La más irrefutable prueba de que algo sagrado ocurrió en días recientes es que, según relatos oficiales, más de 10 millones de ciudadanos –misma cantidad de los que aprobaron el referéndum del Esequibo– lograron estirar sus emolumentos y salieron con la tropa familiar, en nombre de Dios, a disfrutar y a rezar, y todo lo que ello implica. Uno de los sitios más concurridos fue –posiblemente por el nombre– Playa Los Ángeles. Con 10 dólares tenías toldo y dos sillas. Mucha vigilancia debido al mar de fondo –“jaladera”, le dicen los salvavidas–. Con 20 bolos tenías baño con pocetas y duchas. Con 10 orinabas. Así de simple. Vendedores de rompecolchones, dulces de lechosa y otros exóticos manjares que instan a pecar. Pero el bolsillo no da pa’ eso. Contradictoriamente, abundaban camionetotas –igualitas a las que pululan por la zona F del 23 de Enero– que con su desagradable música “a toda mecha” causan contaminación sónica. Sabroso sería ir a una playita privada, sin alboroto, como hicieron algunos que hasta lo publicaron en su Instagram.
El Miércoles Santo, el protagonista es el Nazareno de San Pablo. Ciertamente, mucho orden y vigilancia extrema en la iglesia Santa Teresa. Muy bien, pero afuera del templo, incontables bachaqueros de la fe ofrecen de todo, incluso polvos sacrosantos. En serio. Ligan el famoso Palito de Romero, con Mirra y Estoraque más cualquier otro aromatizante hechizo y venden esa mezcla a manera de sahumerio. Igual sucedió el Jueves Santo, en el contexto de la Misa Crismal –de “hacer por los demás” – y el tradicional recorrido de los Siete Templos, en recordación de los momentos previos a la crucifixión de Cristo. Las redes sociales viralizaron el discurso político de uno de los líderes eclesiales. Mientras, la feligresía acudió a renovar esperanzas porque cree en este gran país.
Muchos evitan el Metro por sus desventajas, a pesar del innegable esfuerzo por maquillarlo: operación morrocoy, escaleras mecánicas dañadas, vagones sin aire, vendedores ambulantes, pedigüeños y carteristas, entre otras verosímiles incomodidades. La gente prefiere usar sus vehículos –con crisis de gasolina en boga–. Así caen en las garras de los anarquistas dueños de las calles que, como bandas organizadas, con anuencia de funcionarios policiales ofrecen su servicio: “te lo cuido, te lo cuido, señor”, y si te niegas a pagar sus tarifas preestablecidas –en dólares– no te dejan estacionar, y si los retas porque ese es tu derecho, te rayan tu carrito y no pasa nada porque Dios está ocupado entre la Franja de Gaza y el CNE.
La zona de La Candelaria –casa del muy solicitado Dr. José Gregorio Hernández– recién refaccionada, atraviesa crisis estética. Full de insalubres negocios fastfood –lastimosamente murió la tradicional Flor y Nata–. Aceras allanadas por motorizados; entre ellos, funcionarios policiales. Además, basura de todo tipo. Pero sin comparación con el franco deterioro de la avenida Sucre de mi Catia querida. Esto sucede a pesar de las promocionadas, pero vulneradas, normas de convivencia ciudadana. Una de las doñas rezanderas evita que la “coja la noche”, por temor a la inseguridad. No hay fe que valga contra el malandraje y la anarquía.
La oscurana nocturna fue iluminada, tanto en Caracas como en La Guaira, por candelabros en forma de angelitos que adecentan el paisaje y cuidan al transeúnte, a pesar de las constantes fallas de energía eléctrica, causadas por El Imperio, a decir de unos, o por la falta de mantenimiento, dicen otros.
En mi viacrucis, sentido oeste-centro-este, como copiloto, mientras ligaba a través del móvil el buen debut de los venezolanos en el Opening Day de la MLB, protagonicé un hábil zigzagueo que ejecutó la tenaz choferesa en una maniobra salvadora del tren delantero de su carrito –en la calle C de La Carlota, frente al colegio Francia–. Objetivo: esquivar la peligrosa “huecamentazón” como si transitáramos frente a La Ovejita, en la entrada de Altavista o por la calle México de Catia. Por cierto, la avenida que une la entrada de Caurimare con el bulevar del Cafetal luce montículos de basura y ramas de árboles recién podados a la espera de que las instituciones correspondientes vayan a recogerlas.
Nosotros andábamos protegidos con las cruces de palma bendita que nos regalaron. Efectivos amuletos que nos hicieron invisibles ante la matraca de un par de alcabalas fantasmas que sorteamos frente a la alcaldía de Baruta. Pararon a los chamos que trabajan de Yumi, quizás con la esperanza de pescar algo, jaja, porque carne ni pensarlo en días sagrados.
Se nos antoja ilógica la ley seca con este calorón. Le pedimos con fe ciega, en una suerte de homilía pagana, a San Trago, quien nos iluminó con su GPS celestial y nos llevó hasta el sagrado líquido. “Aunque pago vacuna, en estos días vendo más y más caña que cuando no la prohíben”, confesó sin que nadie le preguntara la amable doña, que Dios y los ángeles me la cuiden siempre porque, como buena samaritana, supo saciar nuestra sed en plena peregrinación. Por eso no hay que ser tan ateo. Algunos, convencidos de los efectos de las sanciones imperiales, pidieron en sus oraciones el restablecimiento de internet, telefonía fija, agua y luz…y que de verdad se disipen las impagables deudas del “Borrón y cuenta nueva”. Mucha fe.
Igual que en años anteriores, desde el Empíreo político, anunciaron un par de bonos, quizás suficientes para resolver un bagre rayao o un par de kilitos de sardinas en la Caravana del Pescado que habilitó el gobierno en varios sitios, posiblemente para suplir las laticas de atún o de sardinas que más nunca trajo el Clap. Ese dinerito extra hubo que gastarlo rapidito, antes de que la hiperinflación inducida o el dólar criminal se lo comieran. Vi muchos “cocos secos”, pero no hubo quien los “echara”. Por cierto, previo a los días santos, emergió una candidata sustituta que, aunque juró volver hasta el final, duró menos que el bono de guerra en bolsillo de periodista.
En franca introspección surge una charla con Jesús de Nazareth –en su versión de moreno trajeado de púrpura–. Además de consultarle varias dudas acerca de nuestros temores, le reclamé: ¿Qué te pasó con mi mamá, una de tus máximas devotas? “No fue la única. Tenía que descansar y está en paz”, me dijo. No me convenció mucho, pero estoy más tranquilo, creo.
Y el domingo, en medio de tantos Judas quemados en el marco de la variopinta temática política y sus muy divertidos y denunciantes testamentos, estuvimos en camposanto visitando a Trinita por los dos meses de su partida. Evitamos troneras en la subida al cementerio La Guairita…
No hay resurrección. Sí, una extraña polarización ecuménica. Plegarias van. Oraciones vienen. Y aunque cada vez se pierden más tradiciones, de un lado y de otro, juran trabajar por la paz y la confianza. ¿Acaso basta con ir a misa solo una semana, a darse golpes de pecho –cuidado con las prótesis y las uñas acrílicas– y a lucir los mejores trapos, peinados y sus perfumes?
Así fue nuestra Semana Mayor. Acá seguimos apostando a un país mejor, con salud colectiva y por una Caracas en crecimiento. ¡Amén! Ah, no nos ocupamos de las cifras rojas porque eso es tarea de las páginas de sucesos...
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El Pepazo