• 15 Apr, 2025

El amolador y el chamo juguetón: Dos historias en dos ruedas

El amolador y el chamo juguetón: Dos historias en dos ruedas

Dos historias en dos ruedas, caraqueñísimas, aunque universales porque pudieron ocurrir en cualquier parte del globo.

 

Por la crónica “Caracas siempre anduvo en dos ruedas” publicada durante algún abril con motivo del día mundial de la bicicleta y la reacción de algunos lectores, impulsó el embalaje de dos historias donde la bici es protagonista en esa Caracas de ayer no más, como sustento de vida y como un juguete que sembró el sano sentido competitivo.

Es que la bicicleta, no solo en la capital o en Venezuela, sino en todo el mundo, fue, es y será eso, un elemento de transporte con múltiples utilidades; beneficiosa por donde se le vea. Sirve, como refieren los términos modernos de los negocios, para ganar-ganar. Gana el diseñador, el fabricante, el distribuidor, el comercializador, el vendedor, el mecánico, pero más gana quien la compra porque con ella se desplaza de manera sencilla, no contaminante, rápida y económica, adquiere nuevos hábitos influyentes sobre su estado físico, mental y muchas veces hasta financiero.

Ahí van dos historias en dos ruedas, caraqueñísimas,  aunque universales porque pudieron ocurrir en cualquier parte del globo.

Michelle el amolador

Imposible es suponer que cuando Don Michelle Tamborrino salió de Italia en busca de un mejor futuro hubiese visualizado la estabilidad y tranquilidad económica extendida hasta dos generaciones sucesivas con su trabajo sobre una bicicleta. Nadie podría habérselo imaginado.

En 1956 el intrépido migrante echa anclas en la zona de Bello Monte y dos años más tarde –al comprobar que esta es una tierra de bendiciones que lo enamoró de su gente–, ordena el viaje de su esposa Ángela y su hijo Luigi para radicarse los tres de por vida en Caracas.

Una Fiorino –marca originaria de la actual Benoto– era el vehículo más barato para desplazarse por la ciudad mientras planificaba su modo de sustento. Al ver que nadie se dedicaba al oficio de amolador reacondicionó su bici, quizás rememorando a algunos mayores de su Bari natal.

Pino, su nieto, relata nostálgico: “Le adaptó un burro para dar estabilidad a la bicicleta mientras pasaba  otra cadena desde el plato para girar la piedra de amolar”.

En esa Caracas ambigua, por su convulsión política pero garante de seguridad, de los años 60 –donde los otros ciclistas eran repartidores de farmacias y abastos–, a diario salía en dos ruedas el tenaz amolador con su flautilla y  cargado de esperanzas a recorrer Santa Mónica, Los Chaguaramos, Sabana Grande y Bello Monte, donde el singular chiflido anunciaba su llegada que, por buen servicio y falta de competencia, logró popularizarse.

Sus clientes principales fueron carnicerías y restaurantes que proliferaron en esa zona de clase media caraqueña. Daba filo a tijeras, cuchillos y navajas de barberías y hogares, según los requerimientos de algunos clientes que de vez en cuando pedían fiao que les era concedido sin prejuicios. En realidad eran precios muy económicos, como casi todo en aquella Caracas sesentosa.

Después de 30 años en el oficio ya era tiempo para colgar la bici. Además, el crecimiento anárquico de la ciudad demandaba otras cosas. Su hijo y nietos se dedicaron a la mecánica y al negocio automotriz. Con su tesonero oficio Michelle compró la vivienda donde crió a su familia. Hoy la productiva Fiorino reposa muy bien conservada en una suerte de exhibición. Sus nietos agradecen a Dios y honran a Michelle cuando ruedan juntos por la ciudad... Demandan mayor atención a las ciclovías.

Gilberto el Regalado

“La única bicicleta que tuve en mi juventud, fue una Norman, ring 24 de paseo, que me regaló un primo. Casi que iba al baño en bicicleta. La mantenía de punta en blanco. Pasaba dos y tres horas rodando en un circuito desde la 1ra. Av. de Propatria, seguía por el Andrés Eloy Blanco, calle Cuartel –ahora avenida– y subía por la calle Bolívar hasta Boccardo, actual C.C. Propatria”.  Es un feliz recuerdo de Gilberto Regalado, un chamo humilde de Casalta que creció y aprendió sobre la vida montado en una bicicleta en aquellos años 60.

Luego pasó al bicicrós donde organizaba competencias que ganaba  quien llegara de último. Saltaban dos alcantarillas; subían y bajaban las escaleras de la plaza Propatria. Si apoyaban un pie estaban eliminados. Equilibrio y pedal. Tipo trial.

A veces llegaban con la bici en hombros hasta el copito del cerro que da hacia Vista Alegre –actual Casalta 3– y se lanzaban hasta  Propatria. Recuerda que colocaban vasos de cartón en los "parafangos" y con el sonido emitido jugaban simulando ser ambulancias. Otros, con un poquito más de dinero, colocaban dinamos a las ruedas para la luz del faro delantero que pasó a sustituir los cocuyos de reflejo necesarios ante el crecimiento del tráfico automotor que atentó contra ese ciclismo inocente de nuestra Caracas de ayer nomás.

Agustín, un isleño propietario de una bodega del sector les prestaba la bici de reparto y se aventuraban a unos viajes muy largos hacia El Cafetal o El Paraíso, de donde regresaban con las marusas llenas de mangos...

Así creció Gilberto, quien además lanzó bala y disco, jugó baloncesto y voleibol. Hoy es un destacado docente de Educación Física y entrenador jubilado.

Michelle, los Tamborrino y Gilberto le deben mucho a la bici.

 

Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo

Luis Carlucho Martín

Luis Carlucho Martín

Periodista deportivoGraduado en la UCV en 1992, Jubilado del IND desde 2010Ex jefe de prensa de Cocodrilos de Caracas 96-2000. Ex Director de Prensa del IND. Cronista de temas diversos asociados a las efemérides venezolanas y el rescate de la historia.Premio Nacional mención radio 1995, Premio Nacional mención impreso 2014, Premio Municipal 2013, 2014, 2017Creador de órganos divulgativos.