desde lo más alto, aunque el movimiento telúrico viniese desde lo más abajo).
Fue el 11 de junio de 1641 cuando casi toda Caracas y toda La Guaira quedaron en ruinas absolutas, tal como lo mostraron los restos de la catedral y su reloj, cuyas agujas quedaron marcando la trágica hora de las 8:45, según lo había presagiado –dice la tradición de boca en boca– un famoso personaje popular con fama de prestidigitador al que apodaban Ropasanta.
Salto uno y dos…
El 29 de octubre de 1900 otro terremoto generó pánico en Caracas. Relatan varios cronistas que el Presidente Cipriano Castro, despachando desde la sempiterna y reconstruida sede de la Casa Amarilla, para salvar su vida ante el ruidoso sismo, hubo de pegar un salto atlético desde la réplica del histórico balcón que en 1810 había sido escenario libertario cuando el pueblo rechazó a Vicente Emparan. El saldo: un tobillo levemente fracturado.
Desde 1578 la Casa Amarilla sufrió refacciones aunque sin atender las recomendaciones del procurador don Diego de Obelmejías en torno al balcón aquel que quizá hubiese resistido el poder del sismo de 1812. Más adelante fue reconstruido por José Antonio Páez. Sobrevive la imagen original de Nuestra Señora de La Luz, de las pocas cosas intactas ante ese desastre natural del siglo antepasado.
El Cabito, nuevamente atemorizado, aunque por otra causa, pegó otro brinco salvavidas y entonces le dejó el coroto a su compadre y amigo, el terremoto humano Juan Vicente Gómez…
El cielo, la iglesia, la política y el imperio español, así, están relacionados con los mayores sismos que azotaron Caracas.
Verdaderamente, Dios nos libre. Ya el caraqueño --el venezolano, en general-- no aguanta un castigo más...
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El Pepazo