La presencia de la negra Santiaga en La Fundación Mendoza de Catia, hizo demás de especial aquellos días de sana e inocentona infancia. Creo que el libro Guinnes debería registrarla como la heladera que cautivó más corazones…y más clientes, agregó Jenny Luz.
No sonaba campanas, ni pitos. Bastaba su humanidad empujando el carrito rodante cargado de helados, su botellón de agua, sus cigarros y la sillita plegable de lona roja.
A todos nos atrapaba con su magia, dijo recientemente Carol desde su nuevo terruño en Maracay. En eso coincide con Dharmaj, que desde San Cristóbal no para de hablar de su nostalgia por aquellos días, por aquellas amistades que hoy perduran, a pesar de la distancia… Por eso es que fiesta se escribe con “S” de Santiaga, dijo Yiyo desde Chile. Ellos juran retornar pronto para el reencuentro donde Santiaga estará en los recuerdos porque hace un tiempo Papa Dios la llamó a su lado, cuando tenía un bojote de años porque “cuando el negro tiene canas así será de viejo”, dice el refranero popular.
Santiaga se apoderó, como una hiena matrona, o alfa, de ese territorio gracias a su candidez y su hablar cantaíto de Barlovento (de donde se venía todos los días hasta Catia, solo para ofrecer sus sabrosos helados). Con sus fiaos estratégicos, se hizo imprescindible. Nunca se le vio anotando deudas. Apelaba a la memoria de la que nadie dudaba debido al amor con que ella complementaba sus ventas. Aunque Leya siempre tenía que pagar un realero porque su hijo le brindaba a todos los panas…
Ella desplazó del mapa al vendedor de ponche (un médico frustrado según Wilhem) y al heladero de Cruz Blanca.
Siempre hablaba de sus espíritus protectores y les rezaba en un ininteligible y raudo trabalenguas mientras se fumaba su Belmont con la candela pa’ dentro.
El Perrito Alarcón, hecho el loco, siempre se llevaba el helado grande de tres colores y después la señora Antonieta tenía que pagar sus dulces apetencias… Nos enseñaba juegos con el hielo seco, dijo San Mateo, un pana que ahora le achaca su obesidad a aquellos ricos helados, teoría que se refuta con la esbeltez de Lisbeth quien era otra comedora compulsiva de los Efe de Santiaga.
Un día Guzugú, el hermano de Bemba, peleó con cinco zagaletones del José Félix Blanco que estaban robando a Santiaga porque ella se había quedado dormitada. Pero se envalentonó y con su sillita noqueó a uno. A los otros cuatro lo entromparon Caimán, Los Pichus y El Burro, que había bajado de la primera etapa. Pobres choros…tremenda pela.
No hay nadie en La Fundación que no haya comido esos helados que hoy desde otro plano la negra Santiaga nos ofrece pero como dulces recuerdos…allá estarán comprando la señora Luisa, Cio Niní, la vieja Lourdes, Isabel Márquez y el panita Titi, que le echaba vaina parejo…ahora mi mamá Trinita también se deleita en la heladería celestial de Santiaga.
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